fanzine punk rosarino

La primera parte de una imperdible recorrida por las memorias del hardcore/punk rosarino de los años 90, por parte del cronista que se reconoce como uno de los «hijos del menemismo». Y antiquísimos cassettes vuelven a sonar.

Si hay algo maravilloso en la vida social es ese juego entre condiciones y singularizaciones, entre cosas y palabras que nacen alrededor de un carozo intransmisible. Todos somos surfistas barrenando olas de masas. Y es tan cierto que nadie más que vos mira a través de tus ojos como que no sos el único con tabla. En ese océano, nos alegran algunas pertenencias y participaciones; otras nos avergüenzan, otras más nos impulsan a modificarlas, de otras ni nos enteramos.

En este caso, quiero creer que escribo no una historia sencillamente feliz sino una buena historia. Una historia que no empezó (porque las historias siempre ya empezaron) un día de finales de 1992 pero que haré comenzar entonces, cuando alguien me prestó el compilado de bandas hardcore del sello porteño Mentes Abiertas en un cassette grabado.

Ese día me encontré con BOD, Krisis Nerviosa, IDS, Venganza, DAJ, EDO, NDI y Dos Minutos, cuyos aportes, Ya no sos igual y Arrebato, signarían el punk argentino de los noventas en su versión masivo-cervecera. Pero los temas y sus derivas no vienen al caso ahora. Lo importante es que, unos meses más tarde, me enteré que 2 Minutos se presentaría por primera vez en Rosario, en la Asociación Cristiana de Jóvenes, junto a Hachazo en la Nuka y un par de bandas más que no recuerdo. Durante unas semanas lo único que quise en la vida fue ir a ver 2 Minutos.

Esa noche de marzo de 1993 fue la de mi rito de pasaje en el hardcore/punk de los años ’90. Me monté a una ola en curso, junto a otros. La ola tuvo de todo; recuerdo particularmente mi primer pogo, cantar los únicos dos temas que sabía (los de 2 Minutos, claro) y a un chabón corriendo a otro por arriba del escenario con la clara intención de cagarlo a trompadas (cosa que logró un rato más tarde, cerca de la entrada).

En esa rabia festiva se encontraron algunos –ya jóvenes– hijos del alfonsinismo y nosotros, –casi ni adolescentes– hijos del menemismo. La convertibilidad tenía dos años, las viejas seguían hablando en australes y los discos de las bandas, abiertas las barreras a la importación, empezaban a entrar con cierta facilidad. Desde entonces vi sumarse gente. Vi bajarse también, no siempre de modos felices. Me enteré de  muertes en comisarías, muertes por sobredosis y pibes prendidos fuego con las tripas noventosas que llegaban de Holanda. Pero también vi que la justicia era un loco (cuyo nombre, Negro Lotero, supe un poco más tarde) trabajando de boletero en el 144 y haciéndome pasar gratis sólo por llevar puesta una remera de La Polla Records. Y sigo pensando que la euforia de viajar en un mosh debería ser un derecho universal.

Pero ya habrá tiempo para singularidades y testimonios que mezclen la sensación liberadora de hablar de las experiencias con la intuición de que siempre se dice menos y otra cosa que lo que se podría. Siendo esta la primer entrega, mejor considerar un par de datos sociológicos que tracen el mapa.

Primero lo primero: de qué se alimentaban nuestros oídos. El menú era amplio, casi siempre bajo un estricto perimetraje sonoro punk/hardcore. (Aquí podría poner cientos de nombres en una bolsa y sacar algunos. Supongamos que lo hice con bandas no argentinas, supongamos que salieron): The Clash, Sham 69, The Jam, La Polla Records, Siniestro Total, MCD, Negu Gorriak, DRI, GBH, Misfits, The Exploited, Ratos de Porâo, Sick of it all, The Stooges, Fugazi. Pero no sólo de punk y hardcore viven el punk y hardcore, así que con el tiempo se fueron incorporando otros géneros y sonoridades: ska, hip hop, post punk, space rock, balcánica, surf rock, rock n’ roll.

Hablando de mapas, vale resaltar la diseminación geográfica: todos los puntos cardinales tenían, al menos, un reducto, una esquina, un grupo punk/hardcore. Muchos hacían de su lugar de residencia un rasgo identitario: Las Delicias, por ejemplo, fue un barrio icónico en buena medida por Asko y Pena, una de las bandas más importantes de esta historia, mientras Bella Vista (también en la zona sur) le debe cierta mística a Intense Mosh. Las idas y vueltas de los barrios al centro diseñaron un movimiento dado al campamento esporádico, línea casi invisible de conexión de territorios disímiles.

Nos encontrábamos donde se encontraban las tribus musicales antes de internet: bares, recitales, plazas, casas, salas de ensayo, disquerías. Y en escenarios casi oníricos, como cuando vinieron Ramones o Die Toten Hosen, que parecían burlar al destino de una ciudad que creíamos un lugar donde nada eso aterrizaría jamás. A veces nos encontrábamos en el panchero de Paraguay y San Lorenzo. Y muchas otras en marchas políticas, como las de 1995 contra la Ley de Educación Superior, la inolvidable de 1996, en memoria del golpe del 76 (donde hizo su aparición HIJOS y, de un modo u otro, la generación que también contaba al punk y el hardcore entre sus filas) y la de septiembre de ese mismo año, en recuerdo de la Noche de los lápices.También hubo bibliotecas, como la anarquista Ghiraldo, que por entonces estaba en Paraguay y Riobamba, donde ahora hay un edificio soja friendly.

En Rosario, como en otras escenas, se vinculó una buena cantidad de gente socialmente heterogénea, como músicos pero también como (gestores no, mejor) agitadores culturales. La experiencia musical armaba una alianza más o menos sostenida entre obreros, clase media, ricos y expulsados sin ser La Fiesta de Serrat, donde todo se invierte y la alegría reina en el amontonamiento indiferenciado. No, no. Muchas veces esa procedencia determinaba si una banda te gustaba, si sus letras eran verosímiles o poses. Servía para medir la legitimidad de su rabia. Pero, sin desconocer las tensiones, el encuentro en el hacer y el compartir podía ser más importante que las procedencias, un dato nada irrelevante para pensar la politicidad de todo esto.

En esos encuentros se gestó y creció una gran capacidad de producción cultural: discos, recitales, fiestas, fanzines, programas de radio. Palabras como “autogestión”, “do it yourself” (y su versión criolla “hacelo vos mismo”), “independencia”, “respeto” dieron al movimiento sus referencias discursivas y éticas y se convirtieron en una estrategia político-cultural para un coyuntura de destrucción social y económica generalizada. Teníamos un ojo y la atención puesta en Europa, lo que permitió hacer circular discursos novedosos para la realidad rosarina: ecologismo, antimilitarismo, okupas. De hecho, no es imposible que el reclamo por la legalización de la marihuana, omnipresente en fanzines desde mediados de los ’90, haya sido introducido aquí, como en el resto del país, por el punk/hardcore.

La madeja tuvo de todo. Muchos de sus hilos estimularon la política y la cultura rosarina en los años siguientes, aportaron al compuesto inflamable llamado 2001 y aún hoy tensan la cosa. En los próximos artículos exploraremos, cual arqueólogos culturales, las vidas de aquellos humanos, sonidos, conocimientos, producciones, nombres, lugares y prácticas que, armados con instrumentos, fotocopias y pogos dejaron algunas marcas en el cuerpo de la ciudad.

(Publicado en el eslabón Nº 138)

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