“No es la primera vez que escribo algo a partir de Charlie Egg”, pienso mientras camino hacia la radio donde trabaja y donde vamos a encontrarnos. Pero esta vez no voy a reseñar uno de sus discos sino a entrevistarlo por haber sido el responsable, durante todo el año, de un taller de producción musical electrónica en el barrio La Cerámica, en el norte de la ciudad.

Ese taller adquirió notoriedad reciente cuando Charlie y sus participantes (chicos de 12 a 19 años) lanzaron por bandcamp.com y en formato físico el disco Los pibes de La Cerámica, una obra colectiva compuesta por diez temas producidos a lo largo del año. El disco, pienso, no me interesa tanto como el proceso de producción, sus obstáculos, sus descubrimientos, sus alegrías. Quiero preguntarle a Charlie por matices y detalles, idas y vueltas, dudas y problemas sin detenernos tanto en el punto en que el proyecto se volvió imagen –el disco– sino donde fue carne.

—¿Qué recuerdos te quedaron del año con los chicos?
—El primer día me sentí un poco tonto, preguntando qué música escuchaban y si tenían compu en la casa. Ese día había varios chicos pero los que fueron todo el año terminaron siendo cinco. Todos varones, de entre doce y diecinueve años. Nos encontramos todas las semanas, dos horas, desde abril a noviembre. Ahora nos seguimos encontrando por las repercusiones que está teniendo el disco. Respecto a las clases, enseguida me di cuenta que cierto orden no tendría sentido, que iba a tener que moverme con otras lógicas. Algunas veces las clases fueron excusas para encontrarnos, tomar una coca, sentarnos en la plaza, decirles que estudiaran porque varios de los chicos que participaron no van a la escuela, decirles que se puede conseguir laburo como músicos. Traté todo el tiempo de que se respetaran entre ellos, más que focalizarme en que me respetaran a mí. La pasaba bien, a veces volvía con la cabeza prendida fuego, pero estaba con pibes, enseñándoles música.

—¿Los chicos tenían relaciones previas con la producción musical?
—Uno de los chicos, Alejandro, estudia música y ha hecho varios talleres; a otro, Brian, lo he visto en fotos con una melódica. El resto de los chicos, Milton, Javier, Kevin, Ezequiel, Bruno y Alan tenían una relación de oyentes.

—¿Y cómo funcionó el taller?
—Como software usamos el Ableton Live. Les enseñaba a programar la batería, les hacía bajar y subir el tiempo, cambiar la rejilla. Les hice un paneo de todas las cosas que pasan cuando componés un tema en ese programa. Si no les gustaba algún sonido, les mostraba las formas de cambiarlo. De alguna manera, los ayudaba a escuchar. Si veía que se empantanaban, los ayudada a salir. En muchos casos, el primer sentimiento hacia lo que hacían era de desinterés. Yo les decía “Está buenísimo lo que hiciste, ¿no te gusta?”. Me contestaban que no. Entonces, buscaba el modo de entusiasmarlos.

—A propósito del entusiasmo, los chicos en los barrios están acostumbrados a escuchar otras músicas. ¿Qué pasó con eso?
—Lo primero que planteé fue que cada uno hiciera la música que quisiera y consideré como música electrónica a todo lo que se hace hoy en día siendo que, en mayor o menor medida, toda la música está hecha con recursos electrónicos. Primero les pregunté qué les gustaba y ninguno me dijo un género de música electrónica afín a lo que quedó después. Yo les dije: las herramientas que se usan para las músicas son éstas, yo les muestro las herramientas. En ese punto, lo que ellos fueron haciendo era un poco mimético a mi enseñanza y, por eso, los temas responden al género música electrónica. De todas formas, creo que ese aspecto estético es algo coyuntural. Para mí la posta a futuro es que hagan música tropical, que es lo que más les gusta escuchar, y que los puede poner también en un lugar laboral un poco más concreto. Y eso requiere un trabajo a futuro.

—¿Qué creés que los atrajo, siendo que no todos tenían familiaridad con la producción musical? ¿Qué los hacía ir todas las semanas?
—Algo detrás de todo eso les resultaba interesante. Mi plan del disco siempre estuvo y cada tanto se los decía, pero no sé si fue eso. No creo que se haya armado una ilusión rápidamente sobre el disco. Pero lo cierto es que yo me bajaba del bondi y ellos me estaban esperando e íbamos todos juntos a romper los huevos, ahí, donde estaban las compus. La compu tenía un poder de atracción. Ellos se divertían y yo iba y venía sobre la idea del taller, dejando que pudieran jugar a otras cosas, sin meter presión.

—Siendo que trabajé en una situación parecida, en un momento te cae la ficha de que no se trata meramente de llegar a un producto sino de ver qué relaciones podés armar ahí para crear algunos códigos, para evitar algunas violencias. Tan importante como la acción específica por la que estás ahí, es ver cómo se está ahí. ¿Cómo relacionaste esas dos instancias?
—Antes que nada, creo que mantener a los pibes dentro de la institución es el primer logro que uno se puede plantear. Hay una cosa que yo intuía y que terminó funcionando: ellos van a recordar este año como “El año que hicieron el disco «Los pibes de La Cerámica»”. Sigan haciendo música o no. Si no, porque pasaron por esto y es constatable; y si siguen, porque es un primer paso. Ese efecto transformador de haber realizado un acto creativo los pone en un lugar de potencia. Ahora se sienten capaces de hacerlo. Yo tenía una idea y creo que la pude cumplir: que ellos se vieran transformados por el acto creativo, por reconocerse en la obra, por saberse capaces de hacerlo y capaces de replicar esa situación cuantas veces quieran, por el lado de la música o lo que sea: pintar, hacer un edificio.

—Por lo que contás, tengo la impresión de que la estrategia fue inventarles un deseo más que aprovechar un deseo previo intenso y que lo que estás tratando de dejar es un deseo encendido, una posibilidad de proyección que rompa el cerco del consumo voraz de cosas, algo que va mucho más allá de los pibes.
—Claro. Darles una herramienta de respeto, que experimenten el respeto por su propio trabajo. No en el sentido de que “trabajar dignifica”. Nada de eso. El plan no es convertirlos en seres útiles para el capitalismo, sino que a partir de esa experiencia recibieron afecto de gente que de otra manera no se los iba a dar, iban a obtener más miedo que cariño. Los ven llegar y ahora son “Los pibes de La Cerámica”. Funciona también como un desestigmatizador del barrio como lugar peligroso, como lugar donde se roba o no se crea nada.

—Eso es llamativo. Hay miles de talleres que no surten este efecto legitimador hacia los demás pero la creación artística sigue siendo hacia afuera una vía posible de respeto.
—Es una cuestión de distancia y recorrido. Yo, Charlie, saco un disco y es algo previsible. Para nosotros recorrer el trayecto que va de inventar una obra musical hasta publicarla es algo que está muy cerca de lo que hacemos y podemos. Cuando sucede que alguien que no se espera que saque un disco, lo saca, las repercusiones son otras.

—Eso es interesante y polémico porque en el fondo me parece que también hay, nos guste o no, una percepción de este disco que revela prejuicios fuertes.
—Es cierto, porque el establishment cultural se sacude. Entran a jugar actores sociales que pueden producir algo que se confunde con el establishment y, de esa manera, destronan del pedestal a muchos. Yo oficié como productor, en el sentido de ordenar un poco las ideas, no toqué la compu, salvo para masterizar el disco.

—Contame de las repercusiones del disco porque creo que lo que decíamos de la afectación por el proceso tiene mucho que ver no sólo con hacerlo sino con comunicarlo.
—El disco tuvo mucha prensa, en redes y en los medios. Hubo muchas llamadas, fue muy bien cubierto. Eso formó parte de una idea de ir más allá de la producción del disco.

—¿Y ahora los pibes como se relacionan con lo que hicieron? ¿Qué cambios notas que hubo entre la producción y la promoción?
—Es difícil. Lo que puedo decir es que en público se comportaron genial, respondieron entrevistas en las radios, fueron a una sesión de fotos. Y se despertó un sentido de pertenencia común entre ellos y yo. Eso estuvo buenísimo, me dijeron que tenía que estar en las fotos. No sé qué puede pasar pero de todas formas más allá de lo que pasó en el año, la memoria de este año, sino no hubiera tenido este cierre, no sería la misma.

—¿El año que viene sigue el taller?
—En principio no está contemplado en los talleres que organiza la Municipalidad. Yo lo quiero seguir, pero también me gustaría apuntar a multiplicar estas experiencias, diversificarlas, volverlo un taller itinerante que funcione en varios barrios de la ciudad.

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Un comentario

  1. helena

    30/12/2014 en 16:17

    Felicitaciones a Charlie y a este grupo de La Cerámica por apostar a producir creativamente algo propio y al columnista por la nota.¡Mucha lucidez en este diálogo también! Comparto muchos criteros de trabajo comentados aquí y resalto esta frase…»haber realizado un acto creativo los pone en un lugar de potencia».Además reivindico esta forma de protagonismo. ¡Ojalá se repitan estas experiencias!

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