Represores Causa Feced II MC 6025B
Foto: Manuel Costa

El “bravo” Ronco ahora se caga encima y vomita sangre. No fue al primer día del juicio oral y público donde iban a recordarle los crímenes de lesa humanidad por los cuales será juzgado, porque un médico de gendarmería comprobó que su diarrea era tal que merecía una internación y estudios. El Ciego, patrón de la picana, amo y señor todopoderoso en la sala de tormentos del Servicio de Informaciones, temerario frente a pibas de catorce años atadas en una camilla de torturas, se demoró tres horas “por su avanzado deterioro” que sobrelleva “cómodo” –según dijo– en el penal de Marcos Paz donde purga una pena de prisión perpetua por un juicio anterior. Picha, que supo sentirse dueño de las calles de la ciudad, patovica en las puertas del infierno y carcelero de cientos de almas que entregó a la picadora de carne del terrorismo de Estado, pidió suspender la audiencia porque tenía turno en el Pami con el cardiólogo. Otro genocida que sorprende al revelar que tiene corazón.

Se los ve tan vulnerables a pesar de los años de impunidad que supieron disfrutar. Los iguala con el resto de los mortales –incluso con sus propias víctimas– el paso del tiempo, la depresión, la Justicia, el miedo y la Parca; o estos dos últimos combinados, como sucedió con el chofer del ya fallecido y nunca condenado Agustín Feced, Ricardo Corrales, quien se suicidó con lavandina y eludió así los estrados judiciales.

El sexto juicio a represores de la dictadura en Rosario, como cada uno de los que se inicia en el país, pone de relieve el tiempo que pasó hasta que se iniciaron estos procesos.

Treinta y ocho años después de que las Fuerzas Armadas al servicio de los “propietarios” de la nación (locales y extranjeros) derrocaran al gobierno constitucional y aniquilaran a las organizaciones gremiales y políticas populares, para imponer un modelo en defensa de aquellos intereses, de transferencia de riquezas, endeudamiento, destrucción del mercado interno, la industria y el trabajo nacional.

Casi a cuatro décadas de los hechos, los ejecutores, la mano de obra del plan genocida –como ocurrió con el Ronco Lucio Nast, el Ciego José Rubén Lo Fiego y Picha Eduardo Dougour, tres de los diez que comenzaron a ser juzgados el pasado 14 de febrero en Rosario–, llegan a esta instancia, a sentarse en el banquillo de los acusados, viejos y chotos, como unos abuelitos más preocupados por que le cambien los pañales que por la lectura de los requerimiento de elevación (los delitos que se les imputan). Pero contra lo que ellos jamás hubieran pensado –y demasiados aún desean–, la hora de los juicios llegó.

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4 Lectores

  1. juan alberto fernandez

    24/02/2014 en 13:10

    Como testigo del primer juicio a estos represores, donde logramos la prisión perpetua de mi torturador (Lo Fiego), ya que el otro (La Pirincha) se encuentra prófugo, me alegra que allí estén sentados Fermoselle (me encadenó las esposas que tenía en mis muñecas a un caño con las manos en la espalda mientras estuve en El Pozo), y el famoso «Caramelo» Altamirano que se presentó ante nuestra familia en 1989 para «averiguar y esclarecer» el secuestro y asesinato de mi cuñado José Ricardo Díaz Franco (secuestro realizado por dinero y asesinado por que él IDENTIFICO a su secuestrador). Que se haga justicia y sean condenados.

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  2. Raúl Jauzat

    26/02/2014 en 18:21

    Para los asesinos de hoy que creen como ayer, que tienen impunidad y protección, que sepan que hay experiencias , para que el escarnio sea más rápido-

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  3. Raúl Jauzat

    26/02/2014 en 18:24

    Y todo nuestro homenaje para los compañeros con su lucha ejemplar.

    Responder

  4. Alicia Nigro

    27/02/2014 en 15:04

    Justicia es, para estos genocidas, cárcel perpétua, sin atenuantes por edad. Que se pudran ahí

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