Foto: Manuel Costa
Foto: Manuel Costa

Minutos antes o después de las 7 de la mañana lo despierta el primer bocinazo. Vive en una esquina del centro de Rosario sobre una calle perpendicular a otra por la cual desde hace un año se implementó un carril exclusivo para el transporte público, es decir taxis, remises y fundamentalmente colectivos.

Como en esa calle no pueden detenerse los taxis, éstos se ven obligados a doblar y estacionarse en una perpendicular para que los pasajeros suban o bajen. Pero como el carril exclusivo impide el estacionamiento, lo que siempre fue una parada de taxis se convirtió en una parada exclusiva para los pasajeros de un hotel más o menos exclusivo. Eso implica que en esa esquina, donde alguna vez hubo una parada de taxis y ahora hay un cartel que le da prioridad a los usuarios del hotel, los taxis muchas veces tampoco puedan parar.

En consecuencia, muchos taxistas optan por estacionarse en doble fila mientras esperan que los pasajeros les paguen. Si el pasajero en cuestión no tiene cambio, la operación de pago se puede demorar hasta un minuto, lo que implica muchas veces que el vehículo en cuestión obstaculice el tránsito de la calle perpendicular por la que muchos otros vehículos pretenden doblar. Ese minuto de obstaculización del tránsito genera, en ciertos momentos del día, pequeños embotellamientos que algunos automovilistas pretenden sortear mediante bocinazos en los que además descargan sus frustraciones sexuales.

Más allá de que esos bocinazos puedan –o no– chuparle un huevo al taxista en cuestión, debería repararse en que generalmente éstos no pueden evitar detenerse en doble fila ya que la cuadra en cuestión, además de la parada exclusiva para uso del hotel, está casi en su totalidad ocupada por entradas de estacionamiento de los edificios que en los últimos tiempos se han ido erigiendo en la zona. Como ese que todavía está en construcción en el único hueco que quedaba y en el cual la descarga de materiales comienza alrededor de las 7 de la mañana cuando llega un camión de gran porte y se estaciona contra el cordón paralelo al obrador. A veces el camión se tiene que acomodar y tiene que poner marcha atrás. A tal fin, una insistente alarma comienza a sonar en la cuadra dando cuenta de que ese vehículo de gran porte está retrocediendo.

Suele ocurrir que esas maniobras, debido a las dimensiones del camión en cuestión, obstaculizan el tránsito por la calle perpendicular al carril exclusivo y generan de esa manera pequeños embotellamientos que algunos automovilistas pretenden sortear mediante bocinazos en los que además descargan sus frustraciones sexuales. En algunos casos, los bocinazos pueden recrudecer teniendo en cuenta que algunos automovilistas ya vienen padeciendo –o disfrutando, quién sabe, sobre gustos…– desde hace varias cuadras. Generalmente, la alarma de la marcha atrás de los camiones que descargan materiales sumada a los bocinazos dan forma a un paisaje sonoro demasiado estridente para ese momento del día en el que, forzosamente, él debe levantarse quiera o no.

Los carriles exclusivos para el transporte público se crearon a partir de una decisión del gobierno municipal que encabeza la intendenta Mónica Fein con la idea de agilizar el tránsito por algunas calles en las que, además, se prohibió estacionar. Esa prohibición generó un ¿perjuicio? para la empresa que explota el ¿servicio? de estacionamiento medido. Pero ese lucro cesante fue rápidamente salvado incluso antes de que se implementaran los carriles compensando a la firma en cuestión con más cuadras donde ¿prestar? el ¿servicio? Pero, además, esa prohibición generó un problema para varios de los hoteles que ya no podrían utilizar la calle del carril exclusivo para ascenso y descenso de pasajeros.

Ese problema fue salvado con dársenas en las calles donde hay carriles exclusivos y, en algunos casos, también convirtiendo las paradas de taxis en paradas para los usuarios de los hoteles. Otro problema que generó la prohibición de estacionar en las calles de los carriles exclusivos es la desaparición de las paradas de taxis, pero ese problema pudo ser resuelto por los taxistas estacionando en doble fila. En cuanto a los problemas de embotellamiento que generan los carriles exclusivos, muchos intentan solucionarlo a los bocinazos, pero no siempre lo logran –al menos antes del minuto–. Las frustraciones sexuales de los protagonistas son variables más difíciles de analizar y resolver.

La vida en las ciudades es una construcción colectiva en la que se articulan decisiones personales que muchas veces se convierten en conflicto. Administrar esos conflictos de convivencia suelen ser materia de un Estado cuyo devenir también se va construyendo a partir de decisiones personales o colectivas de los funcionarios electos –al menos en los papeles– a tal fin. A veces encarrilar esos conflictos hacia un final feliz que contemple todos los intereses –muchas veces antagónicos– o problemas, se complica al punto de generar engendros como el carril exclusivo para ciclistas de calle Salta que convive con los autos que estacionan de la misma mano a pedido de los comerciantes que prefieren los autos a las bicicletas. O la bicisenda de avenida Pellegrini que hace tan feliz a algunos ciclistas –e incluso a motociclistas que la aprovechan irregularmente– mientras genera más atascos en lo que alguna vez fue una avenida rápida para entrar o salir de la ciudad.

Por alguna razón, las decisiones en materia de tránsito que suele tomar el gobierno municipal –incluso antes de que fuera encabezado por Mónica Fein– suelen solucionar algunos problemas y generar otros (salvo para la afortunada empresa que explota el ¿servicio? de estacionamiento medido). Esas decisiones, aunque no parezca ni sea materia de los farandulescos análisis políticos que emanan de los medios masivos, son políticas. Decisiones políticas que a veces impactan en el humor de quien se despierta a los bocinazos, tanto como en los bolsillos y –cada vez más– sobre la vida y la muerte.

Hasta en los detalles que un estadista podría considerar nimiedades puede verse lo difícil que es hacer política en la calle: el territorio donde las decisiones de los funcionarios y servidores públicos se convierten en vida cotidiana. Un terreno donde no hay declaraciones premoldeadas por el marketing, sino bocinazos. Un terreno donde no hay folletería explicativa, sino conflictos de espacio y tiempo.

Es en la calle donde vive la política que se decide tras bambalinas. Algo que quienes ejercen –y viven de– la función pública seguramente saben y que nuevos aspirantes a determinados cargos como Pachu Peña deberían ir sabiendo. A menos que crea –como ha declarado– que hacer política se trata de darle una mano a su amigo Daniel.

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