Foto: Jerónimo Principiano
Foto: Jerónimo Principiano

Cualquier bondi los deja bien. Tal vez porque carecen de un rumbo claro, un objetivo propio, asumido y reivindicado como tal. En 2008 fueron “el campo”. Ahora son Nisman. Es tan grande, tan perversa la manipulación, que hizo posible que haya gente capaz de confundir una operación de los servicios de inteligencia y los poderes fácticos contra un gobierno democrático con una gesta heroica a favor de la justicia y la verdad.

Los pequeños grupos que salieron a manifestar a las calles tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, al menos a simple vista, parecen pertenecer a algunos de los sectores que componen ese complejo conglomerado social que suele denominarse clase media. Son los mismos que salieron a protestar contra las retenciones, por la inseguridad, y cada vez que ciertos medios hegemónicos crean el clima propicio para empujarlos a las calles a hacer una rara clase de catarsis.

Pese a que los sectores medios definen su discurso, su autoimagen y su visión del mundo a partir de lo que tienen, al mostrarse en la calle, en el espacio público, que es el espacio de la política y no les sienta bien, se hacen notar más por lo que carecen.

En principio, y a juzgar por lo que se escuchó en las movilizaciones, carecen de un discurso propio. Reproducen, puntualmente, los dichos de los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos. Especialmente, de aquellos medios que vienen intentando, de distintas maneras, desgastar al gobierno.

Al no tener un discurso propio, carecen de espíritu crítico y de capacidad de diálogo. Carecen, además, de argumentos. Repiten consignas sin sustento, confusas, fragmentarias, que no construyen un discurso coherente sino apenas un balbuceo odioso y autocontradictorio. Esta carencia puede tener que ver con que los medios que les dan letra, especialmente el canal del Grupo Clarín Todo Noticias (TN), se caracterizan por ser monológicos.

No hay discusiones en TN, ni argumentaciones, ni intercambios de puntos de vista. Todos dicen lo mismo. Como los caceroleros, repiten una y otra vez lo mismo, sin matices, sin razones. La única estrategia retórica es el repiqueteo, la reiteración hasta el hartazgo. No hay preguntas en TN, ni razonamiento, ni lógica. La subestimación de la audiencia es regla.

De ahí las enormes carencias de los caceroleros: hacen propio un discurso degradado y degradante. Repiten las consignas de corporaciones que los desprecian. Manifiestan una suerte de síndrome de Estocolmo en versión gauchesca. Habiendo tantas cosas interesantes para importar de Suecia, eligieron una dolencia de dudosa dignidad.

Además de carecientes, son desamparados. Dependen y penden de los medios hegemónicos, de los que se cuelgan, entre otras cosas, porque no hay dirigentes políticos que los representen de manera satisfactoria. Convertidos muchos de ellos en lobbistas de las corporaciones, no les dan letra. No la suficiente, al menos. No con la claridad que necesitan. Las posturas de Macri, Massa, Binner, por ejemplo, ya de por sí de dudosa sinceridad, les llegan siempre a través de la gran trituradora de sentido de los medios hegemónicos, que mastican y regurgitan discursos hasta convertirlos en una papilla chirle e inane.

La ideología que exudan las consignas de los caceroleros es funcional a la de los poderes fácticos que quieren derrocar al gobierno. Pero lo caceroleros carecen de una ideología asumida, reivindicada como propia. La que tienen la desconocen u ocultan.

En el marco de tanto desamparo y tantas carencias, los caceroleros no llegan a constituirse como oposición al gobierno. Al menos, no como una verdadera oposición política, en términos políticos y en el marco de la democracia y el respeto a la voluntad popular.

Ni siquiera son críticos al gobierno. Y el gobierno, como todo gobierno, necesita y merece críticas y oposición. Pero no las tiene. Para criticar y hacer oposición hay que tener argumentos, propios, elaborados, pensados y sustentados en hechos. La crítica exige reflexión, análisis. La información es el insumo básico para realizar estas tareas. Pero, al menos de acuerdo a lo que puede escucharse en sus manifestaciones públicas, los que cacerolean carecen de la información necesaria para formarse una opinión propia, con sentido y sustento.

La diferencia entre oposición y golpismo es clara y tajante. Una cosa es criticar a un gobierno, con dureza, con ferocidad incluso. Y otra cosa es deslegitimar todas y cada una de las decisiones que toma, como si el gobierno no tuviera el derecho y la obligación, de gobernar.

El discurso fragmentado y difuso de los caceroleros se basa, justamente, en desconocer la voluntad popular. Hablan como si no hubiera gente que votó al gobierno y que se siente representada por sus decisiones. Ignoran a estos ciudadanos, que además son mayoría. Puro golpismo.

Tanta orfandad y desamparo los obliga a erigir en “héroe de la república” a cualquiera que critique al gobierno, más allá de sus antecedentes, su accionar, y más allá de las revelaciones de Wikileaks, que en el caso de Nisman son decisivas. Los mismos que en varias oportunidades protestaron por la inseguridad y en ese marco criticaron duramente a la Justicia, ahora erigen en prócer a un fiscal que apenas conocen.

Opinan de aquello que no conocen, y porque no conocen opinan. Despotrican con pasión sobre una película que no vieron. Se la contaron, mal, con fines ocultos de manipulación. No tienen la posibilidad de informarse porque fueron desamparados por los medios hegemónicos a cuyos cantos de sirena responden. Esos medios dejaron de brindar información. No se dedican más a esa actividad. Y no le avisaron a su público. Se dedican a presionar y extorsionar al gobierno, pero dicen que defienden la república.

Los caceroleros utilizan la bandera y el himno como únicos símbolos. Los utilizan como contra símbolos, en realidad. Para marcar que no pertenecen a ninguna agrupación ni partido político. Creen que la bandera y el himno no son símbolos políticos.

Y está claro que se creen mejores, más honestos y más “republicanos” que los ciudadanos que sí militan en algún proyecto colectivo. Quedan atrapados en una contradicción insalvable: son individualistas que se movilizan y se juntan, pero rechazan todo proyecto colectivo. Rechazan la política. Carecen de Aristóteles y su famosa frase sobre el animal político. Acaso por eso, cuando se movilizan, se muestran incómodos y agresivos.

Tras la muerte de Nisman, una mini muchedumbre alta gama se hizo presente en la zona del Monumento en Rosario. Muchos bajaron de los edificios que hay en ese sector de la ciudad. Otros le pusieron el cuerpo a la república desde sus balcones, comprometidos con una cacerola y un cucharón.

Fue una movilización caniche toy, pero está claro que el número no importa. No importa que cualquier movilización de apoyo al gobierno multiplique por mil la cantidad de asistentes a estos escuetos convites de indignados. Los ciudadanos mal informados que hicieron catarsis en las calles son apenas la punta de un iceberg mucho más complejo y poderoso que intenta, una vez más, desestabilizar al gobierno.

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Un comentario

  1. yo

    29/01/2015 en 21:57

    Para reenviar a mamá y al Chancho.

    Responder

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