Colomba publicará en unos meses  Mesa de Novedades,una crítica literaria. | Foto: Familia Colomba
Colomba publicará en breve Mesa de Novedades, una crítica literaria.

“Le falta aire, o hay desilusión en todas partes. Y también hay entusiasmo” dijo Diego Colomba sobre Desaire, su último libro de poesía que fue presentado este jueves a las 19.30 en Casandra Arte Bar.

Colomba, que es doctor en letras y crítico de obras literarias, accedió a convesar con Redacción Rosario sobre sus dos obras que próximamente se editarán, Desaire y Mesa de Novedades.

Mientras se prepara para lanzar bajo el sello de Ediciones en Danza su flamante poemario, Diego, que analizaba letras de canciones de rock nacional en Contrapunto, el suplemento cultural que solía acompañar a el eslabón, adelantó que planea publicar en algunos meses más Mesa de Novedades, una crítica literaria que incluirá algunas de las reseñas que plasmó en estas mismas páginas.

–¿Qué lugar ocupa hoy la poesía en la literatura?
—La poesía es el género más practicado. Nadie va a ganar plata con ella: ni los que la escriben, ni los que la publican. Se escribe y se publica mucho, es el género más vital. Salvo un breve margen de lectores, quienes leen escriben, quienes escuchan han publicado o les gustaría hacerlo. Y entre tanta proliferación, hay bastantes cosas que valen la pena.

—¿Te condiciona tu formación académica para escribir poesía? ¿Escribís poesía como crítico literario?
—Algo se debe filtrar, pero creo que si leés mis poemas no vas a notar mi tránsito por la facultad de Letras. Las referencias literarias no abundan mucho, aparecen más bien veladas. Sí hay alusiones al arte y el lenguaje, pero siempre están encarnadas en alguna experiencia más terrenal. No sólo no escribo desde el lugar del crítico, sino que me cuesta leer mi poesía desde ese lugar. Escribo con el lado ciego, pueden más, o eso espero, la música y las imágenes que mis ideas sobre la literatura. Recién con el tiempo puedo tomar algo de distancia con respecto a lo que hago. Me ayudan las lecturas de los otros: la poeta Nora Hall, por ejemplo, me propuso sacar un montón de comas de Desaire y por supuesto le hice caso. Vivo la poesía con una gran ambigüedad: oscuramente creo en lo que hago, al mismo tiempo creo y descreo de su valor por ráfagas de entusiasmo o angustia. Lo mismo me pasa con lo que escriben otros.

—¿Hay poetas que te hayan inspirado o con quienes puedas identificar tu trabajo?
—Neruda y Bécquer, a quienes hoy no leo, me sacudieron en la adolescencia y Vallejo fue el primero de los buenos que me gustó. Pero ningún poeta en particular me inspira.

—¿Cómo se consigue un estilo? ¿Cómo construís el tuyo?
—Uno de los escritores más interesantes de Rosario, Cristian Molina, diría, con acierto, que hay que trabajar para no tener un estilo. Pero creo que voy hacia una manera de decir. Si leés los dos poemarios éditos y los dos inéditos podés reconocerla: el laconismo, una musicalidad rústica, cierto humor sombrío y algunos temas recurrentes como la infancia, la familia, el barrio, el campo.

—En el libro hay muchas imágenes de la vida rural, sobre todo al evocar a tus abuelos, y aparece una suerte de reconciliación con la figura paterna, más allá de que el título refiera a un desdén, a un rechazo. ¿Cómo se conjuga la actitud del Desaire con esos lugares y tu constelación familiar?
—Lo de la reconciliación con el padre está dicho en un poema pero se puede sospechar de eso, hay una voz que se compadece del padre, lo que supone su superioridad, pero pudo hablar después de que el padre muriera (estamos en la ficción, mi viejo leyó los poemas de mi primer libro): sin embargo el padre insiste porque no hay sutura, es un fantasma que me habita. Esa infancia, además, no es idílica: es intensa. Ponerse a matar palomas a quemarropa debajo del palomar no es paradisíaco. La infancia recurre por su riqueza imaginaria, no por una especie de placer confirmatorio: también estaba cargada de violencia, locura, opresión. Imaginate todo lo que sabiamente olvidamos del pasado. Respondiendo tu pregunta: le falta aire, o hay desilusión en todas partes, en el presente y en el pasado. Y también hay entusiasmo.

—Este es tu segundo libro de poemas, ¿en qué se diferencia del primero?
—Éste es mucho mejor: más musical e imaginativo y menos declarativo que el primero. Lo hiperbólico, el efectismo, el prosaísmo, el “poquismo”, el populismo, son los demonios con los que tengo que lidiar, porque los llevo encima.

La crítica literaria o el oficio del reseñista

—¿Creés que el crítico tiene la necesidad de hablar a través de otro? ¿Es tu caso?
—Después de leer a Barthes te das cuenta de que no hay minusvalía en la actividad crítica: no hacés crítica porque no te sale la novela o el poema. Es otra cosa que, además de imaginación, requiere de cierto rigor argumentativo y necesita un texto para dialogar. Por supuesto que tu lectura es parcial, pero por una cuestión ética no podés decir cualquier cosa.

—Da la sensación, al leer el prólogo de Mesa de Novedades, que pones énfasis en un “no-lugar” del “reseñista” o del crítico literario en el periodismo? ¿Creés que es menospreciada la crítica literaria en ese campo?
No, para nada. Lo del no lugar es positivo, pura potencia y posibilidad. Si cuidás ciertas cosas básicas tenés una gran libertad para hacer públicas tus lecturas. El tema de la ajenidad es bien concreto: te pagan dos mangos o no te pagan sino simbólicamente.

—También ponés en tensión la producción literaria con el “marketing” o la necesidad de que eso “venda”. ¿A qué recursos apelas para hacer una crítica ante esos requerimientos o mandatos más que nada periodísticos?
—Desde el punto de vista periodístico, te piden que trates el libro si te interesa. En pocos lugares se hacen reseñas para destruir un libro. La exigencia es informar el contenido y valorarlo. Si vos tenés ganas, formación, capacidad asociativa de la imaginación y tiempo, podés aprovechar ese espacio para intentar transmitirle al lector tu propia experiencia de lectura.

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