Foto: traveler.es.
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Como si se tratara de mamushkas, o matrioskas, como las denominan en Rusia, esas huecas muñecas que encierran a otra, que a la vez lleva en su seno a otra que esconde a una más, y así hasta que ya no es posible seguir esa progresión descendente, la morfología de la Teología del Terror se presenta en capas que van enmascarando su organicidad hasta su núcleo duro, que a diferencia de la última de las mamushkas, resulta inaccesible.

No existe un tomo donde esté escrita la Teología del Terror. En principio porque aún está en pleno proceso de elaboración. No se trata de un relato lineal, ni persigue constituirse en formato definitivo, como las teologías convencionales, que finalmente encontraron su amalgama en escritos sagrados, canonizados -legitimados en su origen divino- por eruditos o autoridades religiosas incuestionables.

Por otra parte, esta teología no pretende ser pública ni tiene como objetivo que los fieles prediquen sus contenidos. La única razón por la que la consideramos una teología es porque el propósito de quienes la pergeñaron es que la sociedad reconozca desde la fe a ese nuevo dios que proclama el poder establecido, la Seguridad. Que se crea como se cree en las deidades tradicionales en que es posible vivir seguro y que cualquier sujeto o colectivo que atente contra esa divinidad deberá enfrentarse a sus custodios, una especie de renovados caballeros templarios que defienden a la sociedad de quienes siembran el Terror, amenazando la seguridad de casi todos.

Ya se dijo que los poderes corporativos, que pugnan por alcanzar el dominio global prescindiendo incluso de la arquitectura político-legal que hasta la actualidad protegió sus intereses, usan a los medios de comunicación hegemónicos para llevar adelante el trabajo sucio. Esa faena consiste en otorgar verosimilitud y legitimidad a las innumerables operaciones que esos grupos de poder llevan a cabo para expandir su plan de dominación.

La construcción de un escenario donde un enemigo visible atenta y amenaza la paz y la seguridad social no sería posible sin la participación de los medios concentrados, asociados a la banca transnacional y las fábricas de armas, entre otros conglomerados afines.

Sin ser el primero, el sofisticado y audaz montaje que los Estados Unidos elaboró a partir del ataque al World Trade Center y otros objetivos en septiembre de 2001 constituye el punto de partida de una escalada que no parece declinar. La caída de las Torres Gemelas, y el neblinoso ataque al portal de la cueva donde se diseñan casi todas las guerras que asuelan al planeta —el Pentágono—, abrieron una caja de Pandora que le permitió al conglomerado industrial-militar yanqui imponer la doctrina de la retaliation, o ataques preventivos, la instrumentación del Acta Patriótica, que echó por tierra y redujo a escombros el estado de derecho dentro y fuera de Norteamérica, y encendió la mecha de conflictos que, luego de casi 15 años, siguen cosechando cadáveres, regando de sangre a buena parte del mundo y llenó las más oscuras prisiones con ciudadanos que fueron torturados e incluso muertos sin juicio ni razón alguna, en el más absoluto secreto.

Alguien vio lo que no debía el 11S

Kurt Sonnenfeld es camarógrafo. Como tal, el 11 de septiembre de 2011 se encontraba trabajando para el gobierno norteamericano, contratado por la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA por su sigla en inglés), que se encarga de escudriñar, elaborar diagnósticos y, eventualmente, aportar respuestas cuando se desatan huracanes, terremotos, inundaciones, incendios forestales y otros desastres naturales.
En la actualidad, al tipo lo persigue el gobierno estadounidense y está refugiado en la Argentina. Más allá de si su historia es cierta o no, el ejemplo vale para demostrar cómo los grandes medios globales eligen callar o exhibir lo que los dueños del poder ordenan.

Sonnenfeld aquel día tuvo acceso irrestricto al área del desastre del World Trade Center y registró horas y horas de video, anduvo entre los escombros y proveyó a la prensa buena parte de las imágenes que luego dieron la vuelta al mundo tras el ataque.

En una entrevista al diario La Capital de Mar del Plata, donde vive en una casa alquilada, el camarógrafo relató lo siguiente: “Las órdenes del gobierno de George W. Bush eran precisas: no había que mostrar cadáveres y estaba prohibido difundir imágenes de rescatistas llorando”.

Pocos saben que “dentro de la zona donde se derrumbaron las torres, se encontraba el Edificio Seis. Ahí funcionaba la Casa de la Aduana de los Estados Unidos y había a varias agencias del gobierno federal. Su misión principal era controlar quién y qué entra y sale de los Estados Unidos. Pero también se trabajaba para combatir el narcotráfico, el lavado de dinero, el tráfico de armas, el terrorismo y el crimen internacional organizado”.

Siempre según el relato de Sonnenfeld, “enfrente del Edificio Seis, estaba el Siete, que se derrumbó misteriosamente. Ahí funcionaban grandes oficinas del servicio de inteligencia, el FBI y otras agencias de importancia. Todo lo allanado y secuestrado por estas agencias federales de los dos edificios, se guardaba en una gran bóveda ubicada en el subsuelo de la Casa de la Aduana”.

En este punto la cosa se pone interesante. “Allí descubrimos la antecámara de seguridad a la bóveda, dañada y llena de trozos de concreto y losas de cielorraso caídas. Al fondo de esa oficina de seguridad estaba la ancha puerta de metal de la bóveda, y en la pared de al lado, un teclado numérico para ingresar la combinación. La pared estaba resquebrajada y la puerta parcialmente abierta. Así que miramos adentro de la gran bóveda con nuestras linternas y salvo varias hileras de estantes vacíos, no había nada excepto polvo y escombros”.

El reportero del diario marplatense entonces le pregunta: “¿Quiere decir que la bóveda fue vaciada antes del ataque? ¿Que el gobierno ya sabía lo que iba a pasar?”.

Sonnenfeld responde: “Sí, la bóveda tuvo que ser vaciada antes del ataque. El Edificio Seis fue evacuado doce minutos después de que el primer avión se estrellara contra la Torre Norte. Enseguida las calles se atascaron. La bóveda tenía 15 metros cuadrados, según mis cálculos. Se hubiera necesitado más de un camión para retirar tan variado y sensible contenido”.

En la próxima entrega, la Parte VI de Una Teología del Terror, el resto del relato de Sonnenfeld echará luz sobre uno de los aspectos más siniestros de la manipulación informativa que los poderes corporativos llevan adelante en forma cotidiana.

Notas relacionadas:

Una teología del Terror
Una teología del Terror (parte II)
Una teología del Terror (III)
Una teología del Terror (IV)

 

 

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