Foto: José Granata/Télam.
Foto: José Granata/Télam.

Yo no sé, no. Los zanjones abundantes en vegetación impedían ver con certeza si uno le iba a pegar un manotazo a una rana hembra, a una rana macho o a un –para nosotros– despreciable sapo. Gatica le había enseñado a Pedro cómo confiar en el último momento en su propio pálpito. Gatica era un pibe que le habían puesto como sobrenombre El Mono, por su coraje para agarrarse a piñas en el barrio. Por ese entonces, Gatica vivía cerca de Biedma y España.

La pantalla del 7, abundante de una especie de neblina oscura, no dejaba ver si el Chango seguía desbordando o no en esa final del ’70, donde el Canaya fue llevado de la mano de Don Ángel. Más aún, no se vio con certeza al principio si el pelotazo le había pegado en la cabeza o en la espalda al Flaco Landucci, que posibilitó el empate transitorio y también impidió ver la invasión de campo consentida durante varios minutos por el otro Ángel que tenía el partido, que era el árbitro Ángel Coerezza. Ya en el segundo tiempo, al Chango Gramajo lo habían dejado en el vestuario.

A mediados del ’75 el poder económico se adelantaba al golpe del ’76 y los efectos del Rodrigazo se hacían sentir. Pedro me contaba que tenía que participar de unos actos relámpagos como forma de protesta por esas medidas, pero tenía un pálpito de que las cosas no saldrían como pensaba. Me contaba que siempre pensaba (mezclando como siempre, Pedro) en esa jugada del empate transitorio del Flaco Landuchi, que no fue poniéndole el pecho en definitiva. Al final, le pegó en la espalda, me decía. En estos tiempos en que tenemos varios árbitros en contra, Pedro se debate pensando si hay que aguantar presionando hasta en la salida, hasta enero, o hay que seguir atacando con todos los delanteros en la cancha. Los jueces de acá, caranchos, o los buitres de afuera, sabemos que están apostando con el poder económico a inclinar la cancha. Pedro me dice: Tengo un pálpito. Que en el momento preciso, a pesar de que las distintas pantallas no nos dejan ver con precisión la jugada, más aún, la enturbia, vamos a terminar levantando los brazos para un gran abrazo triunfante como ese que le pegaba Gatica El Mono a las causas populares, o Don Ángel, cuando levantaba los brazos como queriendo abrazarlos a todos, o de aquellos compañeros que sus corazones palpitaron en tiempos que abrazaban los cambios profundos.

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