El reconocimiento de la ONU a Palestina ayuda a esclarecer de qué lado está la verdad y la justicia. Foto: Abbas Monani/AFP

El 29 de noviembre de 1947 la resolución 181 de la ONU dio comienzo a la tragedia que todavía hoy padece el pueblo palestino. Otro 29 de noviembre, pero 65 años después, la mayoría de los países del mundo decidieron enmendar, en parte, aquella injusticia. Pese a que el daño ya está hecho y que, en muchos sentidos, es muy tarde, se abre ahora una nueva oportunidad para al menos encuadrar el conflicto dentro de los lábiles y ambiguos límites del maltratado derecho internacional.

El reconocimiento de la Asamblea General de la ONU es un tardío acto de justicia que permitirá al Estado palestino denunciar las agresiones de Israel ante la Corte Penal Internacional (CPI), pero no aliviará a su pueblo del bloqueo ni la ocupación.

Para llegar a esta decisión, los países que apoyaron a Palestina debieron soportar fuertes presiones de Estados Unidos y Gran Bretaña, que intentaron forzar a los palestinos a comprometerse a no denunciar al Estado de Israel ante la CPI.

La decisión dela ONU intenta reparar los efectos nefastos de la resolución 181, e invita a reflexionar sobre la historia del conflicto palestino-israelí desde su origen.

En su libro El conflicto palestino-israelí, el sociólogo, docente y periodista Pedro Brieger menciona que hacia mediados de la década de los ochenta surgen en Israel un grupo de jóvenes historiadores y sociólogos que cuestionan la versión oficial sobre la creación del Estado de Israel y dan a conocer una serie de documentos, muchos de ellos oficiales, que echan por tierra los mitos y las mentiras en que se basa la historia oficial.

Benny Morris, Ilan Pappé, Tom Sagev y Avi Shlain dan cuenta de la verdadera historia de la creación del Estado de Israel, y marcan una diferencia muy clara entre sionismo, judaísmo y Estado de Israel, una de las tantas confusiones alimentadas y alentadas para dificultar la comprensión del conflicto.

Judíos de todo el mundo militan hoy activamente para hacer visible una separación clara y tajante entre la milenaria sabiduría del pueblo judío, por un lado, y el movimiento sionista, de raíz europea, colonialista, nacionalista y, en muchas de sus manifestaciones, laico, por el otro.

El Estado de Israel es resultado de este movimiento sionista, y respetados intelectuales, científicos y líderes espirituales judíos (Martín Buber, Primo Levi, Yeshayahu Leibowitz, Albert Einstein, Rudolf Bkouche, Judas Magner, Benjamín Cohen, Hannah Arendt, Amram Blau, por sólo mencionar algunos ejemplos) han denunciado las políticas del Estado de Israel como contrarias al espíritu, la tradición y las enseñanzas del pueblo judío.

«Los sionistas han demostrado ser irresponsables, extendiendo su dominio sobre zonas de la Tierra Santa habitadas por árabes, y por consiguiente haciendo que todo el mundo árabe entre en conflicto con la comunidad judía», señaló el rabino Amram Blau según cita Yakov M. Rabkin en su nota La ONU tiene poco que celebrar el 29 de noviembre, publicada en el sitio Argenpress el 27 de noviembre de 2012. Rabkin, historiador y docente judío que vive en Canadá, es autor del libro Contra el Estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo, publicado en Buenos Aires en 2008. Originalmente editado en francés en 2004, este libro ha sido traducido a siete idiomas, y fue nominado al Governor General’s Literary Award de Canadá (2006), y al premio Hetch de Israel (2008), que se concede a obras sobre el sionismo.

Al igual que Rabkin, Benny Morris, Ilan Pappé, Tom Sagev y Avi Shlain se animaron a desnudar “las mentiras oficiales”, y en su momento produjeron un escándalo y una ola de rechazos en Israel. “Estos académicos revisaron exhaustivamente documentos oficiales y secretos, y encontraron que en los más altos niveles gubernamentales se había discutido –y ocultado al público durante años– los alcances de las atrocidades cometidas, que incluían masacres, violaciones y vejaciones de todo tipo”, señala Brieger en El conflicto palestino-israelí.

El autor menciona que en 1994 Benny Morris declaró a un diario israelí: “Nos mintieron, ocultaron la verdad, barrieron datos debajo de la alfombra”.

Estos nuevos historiadores dan cuenta de la historia de Palestina antes de la creación del Estado de Israel. Tras la caída del Imperio Otomano (conocido también como Imperio Turco) después de la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas colonialistas se dividen sus restos. Palestina, que desde hacía siglos formaba parte del Imperio Otomano, pasa a manos de Inglaterra. Paralelamente, en Europa, desde fines del siglo XIX, va creciendo el movimiento sionista. Sus fundadores, afirma Brieger, “consideraban que la única manera de eliminar el antisemitismo era mediante la concentración de todos los judíos del mundo en un mismo Estado”.

Brieger hace hincapié en que el sionismo “nació en una época de expansión del capitalismo y de apropiación de las colonias por parte de las principales potencias europeas, con las cuales se relacionó porque necesitaba el apoyo de una gran potencia para conseguir ese territorio que no habitaban”.

Esta última afirmación de Brieger –“territorio que no habitaban”– es clave para desmontar mitos que dificultan la comprensión del actual conflicto palestino-israelí.

Porque más allá de la presencia en la zona, desde tiempos bíblicos, de judíos, árabes, griegos, egipcios, persas y otros pueblos de la antigüedad, la pregunta indispensable para comenzar a pensar el conflicto es quiénes habitaban Palestina cuando se decide la creación del Estado de Israel.

Todos los documentos y los datos demográficos disponibles demuestran, en forma irrefutable, que si bien el pueblo judío tiene innegables raíces religiosas, históricas y culturales en el suelo de Palestina, hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX la población árabe era amplia mayoría con respecto a los judíos en ese territorio.

En 1917, “los judíos eran apenas el 10 por ciento de la población de Palestina”, asegura Brieger en El conflicto palestino-israelí.

Según demuestran los historiadores israelíes había poblaciones judías en todo Medio Oriente, en Egipto, Siria, Líbano, Persia, por ejemplo. Hacía siglos que esas poblaciones convivían con pueblos árabes. La población judía de Palestina, escasa hacia comienzos del siglo XX, era uno más de estos antiguos enclaves que no habían tenido grandes conflictos con los árabes.

El autor menciona que desde fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX llegaron a Palestina grandes oleadas migratorias de judíos europeos. Provenían de Europa central, pertenecían a la rica cultura yiddish y poco tenían en común con los judíos que habitaban Palestina.

A principios del siglo XX, asegura Brieger, había unos 80 mil judíos en Palestina. Hacia 1947, cuando la ONU decidió la partición del territorio, había unos 650 mil judíos en ese territorio. En 1948, al momento de nacer el Estado de Israel, unos 600 mil árabes habitaban allí. Pocos años después, señala el autor, sólo quedaban 100 mil árabes.

La gran pregunta es qué sucedió con esos árabes. Es una de las claves del conflicto. Se calcula en más de 400 mil los árabes expulsados desde 1948.

El escritor y sobreviviente del Holocausto Primo Levi consideró que “el mayor problema del sionismo” era que el territorio palestino «no estaba vacío» en el momento de la fundación del Estado de Israel. Según cuenta Levi, en una ocasión, durante una conferencia en Nueva York ante una audiencia judía, esta afirmación suya provocó un tumulto: «Cuando empecé a explicar que consideraba Israel un error en términos históricos, se armó un gran alboroto y el moderador tuvo que suspender el acto», señaló Levi, según cita Gonzalo Álvarez Chillida en su artículo ¿La izquierda antisemita? Un comentario crítico a Taguieff, en la revista Illes i Imperis, 2006.

No es excepcional la bronca que causó Levi con su postura. “El territorio Palestino no estaba vacío”, dijo Levi, y de esta manera echó por tierra y desmintió el principal argumento que habían utilizado los sionistas para que los judíos de Europa emigraran a Palestina y no a otros lugares del mundo: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, afirmaban los sionistas, negando así la existencia de los árabes que vivían en Palestina.

¿Qué pasó con los árabes que estaban en Palestina a principios del siglo XX? ¿Qué pasó con sus casas, sus pueblos, sus caminos, sus sembradíos, mezquitas y cementerios?

La respuesta de los historiadores y sociólogos revisionistas israelíes, avalada por profusa documentación, avalada además por resoluciones de la ONU y aceptada por judíos y ciudadanos de Israel no sionistas es clara, triste y contundente: fueron expulsados, en muchos casos masacrados, por los sionistas, que recurrieron a métodos terroristas para apropiarse de los territorios. Todavía hoy los palestinos exhiben las llaves de sus antiguos hogares, y sus títulos de propiedad. Lo hacen mientras cuentan cómo fueron asesinados sus familiares, y cómo sus casas y sus pueblos fueron literalmente arrasados.

Uno los muchos mitos que estos historiadores revisionistas desmontan es aquel que señala que el problema entre árabes e israelíes “es un conflicto milenario”.

Leyendo los trabajos de Benny Morris, Ilan Pappé, Tom Sagev y Avi Shlain queda claro que, si bien las relaciones entre judíos, cristianos y musulmanes han pasado a lo largo de la historia por distintas etapas de paz y guerras, las raíces del actual conflicto pueden encontrarse en tiempos mucho más cercanos.

Brieger desmiente en forma tajante la versión oficial de los sionistas, que afirma que los árabes abandonaron el territorio de Palestina, y da cuenta de una larga de lista de masacres perpetradas contra la población árabe que vivía allí hacía siglos.

Pappé acuñó un término muy esclarecedor para calificar el proceso de expulsión de los árabes de su territorio: “limpieza étnica”.

En su libro La limpieza étnica de Palestina el historiador israelí recurre a una impactante cantidad de documentos oficiales para describir el plan sistemático de expulsión y exterminio con el objetivo de “desarabizar” el territorio para convertirlo en una tierra exclusivamente para judíos. Allí se describe el aterrador Plan Dalet y la masacre de Dir Yassin, entre otras atrocidades.

“La definición general de en qué consiste una limpieza étnica se aplica casi palabra por palabra al caso Palestina. Desde este punto de vista, el relato de lo ocurrido en 1948 emerge como un capítulo libre de complicaciones, aunque en ningún sentido simple o secundario, de la historia del expolio de Palestina”, señala Pappé en el prefacio de La limpieza étnica de Palestina.

Por eso el 29 de octubre es una fecha clave y de gran valor simbólico.

El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU, reunida en Nueva York, aprobó la Resolución 181, que recomendaba un plan para resolver el conflicto entre judíos y árabes en la región de Palestina, que se encontraba en esos momentos bajo administración británica. La decisión dela OEA fue altamente lesiva a los intereses árabes, que perdieron territorio pese a que su población era mayoritaria y pese a estar asentados en esa tierra desde hacía siglos.

Antes de 1947, las milicias sionistas ya venían esmerilando el poder colonialista británico con actos de terrorismo, entre los que se recuerda la voladura del hotel King David de Jerusalén, con un saldo de 88 víctimas civiles inocentes. Menájem Beguin y Yitzahak Shamir planearon ese atentado. Ambos ocuparon luego el cargo de primer ministro de Israel.

El plan de partición votado en la ONU el 29 de noviembre de 1947 proponía dividir la parte occidental del Mandato en dos Estados, uno judío y otro árabe, con un área, que incluía Jerusalén y Belén, bajo control internacional. La incapacidad del gobierno de Inglaterra para llevar a cabo este plan, y la obvia negativa de los países árabes de la región a aceptarlo, tuvo como primera consecuencia la guerra árabe-israelí de 1948. Sus efectos todavía se hacen notar hoy día.

“Aunque los judíos eran la minoría, la partición los favoreció claramente, ya que les otorgó el 56 por ciento del territorio, mientras que a los árabes les fue asignado apenas un 43 por ciento”, afirma Brieger. Los datos son irrefutables en este sentido: en 1947, los árabes eran el 60 por ciento de la población y eran dueños del 92 por ciento de la tierra. Los judíos constituían apenas el 30 por ciento de la población y eran dueños del 8 por ciento de la tierra. 

“Es el comienzo de una gran tragedia. Nunca habrá paz”, dijeron los árabes apenas se conoció la resolución 181 de la ONU.

 Pero no sólo los árabes consideran que la resolución de la ONU de 1947 abrió las puertas a la tragedia que todavía no termina. Judíos de todo el mundo se pronunciaron entonces y continúan haciéndolo en el mismo sentido. El tiempo les viene dando la razón. El reconocimiento de Palestina como Estado observador no miembro ayuda a esclarecer de qué lado está la verdad y la justicia, pero no mitiga el bloqueo a Palestina.

Las decisiones e indecisiones de la ONU, el accionar colonialista de las potencias extranjeras en el siglo XIX, y las presiones de Estados Unidos y de esas mismas potencias para que no se juzguen crímenes cometidos están en el origen del sufrimiento del pueblo palestino.

«Si Israel no es culpable de cometer crímenes de guerra o contra la humanidad no debería temer nada y, si los ha cometido, entonces debería ser juzgado», señaló Hanan Ashraui, miembro del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberaciónde Palestina (OLP).

En el ensayo El texto, tierra de nuestro hogar, el crítico literario y erudito judío George Steiner contrasta las más antiguas tradiciones del pueblo judío con el actual Estado de Israel: “En el manifiesto fundacional y secular del sionismo, el Judenstaat de Herzl, el lenguaje y la visión imitan orgullosamente al nacionalismo de Bismarck. Israel es una nación en grado máximo: vive armada hasta los dientes. Para sobrevivir día a día, ha obligado a otros hombres a vivir sin hogar, los ha convertido en seres serviles, desheredados (durante dos milenios, la dignidad del judío consistía en ser demasiado débil para hacer que otro ser humano viviese de forma tan inhóspita y difícil como él mismo). Las virtudes de Israel son las de la sitiada Esparta. Su propaganda, su retórica del autoengaño son tan desesperadas como las de cualquier nacionalismo de la historia. Bajo una presión externa e interna, la lealtad se ha atrofiado dando paso al patriotismo, y el patriotismo ha dado paso al chovinismo”.

Muchos siglos antes, uno de los más venerados sabios judíos había hallado una síntesis difícil de superar: “Lo que no quieras para ti no lo hagas a tu vecino. Esto es toda la Torá. El resto son comentarios”, señaló el rabino Hillel (70 a.C-10 d. C), también llamado el Viejo o el Sabio.

Más notas relacionadas
Más por Pablo Bilsky
  • Que no nos agarre la noche

    Yo no sé, no. Estábamos reunidos junto al sendero de bicis, pegado al arco de cilindro que
  • Una sangrienta puesta en escena

    La presunta “guerra contra el narcotráfico” promueve lo que dice combatir. Es una excusa p
  • Salir de la pesadilla Milei

    Ni soluciones mágicas ni desesperanza. Así se presenta el escenario que indefectiblemente
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Rosario Central perdió con Barracas en el Gigante de Arroyito

El Canaya cayó 2 a 1 contra el Guapo por la fecha 12 de la zona A de la Copa de la Liga Pr