Alegre no tanto. El entrevistado, el Topo, a su izquierda, el Chula, a cargo de la bata. Foto: Manuel Costa.
Alegre no tanto. El Topo y el Chula. Foto: Manuel Costa.

Con nuevo disco en puerta, el vocalista repasó la historia de la banda y contó anécdotas compartidas a lo largo de la última década.Jorge Weisemann es el Topo. Tiene 34 años. Hace algo de más de diez que pone su voz al frente de Alegre No Tanto. De pendejo presenció varios shows en el extinto galpón Okupa y flasheó. Debutó con una banda hardcore llamada Pure Hemp, donde probó tocando la percusión y la trompeta, y en la que terminó cantando. Hoy también sigue embarcado con la fanfarria rosarina Una Cimarrona, pero en la batería.

Con Alegre no tanto fue partícipe de una movida local que brotó en los primeros años de la década pasada, junto a otras bandas locales como Dubies y Cambá; en sintonía con un auge que por esos años tuvo el reggae en la Argentina, que fue acompañado por una ola de grupos y solistas jamaiquinos exponentes del género que visitaron el país y nuestra ciudad.

“Ahora no se puede decir que el reggae es una moda, se rompió con eso”, sostiene el Topo en una charla con este cronista en una de estas tardes calurosas de febrero. El músico se refiere al salto del género en la cultura de sonidos urbanos tras la semilla que sembraron en los ochenta bandas como Sumo, Abuelos de la Nada, Pericos y los Cadillacs; y que hicieron crecer en los noventa Los Cafres y Nonpalidece, entre otros. Sin olvidar referentes de la región que curtieron el estilo, como Carmina Burana, Los Vándalos, Scraps; Rosario Smowing y Butumbaba.

“Ahora hay más bandas y más público, se escucha más; uno ve pasar muchos autos donde va sonando reggae”, aporta el Topo con cierta satisfacción.

El estímulo del reggae, sus sonidos, colores y sabores, fueron prendiendo de a poco en el público y también en los músicos. “Con Alegre no tanto teníamos ganas de seguir mutando pero basados en el reggae. Ese fue nuestro canal de encuentro entre todos”, confiesa la voz cantante.

Fueron diez años y dos ediciones; un Ep debut, Otros Sabores de 2004, con un reggae oscuro mixturado con ska, hardcore y ritmos latinos; y Sin Apariencia, su larga duración de 2010.

La banda rodó por varias ciudades del país y compartió escenarios con referentes del género como Dancing Mood, Riddim, Resistencia Suburbana y Satélite Kingston. En una movida que trajo a “casi todos” los músicos y grupos de Jamaica, los Alegre no tanto compartieron shows con Michael Rose, Junior Marvin, con una versión contemporánea de The Wailers. El Topo contó que una vez que subió al escenario del estadio cubierto de Newell`s; el día que compartió fecha con la banda que comandó Bob Marley; las luces le pegaron en la frente y  de ahí en más no recordó de la noche más nada. “Por suerte pude reconstruir el recital con las grabaciones. Fue emocionante”.

Choque los diez

En otra charla mantenida con los músicos de Alegre no tanto, pero de hace casi diez años, cuando presentaban el disco Otros Sabores, el Topo le explicaba a este cronista que el nombre de la banda lo habían tomado de un movimiento de música clásica, Allegro ma non troppo; pero que la onda era jugar más con la idea de estar alegres pero no demasiado y hacer referencia a una música «no demasiado rápida”. Por aquellos años, los temas de su primer Ep sonaban a cadencias más bien oscuras. Con temas como Cielo Amarillo, un ska; Nunca más; Reggae Dark; Para no caer y Alegre no tanto, un homónimo que viajaba desde un pulso reggae down tempo a un hardcore para revolear cabezas, algo que ocurría en los shows en vivo.

¿Qué cosas pasaron desde aquellos primeros pasos?

—En lo musical, el cambio de gente entre el primer y segundo material se notó en el “toque” de la banda. Con Simple apariencia entró el Tomy en los teclados y Chula en la batería, en lugar de la tecladista y el baterista original. Siempre quisimos la mixtura de ritmos latinos con el reggae y otros estilos. Pero en principio era tocar el ritmo como salga.

¿Algo más crudo?

—Claro, estaba bueno tocar así. Era algo más despreocupado.

Siempre mezclaron estilos pero el reggae se mantuvo.

—Teníamos ganas de seguir mutando pero basándonos en el reggae. Ese fue el canal de encuentro entre todos.

¿La mutación sigue con el nuevo disco?

—Sí, con esta formación actual: el Chula en bata; el Fukin en el bajo, el Fish y el Lukas en las guitarras; Diego en Percu; Nachiso en saxo; Chapu en la trompeta y yo en la voz. Incorporamos al Chino que está trabajando en las pistas, es algo nuevo. Es una pista de audio de teclado que comenzamos a laburar en el estudio de Edu Vignoli después de la ida del Tomy Monteverde y el Ale Garro. La pista emprolijó mucho a la banda; empieza el recital y arranca la pista de piano y tenés que ir al toque siguiendola, vos te corrés pero la pista no. Tampoco habíamos laburado con click (metrónomo).

—El proceso de grabación continúa, mientras tanto ustedes siguen tocando.

—Hay cinco temas que estamos tocando del nuevo disco. Camino sin recorrer, lo grabamos y se puede ir escuchando en youtube. Además de la producción del nuevo disco, bajo la dirección de Eduardo Vignoli, estamos reversionando canciones de discos anteriores. El Fukin se animó con el rapeo y el Chula con algunos coros.

¿Cómo es eso que canta otro?

—Siempre me gustó Todos tus muertos, con esas dos voces primordiales. Hay que abrir porque cada uno tiene más cosas para dar. Está bueno ver lo que todavía no vi del otro. A mí me gustaría agarrar la viola para meter lo mío, aunque tengo una sola posición de los dedos y con eso me divierto.

¿Y subir al escenario te costó o fue algo natural?

—Lo que pasa que yo de chico actuaba en la escuela, bailaba folclore y también me metía en los números musicales; me acuerdo que cuando era muy chico hice de payaso de mi propio cumpleaños; me vestí, puse todos los muñecos enfrente mío y les cante una canción que ni me acuerdo pero algo decía.

¿Y tu interpretación durante estos años?

—Yo creo que me defiendo. En esto no paras de crecer, siempre que subís hay energía nueva. Antes era más desbocado. Intento calmarme un poco cuando subo al escenario. Una vez que estás ahí nos podés echarte atrás. Ahora no arengo tanto, me fijo en la respiración y otras cosas para emprolijar. Pero nunca me lo tomé como arengador, si tengo que bailar bailo sino me quedo quieto. Y antes de salir al escenario me digo: “Esto ya lo hiciste mil veces”; y a pasarla bien. “No le debes nada a nadie pibe, andá”. Ojo, tampoco me hago el lungo porque estás haciendo algo que te gusta con tus amigos y lo ofrecés para que otro lo pueda disfrutar. Así de corta.

¿Y la convivencia en esta década?

—Las pasamos todas. En diez años pasamos el odio, el amor, el te abrazo, el te escupo, el no te aguanto más, el sos un pelotudo y un forro; el me cagaste. De ser el hermano pasas a ser un hijo de puta. Tuvimos que superar el tema del ego; la ansiedad por pegarla, o el nerviosismo por no poder tocar. Pero desde hace un tiempo la energía nuestra fue para otro lado. Nos habíamos metido en una vorágine estúpida. Te lleva a quebrar todo lo que sea íntimo, sino no tenés una intimidad, no tenés nada que proyectar. Si no tenés banda ¿qué vas a mostrar? Ahora tenemos al Fish que es padre, entró cuando estaba en pleno embarazo. Pero el loco se subió al colectivo y todo bien. La mujer lo apoya.

Alfajores y tartas

Anécdotas en una década hay muchas. Una noche que tocaba Alegre en Willie Dixon, uno de sus integrantes, el trompetista Franco Santángelo, actualmente en Carmina Burana, andaba en las afueras de Suipacha y Güemes atando su bici, tomando una Coca y comiendo un Fantoche hasta que escuchó los sonidos de una banda que provenía del local bailable, y dijo: “Esos son los pibes”. El Topo lo cuenta con cariño: “Al final se dió cuenta que habíamos empezado el recital y entró al tercer tema. Es un personaje”. Pero una de las mejores fue la del show que el grupo compartió con referentes del reggae mundial. “Los productores de la fecha no nos tenían mucho en cuenta a la hora del catering, como casi siempre; y los músicos jamaiquinos tenían de todo. Entonces le mangueamos una tarta a Junior Marvin (guitarrista histórico de la banda de Marley); teníamos mucho hambre aunque tiempo después llegó algo para nosotros pero ya le habíamos entrado a la tarta de Marvin. Son cosas inolvidables”, cuenta El Topo entre risas.

Nota publicada en la última edición del periódico El Eslabón

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