peron vuelve

Yo no sé, no. Cuando cruzábamos la quinta por un caminito entre las cañas, siempre había alguno que se tentaba y tiraba un piedrazo para el lado de los perros del quintero. Según cuenta Pedro, ahí había que estar atento para agacharse justo a tiempo.

Los juegos, los más básicos, tanto a los pibes como las pibas, siempre los encontraba agachaditos (“el que no se agacha la liga”, se decía en una especie de versión de: “El que se mueve, la liga).

Los primeros centros en la canchita de once con la de cuero –que era, por ser de las primeras, bastante pesadita, por lo general nos salían a media altura. Los más avispados los esperaban agachados, no se animaban a una palomita. Una cosa es con la de goma y otra con ese bólido de cuero que se nos venía encima.

En alguna que otra prohibida, había que entrar entre los grandes medio agachadito al cine, porque si te veían, ahí nomás te pedían documentos, y afuera.

Cuentan los que participaron en la resistencia previa al 73, que agachados en las paredes se la ingeniaron para hacer rapidito una especie de zócalos que iban desde “fuera milicos asesinos”, “huelga general”, “hasta que caiga el capitalismo”, “Perón vuelve”; o como recordaban algunos, el eficaz “el 11 vote a la 11”, que escribían los compañeros.

En la charla cotidiana, como en la discusión política, cuando te acusaban de que te habías mandado una agachada era casi para pelearte. Entre otras cosas significaba el haberle sacado el cuerpo a la situación.

En el campo –y no nos íbamos tan lejos, los quinteros, o en el tambo de Tito–, cada vez que los tipos querían ver lejos o mejor, se agachaban.

Pasaron distintas oleadas de derecha, a mediados de los 70, con gran violencia, y algunos nos agarró agachados de distintas formas. Volviendo a las paredes, en pequeños huecos de resistencias, agachados levantando a un compañero caído. Y cuando llegaron los 90, ante una gran confusión, hubo una gran agachada –salvo honrosas excepciones–, le dijimos sí al liberalismo.

“Hoy, ante tantas agachadas –las de los jueces, la de algunos políticos ante el poder económico o los dueños de los medios, que es casi lo mismo–, haber como nos agarra”, dice Pedro. “Ante esas agachadas –agrega–, a nosotros nos tendría que agarrar agachaditos por si no tenemos más cabidas en los medios. Volver a que las paredes hablen con otros zócalos, o estar preparados para recibir los centros propios, o rechazar los centros de la contra; aunque la mano venga más pesada que aquella primera de cuero”.

Fuente: El Eslabón.

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