MIAU 0136 b

El sábado a la noche, cuando volví a mi casa, encendí la compu. Mientras abría el navegador, mi memoria repasó velozmente algunas imágenes del día. Entonces, mi Mozilla, que nunca tiene menos de treinta pestañas activas, se abrió en la web del diario La Capital. La foto que vi me shockeó: fondo oscuro, pantalla gigante, gente sentada en disposición conferencia. Por una fracción ínfima de tiempo creí que era el registro de una mesa de la MIAU, la Movida Independiente de Arquitectos y Urbanistas, el evento en el que yo había estado hasta unos pocos minutos antes.

Pero no. En la fracción siguiente reconocí las caras del gobernador de la provincia y de la intendenta rosarina. Abajo, una declaración del primero: “La Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo fue tiempo de diálogo entre lo público y lo privado”. Me llamó la atención el uso del “lo”, que usualmente se reserva a definiciones sustantivas. Bonfatti no sólo no había dicho que el diálogo había sido entre el Estado y empresarios del sector inmobiliario (un enunciado mucho más cercano a lo que había pasado) sino que aseguró que allí estaban LO público y LO privado.

Después de esa reflexión, me reí de mi primera interpretación de la foto. No, eso no era la MIAU.

Cuando los Arquitectos Sindicados me contaron que organizarían una actividad justo sobre el final de la Bienal, lo primero que me gustó fue su nombre. No tanto porque la onomatopeya felina tiene un profundo arraigo en la memoria cultural rosarina reciente sino porque el deslizamiento desde Arquitectura y Urbanismo a Arquitectos y Urbanistas ponía el acento en un lugar más interesante.

No había pleitesía ni sumisión a las disciplinas, sus jerarquías, sus instituciones consagradas y sus cánones, sino foco en las personas, sus fuerzas de trabajo, sus condiciones laborales, sus vidas. Sustantivos distintos para tramas político-profesionales distintas que, a su vez, propician situaciones, problemáticas y preguntas diferentes.

Y eso fue lo que sucedió el sábado pasado, durante toda la tarde, en Distrito Siete. Un grupo de treinta y cinco arquitectos jóvenes, que buscan dignificar la profesión, revalorizar y reintegrar al arquitecto en su función social y que quieren construir la ciudad que desean, gestionaron la posibilidad de que más de trescientas personas transitaran el lugar, dialogaran, conocieran gente nueva, escucharan, preguntaran y se fueran pensando, ellos también, qué pueden hacer con lo que aprenden y saben, en qué ciudad quieren vivir y con quiénes quieren construirla.

Apenas entrabas, la MIAU te recibía con la muestra Enchinchar Pro.Cre.Ar, una exposición de 85 proyectos que arquitectos (santafesinos, cordobeses, bonaerenses, misioneros, neuquinos, chubutenses, entrerrianos y tucumanos) realizan o realizaron a partir de los créditos que, otorgados por el gobierno nacional para la construcción de la primer vivienda propia, han reconfigurado el panorama laboral de muchos profesionales.

La muestra se proponía, como dijeron los organizadores en la presentación de la actividad, mostrar un rico abanico de arquitecturas que se están desarrollando y reflejar diversas realidades con respecto a los clientes y al trabajo del arquitecto. El efecto, agradablemente abrumador, de tantos paneles juntos lograba expresar aquella riqueza y diversidad.

Además, el recorrido por los tres fenólicos, dispuestos triangularmente y repletos de proyectos enchinchados, te dejaba la impresión de que es posible optimizar recursos no abundantes hacia una arquitectura creativa que evite caer en la trampa –ya alertada por el proverbio indio– de la vulgaridad del lujo. Finalmente, pero no por ello menos importante, el panorama expuesto también alimentaba el debate sobre los procesos de suburbanización y migración hacia las periferias, en curso alrededor de las ciudades más importantes del país, su impacto infraestructural, ambiental, demográfico y urbanístico. El Pro.Cre.Ar como posibilidad y como problema.

En paralelo a la muestra, se sucedieron tres “conversatorios”: mesas temáticas donde se expusieron investigaciones en torno a la arquitectura como profesión y como saber y a la ciudad de Rosario como problema y desafío. Vale repasar los muchos y densos interrogantes que los invitados recibieron a manera de guía para sus intervenciones (porque, en definitiva, uno es, también, lo que pregunta):

“¿Los arquitectos somos trabajadores? ¿Debería haber un piso ético regulado para los honorarios profesionales? ¿Es posible terminar con el trabajo precario en estudios y constructoras? ¿Son efectivas las organizaciones gremiales de los arquitectos? ¿Cómo influyó el boom de la construcción? ¿Permitió mejorar nuestras condiciones laborales? ¿Cómo incidió en la configuración actual de Rosario? ¿Cómo repercutió la aparición del programa Pro.Cre.Ar en el proceso de suburbanización? ¿Cómo se transforma el centro histórico y qué pasa en los barrios? ¿Por qué gran parte de la población debe emigrar a localidades vecinas mientras el centro se llena de departamentos vacíos? ¿Cómo pasamos de «la mejor ciudad para vivir» a la ciudad narco y la militarización de los barrios? ¿Cuál es el valor y el aporte de los arquitectos en el desarrollo de los proyectos del Pro.Cre.Ar? ¿Esto nos acerca de algún modo a la función social de nuestra profesión? ¿De qué manera la arquitectura construye ciudad? ¿Propone modos de habitar contemporáneos? ¿Qué espacio hay para la experimentación en un contexto de precarización profesional?”.

Participaron, además de los organizadores, The Architecture Lobby (Nueva York), SARQ (Sindicato de Arquitectos de España), ambos con filmaciones hechas para la ocasión, la Cooperativa TEKO (Santa Fe), el Club de Investigaciones Urbanas (Rosario), la doctora Norma Lanciotti (Facultad de Economía, UNR), la profesora María Celina Añaños (Escuela de Trabajo Social, UNR) y los arquitectos Víctor Franco López (de España), Martín Scarpacci, Sebastián Cekada, Franco Piccini y David Barragán y Daniel Moreno Flores (estos dos últimos ecuatorianos).

El arco de temas fue desde la construcción sustentable a la disputa por las hectáreas que aún no han sido adjudicadas en la zona de Puerto Norte, pasando por la necesidad de pensar nuevas formas de organización colectiva, la importancia de la arquitectura y el arquitecto en la calidad de vida y la indagación histórica de la urbanización en Rosario. Estos tópicos se abrieron a las preguntas que el público fue haciendo luego de las exposiciones: el destino de los no sorteados en el Pro.Cre.Ar, las alternativas al modo financiero de acceso a la vivienda, la viabilidad económica del modo cooperativo de trabajo, entre otras.

La MIAU priorizó la presencia de arquitectos y estudios pequeños, que son los principales afectados por la explotación y la precarización laboral así como agentes potencialmente decisivos en la construcción de nuevos imaginarios y realidades urbanas. Sin embargo, en una interesante decisión política, no limitó los interlocutores al marco profesional local. En cambio, convocó a personas con otros saberes, profesiones e ideas y lugares de residencia, en un intento por resaltar que son los cruces (algunos armónicos, otros tensos) entre conocimientos, experiencias colectivas de organización, posiciones políticas y teóricas en un mapa global las que pueden alimentar nuevas imágenes de organización sindical, de ciudad y de vida en común.

Luego, cena, baile y show. La MIAU mutó y se prolongó en los recitales de Los Canadienses y de Banda En Orsai y en una fiesta, estirando su vida hasta la madrugada. Alegre. Sabiendo que esto recién empieza.

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