apex
Foto: Aníbal Pérez

Un día de mediados de 2005, Carla, saliendo de la capacitación, bastante inquieta, se sorprendió pensando que nunca había imaginado que su conocimiento del inglés terminaría siendo usado para eso. Como si aquel precepto, tan familiar, de estudiar una lengua para el “día de mañana” hubiera encontrado su realización. El “día de mañana” era éste, en el que su inglés le iba a servir para eso.

Eso era Apex. Una empresa, compuesta por capitales chilenos, argentinos y canadienses, de servicios de call center que había aterrizado en Rosario poco tiempo antes. Como las otras participantes del rubro, estaba dispuesta a aprovechar el combo devaluación poscrisis 2001 – bajos salarios – buen nivel educativo – exacción impositiva para instalar un call dedicado a gestionar cuentas extranjeras. La mayoría de sus seiscientos empleados rosarinos estaba afectada a Tracfone, una compañía de telefonía celular prepaga de Estados Unidos. En definitiva, entrar a Apex era entrar a trabajar en un offshoring montado para absorber malestar de usuario.

Otro día de mediados de 2005, Matías, saliendo de su sexta jornada de trabajo en las oficinas de Mitre y San Lorenzo, tuvo una leve sensación de vértigo al vislumbrar que sus días consistirían en dialogar con gente enojada caminando por las calles de Houston, Texas, sentada en la puerta de su casa en Albany, Georgia, viajando en auto desde Chicago, Illinois a Bloomington, Indiana. Iba a tener, primero, que sortear el ataque xenófobo que ya se estaba volviendo una suerte de ritual horrible e inextirpable de las llamadas y, luego, explicarle al enervado o enervada cómo usar un teléfono hecho de minerales extraídos en Andalgalá, Argentina, de silicona elaborada en Bruselas, Bélgica, de tecnologías de la información desarrolladas en Osaka, Japón, de lenguajes de programación inventados en San Francisco, Estados Unidos, y cuyo ensamblaje final se realizaba en Shen Zhen, China.

Todo tan global que, días más tarde, Aníbal, sentado en la vereda, fumando un cigarrillo en la media hora de descanso, imaginaba el asunto como una inmensa cinta de montaje que atravesaba mares, montañas, valles y lagunas y convertía al mundo en una gigantesca unidad de producción, circulación y consumo. En ese mapamundi ellos ocupaban un pequeñísimo puntito en un pequeño punto que, a su vez, ocupaba un pedacito de una ciudad latinoamericana.

Ese pequeño punto, Apex, se reveló enseguida como una mezcla de estéticas y retóricas de viaje de estudios y boliche con prácticas y actitudes de campo de concentración. El espacio individual de trabajo era un lugar reducido, un box (es decir, una caja) donde había una computadora, auriculares y micrófono. Una vez sentado, el Colo veía como cada trabajador se aislaba del resto, lo cual dificultaba las relaciones con los compañeros. La palabra y el cuerpo quedaban encajados. La palabra: incrustada y sometida a una serie de reglas, métricas y tutoriales que indicaban qué decir y cuándo. Un call center, pensaba César, es el imperio del dictado: es, literalmente, una dictadura.

Los días traían cada vez más y más llamadas, cada vez más agotadoras. Entre una y otra, apenas el momento para respirar y volver a hundirse. Veinte segundos, con suerte. Ni tiempo para moverse. Tan repetitivas y seguidas que al Gallego le parecían ser una sola y larguísima llamada que atravesaba el día, los días, la vida. Algunos parecían no perturbarse, otros, en cambio, al borde del colapso; muchos enojados, otros muchos cínicos. Y varios empezaban a modular, con cierto espanto, una pregunta: ¿qué es esto?

Guirnaldas multicolores y cartelitos escritos a mano con fibras decoraban las oficinas. Gerentes y supervisores (por lo general, trabajadores ascendidos) entraban saludando a todos, repartiendo gestos de complicidad. Una escenografía alegre en la que había que pedir permiso para levantarse, donde se veía mal ir al baño demasiado seguido, donde las conversaciones estaban siendo grabadas y hablar con los compañeros era reprendido por los superiores con una sonrisa y una palmadita, casi en chiste. Esos mismos superiores invitaban a sus subordinados a que organizaran cenas por fuera del horario de trabajo, los motivaban para presentar sus bandas en los recitales que armaban, les prometían pico libre en la fiesta de la empresa.

Qué fantástica esta fiesta

Fue, justamente, a comienzos de 2006, en una fiesta de la empresa, cuando empezó a cambiar el escenario, demostrando que lo maravilloso de la historia es que los efectos de las decisiones siempre se desvían de lo que se espera cuando se las toma. Si no sabían esto, los ejecutivos de Apex lo aprendieron unos días después de la fiesta que armaron en un boliche en la Florida. Porque fue entonces, en un marco imaginado para la integración y el olvido de la cotidianeidad, donde varios trabajadores se pusieron a charlar de lo mal que la estaban pasando, de la necesidad de hacer algo. Pero qué.

Si un rasgo define el primer momento de ciertas acciones políticas es su capacidad de hacer visible el sufrimiento. Como en esos viejos teatros con poleas y rotores, un mecanismo colectivo se pone en marcha y, entonces, lo que estaba iluminado va quedando a oscuras y lo que estaba a oscuras se ilumina. Y lo que se vio, esa noche de pico libre, era que la situación estaba bien lejos de la comunidad de amigos que Apex decía ofrecer.

En el principio, la resistencia fue clandestina. Por cada despido Apex recibía dinero de Tracfone, cuyo monto resultaba, por razones de cotización cambiaria, mayor al que pagaba en concepto de indemnización. De esa manera, una de las pocas barreras que inhiben el impulso empresario al despido de revoltosos no tenía fuerza. Apex ganaba dinero hasta cuando despedía. Resistir y organizarse era, por lo tanto, una tarea necesariamente silenciosa, delicada, casi íntima. Reuniones secretas, desobediencias poco visibles, boicots y sabotajes, charlas mano a mano con los compañeros marcaron los movimientos de los hartos, que cada vez eran más.

Con la chispa activista se multiplicó la información y su circulación dentro y fuera de la empresa: testimonios duros, preocupantes. A los sueldos de mierda, la falta de respeto por los feriados, domingos y el no pago de las horas extras se sumaban rasgos bien propios de un call center: gente que se levantaba de su lugar de trabajo gritando y arrancándose los pelos, chicas y chicos llorando en el baño, en cuclillas, sin hacer mucho ruido, un gabinete psicológico que se dedicaba a desmentir padecimientos y a culpar a los trabajadores, cuerpos plagados de dolores de garganta, afonías y terribles contracturas, aparatos psíquicos escudados detrás de licencias psiquiátricas. Mientras tanto, de arriba llovían despidos y aprietes hechos con sonrisas aprendidas en cursos de PNL y del incipiente coaching ontológico que los nuevos empresarios comenzaban a consumir cada vez más.

No mucho tiempo después se planteó el dilema de institucionalizar la lucha; con él, llegaron las conversaciones, nada fáciles, con el sindicato de Empleados de Comercio de Rosario para organizar las elecciones y armar un cuerpo de delegados. Los fueros sindicales permitían movimientos en la superficie y la acción del sindicato frente a ciertos problemas pero, como su revés, forzaban un amoldamiento de la resistencia a los canales habituales, tantas veces ineficaces, de la acción sindical. Con reparos, las elecciones se hicieron y, a principios de 2006, se conformó un cuerpo de ocho delegados. La posibilidad de demandarle a la empresa cristalizó en un par de ítems que tenían al tiempo como botín preciado: que hubiera un minuto entre llamada y llamada y que la salida al baño no se descontara, como se hacía, del tiempo de descanso (que era de media hora para una jornada laboral de siete). El ideal empresario de la ausencia de tiempo muerto, que ya venía recibiendo golpes clandestinos, comenzó a recibirlos también a plena luz del día.

Algunos de los delegados (Carla, Mati, el Colo, César) iniciaron una experiencia política que, durante varios meses, corrió en paralelo a la estricta vida sindical de la empresa pero que, no obstante, tenía por objetivo enriquecerla: se reunían semanalmente con un colectivo de investigación llamado Universidad Experimental. Los encuentros funcionaban como lugar de análisis, más general y menos urgente, de los problemas que atravesaban. Ahí nacieron algunas ideas: la retaguardia como lugar de creación de nuevas relaciones y de descanso del combate abierto con la empresa; la importancia y el uso político del tiempo libre, el pasaje de la clandestinidad a la visibilidad, la estrategia empresarial de quemar trabajadores y reemplazarlos. Esas charlas, de un modo u otro, precipitaron en estrategias y tácticas. La nueva visibilidad y cierta protección a consecuencia de ser delegados, conectada con el intento de hacer algo distinto y la confluencia de personas procedentes de experiencias diversas (de trabajo, artísticas, de teorización) abrió un panorama posible de novedades activistas.

En agosto de 2006, Apex decidió despedir a Giorgina Lo Giudici. Podría haber sido una más pero no. El hecho se convirtió en una ocasión para que esas confluencias, búsquedas y nuevas formas de lucha encontraran expresión en una acción pública. Porque fue entonces cuando se organizó la primer rave de música electrónica por motivos sindicales en Rosario. Se llamó “Protestónica”.

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4 Lectores

  1. Gerbacio Masorca

    02/09/2014 en 18:13

    Buenas tardes, yo trabaje en Apex para la cuenta tracfone casi desde su comienzo. Lo que se relata es veridico, sufrimiento, esclavismo, problemas de salud que acarreaba, hasta ahí estamos de acuerdo… En lo que no estoy de acuerdo es que se de una falsa imagen de estos delegados, que decian velar por nuestras condiciones de trabajo y no hacían más que pasarsela boludeando. Incluso se sentaban y en vez de tomar llamadas para reducirnos la cantidad a sus compañeros, se sentaban en sus escricritorios y se desconectaban. Ahi los verdaderos heroes eran quienes trabajaban, no los que se rascaban las bolas y decian pelear por 1 minuto de aire entre llamada y llamada. Jamas los vi pelear por aumento de sueldo, de hecho a mi me despidieron si causa y nadie salto. Aun hoy siguen manteniendo ese mismo comportamiento ya que me he enterado que varios desaparecieron de sus trabajos sin dar señales de vida y cuando los apretaban metian un certificado medio.

    Basta de boludeces, estamos aburridos de los politicos que mienten y de sindicalistas que roban el sueldo. salute!!

    Responder

    • matias

      04/09/2014 en 11:34

      comentario de clasemedia apolitico el suyo gerbacio..fui parte de apex y de la experiencia de los apostoles desde el comienzo y si bien hubo fallas y traiciones tambien hubo un grupo de mas de 50 personas q lucho intensamente, dentro y fuera del horario laboral durante años y de manera voluntaria, esa es la unica forma de cambiar algo, hacer..nadie velara por tus condiciones de trabajo si vos no te organizas y luchas..la apatia generalizada, el quedarse en la queja y no hacer nada..culpar a la politica o al sindicalismo (q claro esta son corruptos y corruptores)y no ver la inaccion propia como parte de esa politica tan desnutrida de participacion..esas fueron para mi las principales causas de la derrota,de por si inevitable cuando se lucha contra un enemigo poderoso, salvo en hollywood, donde habitan los heroes q velan por tus condiciones de vida.

      Responder

  2. ezequiel

    12/09/2014 en 12:21

    Hola Gerbasio: soy el autor de la nota. Me gustaría marcarte tres cuestiones.
    La primera, sobre los delegados. No acuerdo para nada con tu percepción de los delegados. Trabajé junto a varios de ellos (no olvides que había diferencias internas) durante todo ese año, en reuniones periódicas para pensar cuestiones ligadas a su activismo sindical. Los vi moverse muchísimo, no dormir, agitar, ir a defender compañeros en el momento del despido. El aumento de sueldo (que parece ser lo único que te preocupa como demanda) fue un eje permanente. Por ejemplo, cuando se presentó el problema de ser encuadrados en Telefónicos o en Empleados de Comercio o cuando echaron a una chica y el volante (lo tengo, te lo muestro) decía «aumento de sueldo». Por lo cual, es totalmente injusta tu apreciación en ese sentido.
    La segunda, preguntarte sobre tu accionar.¿Qué hiciste en esos años para cambiar tus condiciones de trabajo? Con aburrirse no alcanza.
    La tercera tiene que ver con tu idea de «héroes». Que la gente sufra (habrás notado que el artículo insiste en ese punto porque me interesa marcar lo que yo considero uno de los peores trabajos contemporáneos)no la convierte en héroe; en el mejor de los casos, la convierte en víctima. Precisamente por pensar que sufrir es heroico mucha gente insiste en no pelear por sus derechos y termina regodeándose en su propio padecer.
    saludos.

    Responder

  3. Romina

    13/09/2014 en 16:25

    También trabajé dos años en Apex y participé de la experiencia de lucha y sindicalización que llevamos adelante gran cantidad de compañeros. Desde mi punto de vista hubo dos momentos en esa lucha. El primero que fue del que participé fue de absoluta clandestinidad, justamente el tiempo de organizarnos para hacer algo porque no soportábamos más de lo que derivó llegar a una elección de delegados. Esto implicó reuniones en horarios estrambóticos y dinámicas de encuentro que no dejaran el menor rastro de lo que estábamos intentando llevar adelante porque sabíamos que ante a menor sospecha éramos automáticamente despedidos. Esto duró un año si mi me memoria no me traiciona, luego vino la elección de delegados que también tuvo su cuestión paradójica porque fue Empleados de Comercio el único sindicato que nos recibió en su cartera, siendo que esto ya de por sí implicaba una complicidad absoluta del mismo con la empresa y el estado que hacían la vista gorda, puesto que ubicarnos en ese rubro implicaba los menores costos para ellos y los mayores para nosotros al desconocerse el tipo de trabajo que hacíamos y su consecuente remuneración y, fundamentalmente, que se trataba de un trabajo insalubre y eso se paga con dinero y reducción del tiempo de trabajo. Los telefónicos (recuerdo la reunión en la que fuimos a hablar con ellos) se lavaron las manos y no nos quedó otra que legitimar uno de las contradicciones fundamentales. El plan entonces fue comenzar por ahí, para luego ver cómo podíamos poner sobre la mesa esas cuestiones. Recuerdo cosas tan bizarras… cuando al fin, y luego de tantísimas discusiones, decidimos tomar esa vía y afiliarnos a Empleados de Comercio, comenzamos a hacer asambleas ahí en un salón enorme, con muchísimas personas (alrededor de trescientas, espero no exagerar) y Ghioldi con otros representantes del sindicato en la punta, detrás de un escritorio, intentando «guiar» la discusión. Lo pienso y me da mucha gracia porque las contradicciones estallaban como bombas en nuestras manos, la primera pregunta que me hice fue: para eso luchamos todo este tiempo? Conquistar derechos para emanciparnos un poco del control de la empresa nos arrojaba a perder libertades en el ámbito de nuestras ideas, estrategias, acciones, era, paradojicamente dejar gran parte de nuestro capital (potencia), ese que nos arrebataba la empresa cada día, en manos del sindicato. En fin, luego vinieron las elecciones de delegados y hasta ahí llegó mi participación en esa lucha (aunque continuo en otras) pero sospeché que lo que se venía para mis compañeros -que con muchas dudas y miedos habían aceptado el gran desafío de «representar» intereses que eran de lo más inciertos y opacos- iba a ser muy pero muy difícil. Me quedaron hermosos recuerdos por toda esa aventura colectiva y un gran respeto y afecto por mis compañeros, con quiénes iniciamos una quijotada sin la cual me hubiera entristecido mucho más y mis fuerzas hubieran mermado más de lo que lo hicieron durante ese período. Esa lucha, como todas para mí, fue una forma de no morir, una estrategia de supervivencia. Saludos!

    Responder

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