Museo Negro
Foto: Manuel Costa

Una oscura capa de látex de exterior cubre las paredes del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino. Para fines de febrero de 2015 recuperará su color original, pero hay quienes dicen que eso no será posible. La intervención desató un acalorado debate sobre los bienes públicos.

El edificio que alberga al Museo Castagnino fue intervenido por la artista rufinense Mariana Tellería, la obra cosechó repudios y comentarios de todo tipo. Hacía tiempo que el terreno artístico no generaba tanto ruido en la sociedad rosarina. Los muros blanco hueso fueron pintados de negro para dar cuerpo a Las noches de los días, que a su vez integra la muestra “Ampliación”, una propuesta que puertas adentro y afuera se desarrollará en la célebre institución del Parque Independencia.

La exhibición se enmarca dentro de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU) que se desarrollará en Rosario entre el 13 y el 17 de octubre. “El proyecto de «Ampliación» consiste en crear climas que tiñan los distintos espacios por efecto de vinculaciones posibles entre las obras”, explica la web del museo.

“Mariana Tellería apuesta a cambiar una pequeña parte de los escenarios comunes, esos que nos resultan amables, no amenazantes. Pintar el Castagnino de negro es un llamado de atención: aquí hay un museo, aquí pasan cosas”, dice otro artículo publicado en el mismo sitio.

Indignada por la negritud, una legión de comentaristas de sitios web de los principales medios de comunicación locales se despachó con toda clase de improperios. En tanto, instituciones como el Colegio de Arquitectos o el ignoto sello de goma Asociación Casco Histórico de Rosario se sumaban al coro de desaprobación, devenidos espontáneamente críticos de arte y defensores del patrimonio público.

Algunas lecturas

“En este solemne acto me declaro a favor de la pintada de negro del museo Castagnino. Por más que los guardianes del patrimonio, la moral y las buenas costumbres se indignen, la obra de Mariana Tellería es lo más interesante que pasó en el Castagnino desde ese cuadro de la concha de la Virgen María”, se despachó el arquitecto Iván Kozenitzky a través de Facebook, en referencia a un fotomontaje de Mónica Castagnotto que en 1999 despertó reacciones de grupos católicos.

Ezequiel Gatto, historiador y columnista del semanario El Eslabón, hizo su propia lectura: “Si uno presta atención a la situación de la ciudad (con un índice de muertos y de resoluciones violentas de conflictos alarmante) y luego ve lo que el gobierno local está haciendo con la cultura y, entonces, recién entonces, piensa en el Castagnino pintado de negro, quizá pueda comprenderlo como un reconocimiento inconsciente del socialismo. De lo oscuro que se le está poniendo todo.”

La convocatoria a un abrazo al edificio pintado, que tuvo lugar el domingo 14 de septiembre, denunció: “El Castagnino fue víctima de la torpeza de algunos que se dicen artistas de la ciudad. Su delicado revestimiento de piedra París fué pintado de negro como un desafío artístico. Percibimos este acto como una idea alterada del arte, impertinente, bruta, de contenidos arbitrarios. Te convocamos para que vengas a dar tu no a los artistas que matan el arte”.

El contrapunto calentó las redes sociales y el fanzine Japón Post hizo un llamado a la reflexión: “Un Mc Donald nos chorea medio Patio de la Madera y nadie dice nada, artistas pintan un museo y se alarman todos. El espíritu de Del Sel está entre el pueblo.”

—Te acusaron de “torpeza artística”, hubo gente abrazando el edificio y otros tantos fueron a besarse para abrazar tu trabajo. ¿Qué te van dejando las múltiples reacciones sobre tu intervención en el Castagnino?
—Nombrar mi gesto, mi acción como “torpeza artística”, pensando esta torpeza como error o desacierto se desvanece en el momento en el que tengo que reflexionar sobre cuál/cómo/para qué o quién/según qué sería un “acierto artístico”, no caben en el mundo del arte posiciones maniqueístas.

“La inteligencia de la exactitud no impide el placer de la inexactitud”, contemplaba Magritte.

Todo lo que está sucediendo me lleva a pensar que tengo una deuda gigante; por un lado con todos los que pelean y trabajan responsablemente por el valor de sus ideas y por otro con todos aquellos que rápidamente ven con ojos de víctima todo lo que no pueden comprender y ni siquiera se dejan caer en el placer de lo extraño, lo nuevo o lo transformado. La resistencia obstinada y mal direccionada sumada a la hipocresía ciega y desinformada, son algunas de las patologías que evidencian el malestar de una sociedad que no deja de tener miedos y sentir enojo por motivos, a mi entender, claramente más alarmantes que el color de un edificio.

—¿Cómo funciona una obra que, al menos en principio, no se identifica como tal?
—Esa idea se amplía, se masifica e invita al debate, activa la realidad y produce pensamientos que exceden la pura reflexión estética y atraviesan otros escenarios en un constante devenir de ideas y preguntas en torno a lo que vemos, lo que somos y lo que nos rodea.

Lo inesperado siempre proporciona información; lo que se espera que suceda con seguridad no nos dice mucho, es lo normal, es la realidad, es el mundo del que podemos hablar e incluso olvidar. Lo inesperado, en cambio, interrumpe y compromete a responder.

Creo fuertemente que un acto poético debe trastornar e incomodar a la razón, desordenar los escenarios comunes y la lógica más básica que controla el modo que tenemos de ver las cosas. Como si fuese una realidad paralela que pone en crisis lo normal y permite entregarse al absurdo, pero no al absurdo que asocia de manera extravagante dos mundos extraños sino a otro que a partir de una básica y posible acción como cambiar el color de un edificio, es capaz de modificar el entendimiento de las convenciones ampliando nuestra percepción y generando propuestas diferentes que desarrollan nuestra capacidad de vivir experiencias.

—Una obra como Las noches de los días, por su propia naturaleza, puede ser objeto de interpretaciones diversas. ¿Cómo evaluás esas distintas lecturas?
—Hay un abismo entre las repercusiones a favor y los dichos en contra, sostengo que desde diferentes lugares todo construye. Por cuidarme de tentaciones vanidosas no voy a hablar de las lecturas que elevan el proyecto y por respetar y conocer más que nadie en este mundo la verdadera naturaleza de mi trabajo tampoco nombraría los comentarios adversos.

Sabemos que no hay una única manera de explicar lo que se ve, la mediación conceptual entre el mundo y cada uno de nosotros plantea un espacio enorme donde todo se vuelve múltiple, mi intención es que mi trabajo funcione como una invitación, una sugerencia, no de un mundo compuesto por sucesos explicables, absolutos y lugares de consenso, sino a otro donde la relación con lo natural pueda resignificarse.

—Cuando se disparó el debate muchos salieron a comparar tu trabajo, tachado de vandalismo, con las pintadas futboleras que tapizan muchas paredes rosarinas. ¿Qué pasaría si hinchas de Newell’s agregaran rojo a los muros negros?
—Elegir el afuera invita a tolerar todo lo que eso conlleva. Considerar vandalismo cualquier manifestación que refleje pasión de la naturaleza que sea creo que merece cierto análisis y compromete a distinguir un poquito. ¿Cómo leemos entonces la invasiva pintada política en época de elecciones?

Sobran ejemplos de acciones que pueden, bajo este criterio, tildarse de irrespetuosas o desconsideradas. Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

—Tal vez el Castagnino esté empezando a sacudirse el rótulo de “bellas artes” para transformarse en otro museo de arte contemporáneo. ¿Podemos decir que tu intervención acompaña esa mutación?
—En absoluto. Mi trabajo construye mis ideas y éstas, al menos hasta ahora, nunca tuvieron necesidad de hacerse eco de una supuesta mutación de una institución. Aunque, aclaro, no tendría ningún dilema en hacerlo si así surge. Además viene al caso decir que la desacralización del arte comenzó hace casi 100 años, el objeto sagrado está siempre lejano, apuntar al “fin de las lejanías” es una deuda del arte más allá del rótulo que le otorguemos. Y justamente me sigo preguntando: ¿por qué condenar a un objeto a una forma eterna?

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