Montenegro El Eslabon 23 de agosto 1812 exodo jujeño-1

Recorren unos 360 kilómetros para llegar a Tucumán. Son unas 1.500 personas que caminan paralelo a la actual ruta 34. Hoy se festeja la gesta entre histerias patrioteras y elegantes uniformes de época, pero en aquel 23 de agosto de 1812 el célebre éxodo jujeño fue cosa de los más humildes.

Casi en igual número, los otros, los más acomodados, tienen mucho por perder y se refugian en fincas rurales o se quedan, porque confían más en las tropas realistas que en esos revolucionarios mal vestidos y peor armados. La sociedad jujeña se desgrana y los intereses de clases aparecen.

“Los más pobres fueron quienes con las tropas de Belgrano dejaron Jujuy. Partieron a la tarde y el general fue el último en dejar la ciudad”, indica Ana Teruel, doctora en Historia y profesora de la Universidad Nacional de Jujuy.

Don Manuel llega en marzo de ese año con los restos del deshilachado Ejército del Norte. Vienen de caer en Huaqui (hoy Bolivia), el 20 de junio de 1811.  Se tratan de rearmar cuando, a fines de julio, y ante el avance de Pío Tristán y sus tres mil soldados realistas, Belgrano ordena dejar la ciudad para que el invasor no halle nada en pie, ni suministros.

“No se hablaba de éxodo, era una táctica. El Triunvirato ordenó que si los realistas avanzaban hacia Jujuy, «nuestro ejército retrograde» y se refugie en Córdoba”, explica la investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Pero el espíritu de Humahuaca no estaba quebrado: desobedecen al mandato porteño y retroceden, pero para tomar carrera.

La ruta del saqueo

Por ese camino donde los mochileros hippies y turistas alemanes recorren hoy la Quebrada, en épocas coloniales bajaban  los contingentes de mulas con lo extraído de las minas de Potosí y del comercio de ganado. para abastecer a esa explotación.

Los hijos del colonizador europeo son pocos, pero manejan el tráfico y dominan a la población, en su mayoría originaria. Esos cobrizos habitan la Puna, con sus ganados, hilados y la extracción de sal y minerales.

Mucho antes de ser declarado patrimonio de la humanidad -para aumentar su valor inmobiliario-, y capital nacional de las artesanías, los historiadores documentan que hasta agosto de 1823 ese territorio fue centro de feroces disputas. Muchas de esas peleas y matanzas ni figuran en la historia oficial porque eran pocos los renombrados militares que cabalgaron por esa zona. Se trataba de un pueblo con piel de tierra y Pachamama, que no dejaba así nomás sus ancestrales territorios.

Los investigadores indican que hasta agosto de 1823 en la región se registraron 12 invasiones y 124 batallas, en la lucha por la independencia. También hubo otros éxodos, documentados en 1814 y 1817. La guerra acabó con pueblos y economías regionales, pero no con su cultura, que hoy aún resiste.

Enfrentamiento de clases

En aquella época, los señores poderosos dominan la región heredada del poder colonial. No se trata de una población en su mayoría patriótica, que peleaba por la liberación. A las familias dominantes les favorecía seguir con el orden conservador, el autoritarismo y la explotación de esa tierra y su gente.

Esos preferían ayudar al ejército español antes que a los revolucionarios que podrían acabar con sus dominios. A dos años de la gesta de mayo de 1810, la cultura de la colonia y el autoritarismo aún se impone. Por eso muchos “civilizados ciudadanos” no apoyan ni siguen a Belgrano en su estrategia.

Los libros del colegio parecían hablar de un ejército todos españoles contra las tropas y pueblos, todos revolucionarios, y no era así. “No era un choque entre españoles y americanos. Ambos ejércitos se nutrieron de todos los sectores sociales y étnicos: españoles, americanos, mestizos y pobladores originarios. Hasta había jefes realistas que como José Manuel de Goyeneche y Pío Tristán, eran peruanos y ex compañeros de estudio y armas de Belgrano”, nos explicó la investigadora en una entrevista realizada en el bicentenario del éxodo.

Tucumán y Salta

Al llegar los realistas a sólo 100 kilómetros de la capital jujeña y con la puna sometida, Belgrano decide el éxodo. Pero, como tantas veces hicieron tipos como San Martín, Castelli y otros rebeldes, Don Manuel desobedeció la orden porteña de retirada hasta Córdoba. Casi impulsado por la tropa y pobladores, presentó batalla.

En el andar previo, ya el coronel Díaz Vélez debió soportar a las vanguardias enemigas que lo perseguían. Pero al llegar a Tucumán, Díaz Vélez los enfrenta y vence en Las Piedras, el 3 de septiembre. Luego llegarían las victorias belgranianas, en Tucumán (24 y 25 de septiembre).

Así, el 20 de febrero de 1813, vuelve la criollada a triunfar en la batalla de Salta. De ahí en más los jujeños empezaron el duro camino de regreso a su tierra.

Don Manuel, una vez más, no se anduvo con chiquitas a la hora de empuñar el sable e imponer órdenes para encarrilar a traidores y a  los señores que apoyaban a los españoles.

En tanto, la historia oficial olvida algo que les molesta a sus escribas. Las crónicas no quieren hablar de puebladas y vecinos políticamente incorrectos. Sucede que fueron esos gentíos más humildes los que siguieron con entrega y valor al general. No había briosos corceles, gauchos de elegante chiripá y botas salteñas o desfiles lujosos. Sólo se trataba de un pueblo en camino y en lucha por sus territorios y dignidad.

Nota publicada en la edición 157 del periódico el eslabón

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