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Ya no alcanza con seducir a los poderes fácticos como televisivas aves de plató con encharcadas plumas. Es tiempo de definiciones y algo hay que decir. Los discursos se van aclarando. Macri, Braden y el ácido lisérgico. Massa y la antipolítica. Binneeeeeeeeer y su abandono del lenguaje articulado.

Muchas de las especies que habitan este planeta realizan ritos de seducción, cortejo y apareamiento. La oposición al gobierno nacional se viene entregando con fruición a esos menesteres desde hace años. La idea es seducir a los poderes fácticos, las corporaciones, la embajada de EEUU y, sobre todo, a los medios de comunicación al servicio de esos poderes, muy especialmente al grupo Clarín, que comanda la violencia simbólica que se ejerce contra la democracia y el pueblo, y les marca la agenda a los dirigentes opositores.

Durante algún tiempo, los dirigentes opositores ocultaron su verdadero pensamiento y sus propuestas. Se disfrazaron, se dedicaron a decir sin decir, a hablar para destruir sentido. Se escondieron tras las bambalinas de los estudios de televisión, como aves de plató con el plumaje impregnado del fétido guano de la mala conciencia, con distintos grados de perversión y cinismo.

Se entregaron al circo bravo de las piruetas retóricas, algunas muy torpes, con el objetivo de decir sin decir, para ocultar sus proyectos. Pero no queriendo decir, dijeron a los gritos. Más allá de sus intenciones, nunca dejaron de decir. Y, entre otras cosas, expresaron su desprecio por el interlocutor, su menosprecio por la ciudadanía y la democracia.

Pero conforme se acercan las elecciones, los candidatos de la oposición, al menos algunos de ellos, acaso los que, en apariencia, tendrían más posibilidades, se ven obligados a explicitar, aclarar, desocultar. Siguen mintiendo, claro. Siguen aspirando a ser los empleados del mes del grupo Clarín, pero el discurso que esgrimen ha ido mutando.

Además, algunos de ellos, como por ejemplo Mauricio Macri y Sergio Massa, gobiernan o han gobernado. La gestión habla por ellos. Y los hechos hablan con más sinceridad que las palabras. Sobre todo, dejan en claro algo, ese algo maldito, demoníaco, innombrable, que es la gran mala palabra, lo que se oculta, el centro ausente de toda estructura discursiva que apunta a engañar y manipular. Los hechos, las medidas concretas de una gestión, desnudan la ideología.

Es imposible describir a la oposición como un todo homogéneo y caracterizable en su conjunto. Pero acaso sea útil prestarle atención al discurso de algunos de sus referentes, sin pretensiones de brindar una mirada que abarque todos los matices de un universo complejo, cambiante y con fuertes contradicciones internas.

La panoplia es amplia, inasible, pero tiene, sin embargo, algunos denominadores comunes que sobredeterminan los variados matices: la restauración conservadora y el retroceso en términos de conquistas sociales son, por sólo mencionar dos ejemplos, denominadores comunes que están más allá de los infinitos matices de las propuestas de derecha, sean neoliberales, neoconservadoras, conservadoras, antipolíticas, pospolíticas, o populistas de derecha.

Volviendo al caso Macri, además de su gestión de neto corte neoliberal y antipopular, viene entregando algunas definiciones muy claras. Incluso viene mejorando su dicción oligárquica, tan poco modulada y difícil de comprender.

Al comentar cómo eligió a Jorge El Fino Palacios para el cargo de jefe de la Policía Metropolitana, el dirigente multimillonario dio una clase de cipayismo: “No me gusta improvisar. Fui a la embajada de EEUU y pregunté quién era el mejor para ese cargo”, señaló Macri. (“Estaoos Unioos”, dijo, en realidad, con el tonito oligo-cipáyico que tanto trabajo les da a sus asesores).

Palacios duró apenas un mes y medio en el cargo. Renunció cuando el malogrado fiscal y nuevo prócer Alberto Nisman adelantó que el policía estaba muy comprometido en la investigación por el atentado a la Amia, en la que fue procesado por encubrimiento.

Además, Macri dice reivindicar las banderas del peronismo, pero está claro que se refiere a un extraño fetichismo textil. Se refiere a la materialidad de las banderas y los estandartes, las telas, las texturas quizás, pero no a lo que esos símbolos representan. Braden y Perón no maridan, no, ni siquiera con la ayuda de generosas dosis de ácido lisérgico.

El aliado de Macri y ex gobernador sojero de la provincia de Santa Fe, Carlos Reutemann, fue todavía más claro y programático: eliminar retenciones, devaluar, disminuir la inversión social (“gasto” en su lenguaje neoliberal), y subir las tarifas, entre otras medidas de neto corte antipopular. Nadie puede decir que no avisó.

Massa es todavía más perverso. Habla de terminar “con las divisiones en la sociedad”. Pero eso que llama “divisiones” es, en realidad, la democracia. Todas las sociedades democráticas están divididas en distintos sectores de opinión, partidos políticos, agrupaciones de la sociedad civil, y grupos de poder en pugna. Cada uno expresa distintas ideologías, visiones del mundo, intereses económicos. Sólo las dictaduras intentan aplastar e invisibilizar los conflictos que definen y configuran una sociedad.

Massa insiste en que lo importante es que los dirigentes “quieran lo mejor para el país”, “se unan en busca del bienestar común”, y otras sandeces por el estilo. Ofrece gastados clichés prepolíticos o antipolíticos.

Massa expresa con torpeza, a veces con estupidez, una ideología muy clara: la gestión de gobierno es una cuestión técnica, una suerte de buena administración en el sentido empresarial. No hay intereses en pugna, ni conflictos. No hay “divisiones” según el discurso manipulador de la antipolítica.

Pero el discurso de la antipolítica es apenas una estructura verbal falaz y de patas cortas. A la hora de gobernar, se termina el verso bobo: gobiernan para los ricos, confrontan con los trabajadores y los sectores más postergados, y se ponen al servicio de los poderes fácticos.

Las elecciones se acercan y cada vez queda menos margen para las ambigüedades, los cinismos baratos y los mensajes crípticos. El caso de Hermes Binner es paradigmático en este sentido. El “socialista” que vota a Capriles y cita a Adam Smith va dejando de lado, gradualmente, el lenguaje articulado.

Si en el marco de una entrevista, ante sus respuestas evasivas, un periodista se anima a repreguntar, a insistir, para que responda en forma clara, sincera y comprometida, Binner farfulla, balbucea, tartamudea y abandona el lenguaje articulado. El resto es silencio, un ominoso silencio. Si, por ejemplo, durante una comunicación por vía telefónica, se siente acorralado por las repreguntas, la comunicación se corta. Sucedió en infinidad de oportunidades. Seguramente es la mano invisible del mercado la que pone fin a la conversación.

Binner aseguró, por ejemplo, que la denuncia del ex fiscal Alberto Nisman «era seria», aunque no la había leído, según dijo él mismo. Y sus declaraciones daban por sentado, en forma implícita, que las personas acusadas eran culpables hasta que no se demostrara lo contrario. Con un sólo balbuceo hizo añicos la lógica más elemental y los fundamentos mismos del derecho.

En esas circunstancias, Binner se “expresa” a través de balbuceos y silencios. Se aferra, como ahogado que manotea en el mar encrespado del sentido, a una larga cadena de letras “e”. Su discurso es un eeeeeeeeeee apenas interrumpido por otras palabras que operan como destructoras de sentido. Es difícil traducir la oralidad de Binner utilizando el alfabeto. Es todo un desafío.

Se podría intentar, tal vez, con una notación de ideogramas, pero las ideas faltan o son ambiguas y contradictorias. Se podría probar con los jeroglíficos, pero tampoco. Tal vez lo que mejor lo simbolice sea un hueco, un trozo de vacío, de nada, un agujero a través del cual pueda verse, con claridad, nítida, su gestión como gobernador de la provincia de Santa Fe.

La batalla por el sentido

En este contexto, resulta fundamental, decisiva, la batalla por el sentido. Los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos crean el clima propicio, y las condiciones de posibilidad, para que reine la confusión en una parte de la ciudadanía, que ve cercenado su derecho a elegir por carecer de información fidedigna y ofrecida con subjetiva honestidad.

En la Argentina, y en buena parte del mundo, hay una pugna feroz entre dos realidades distintas, antitéticas, irreconciliables, con el protagonismo de los medios, que tienen más fuerza y más efecto de realidad que la realidad misma, que la propia vivencia. Es más: no siempre se verifica que haya una relación entre los distintos relatos y una realidad extra-discursiva. La confusión suele ser exasperante. Debido a la manipulación de los medios, muchas veces al ciudadano le resulta imposible reconocer alguno de los relatos, de las versiones, como la más veraz, la que más se ajusta a la realidad. La manipulación crea una relación perversa, circular y autorreferencial: la narración mediática pre-determina la percepción de la realidad.

Las próximas elecciones marcarán el límite entre la realidad virtual y la manipulación de los medios, por un lado, y las vivencias y expectativas extra-discursivas, reales y tangibles, de las ciudadanas y ciudadanos, por el otro.

Artículo publicado en la edición de este sábado del semanario El Eslabón.

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