Dos fotos. Dos imágenes de la Argentina de hoy. Por un lado, la furia, la violencia y el llanto impotente de los jóvenes radicales en la convención de la UCR en Gualeguaychú. Por el otro, la alegría y las lágrimas de emoción de los jóvenes que apoyan al gobierno nacional.

Son dos imágenes antitéticas. Pero con un denominador común. Las protagonizan jóvenes. Jóvenes que creen en la política, que están comprometidos en proyectos colectivos.

Por un lado, los integrantes de la Juventud Radical, enfurecidos, que optaron por la violencia y atacaron a los dirigentes de su partido por el acuerdo que sellaron con el PRO de Mauricio Macri y la Coalición Cívica de Elisa Carrió.

Los jovenes radicales repudiaron a Sanz, quien se retiró custodiado, y el acuerdo con Macri.
Los jovenes radicales repudiaron a Sanz, quien se retiró custodiado, y el acuerdo con Macri.

Por otro lado, los jóvenes que adhieren al proyecto que encarna el gobierno nacional. Se los pudo ver, en gran número, junto a personas de todas las edades, en la plaza de los Dos Congresos, el 1 de marzo, para apoyar a la presidencia mientras la mandataria ofrecía su discurso en el marco de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación. Y también coparon, con alegría militante y escucha activa, el Foro por la Emancipación y la Igualdad que se desarrolló entre el 12 y el 14 de marzo en Buenos Aires.

En ambos casos hubo lágrimas. Pero muy distintas. Las lágrimas de los jóvenes radicales que esperaron los resultados de la convención de su partido en Gualeguaychú fueron lágrimas de bronca, de impotencia, de quienes se sienten traicionados por sus dirigentes.

En cambio, las lágrimas de los jóvenes, y no sólo de los jóvenes, que durante cuatro horas siguieron atentamente el discurso de la presidenta el 1 de marzo fueron lágrimas de alegría, de orgullo, y también de catarsis.

Necesaria catarsis, porque las ciudadanas y ciudadanos, de todas las edades, que apoyan el proyecto que encarna el gobierno nacional deben soportar ataques, infamias, insultos y demonizaciones. No se les concede el derecho de apoyar un proyecto. Se los acusa de vendidos. Cotidianamente tienen que soportar provocaciones y acusaciones injustas con paciencia y estoicismo militantes.

Los ataques de los poderes fácticos son permanentes y cada vez más viles. Si encima los que bancan el proyecto del gobierno nacional son jóvenes y están organizados, mucho peor: resultan el blanco preferido de las más pérfidas campañas de la prensa hegemónica, que cuenta además con una aturdida claque que propala las infamias con acritud, falta de información, resentimiento y un profundo rechazo por la democracia.

La alegría, el compromiso militante, y el placer colectivo de estar juntos y luchar por un proyecto de inclusión social se verifican cada vez que los jóvenes pertenecientes a algunas de las tantas agrupaciones kirchneristas o filo-kirchneristas realizan una movilización. Ocurrió el 1 de marzo. Ocurrió de nuevo durante los tres intensos días en que se desarrolló el Foro por la Emancipación y la Igualdad en Buenos Aires.

Esa alegría es producto de la recuperación de la política. Se muestran felices porque se sienten representados por sus dirigentes. Se sienten incluidos en un proyecto de recuperación de soberanía.

Los jóvenes de la Juventud Radical que se reunieron en Gualeguaychú, y que protagonizaron hechos de violencia ciega, impotente, forman parte de otra realidad y otro contexto. Lloraron de dolor, de bronca. Putearon, agredieron, sufrieron. Sufren su militancia. Les duele su partido. No se sienten representados por sus dirigentes. Experimentan el sabor amargo de la decepción, de la traición.

“Esta es la Unión Cívica Radical”, gritaban entre llantos, haciendo referencia a una identidad partidaria que consideran incompatible con el PRO y la Coalición Cívica. “No a Macri, no al PRO, este es el partido de Raúl Alfonsín”, vociferaban, desencajados, mientras arrojaban basura contra las máximas autoridades de su partido. “Traidor”, “Vendiste al partido”, “Pedile perdón a (Raúl) Alfonsín”, gritaban enfurecidos, los que estaba en la calle y también los que se ubicaron en las plateas del teatro Gualeguaychú, donde tuvo lugar la tumultuosa convención de quienes se autodenominan “republicanos”.

El titular del radicalismo Ernesto Sanz tuvo la salida que se merece. Puteado y basureado en la madrugada. Insultado, con fuerte custodia policial, salió por la puerta chica, lateral. Todo un símbolo de su lugar en la política argentina.

Los militantes enfurecidos fueron dispersados por la policía, que les arrojó, paradójicamente, redundantes gases lacrimógenos. Ya estaban llorando desde mucho antes.

Se puede apuntar, claro, que los jóvenes radicales con inquietudes que tienen que ver con la soberanía nacional y la justicia social se equivocaron de partido. Se puede recordar, además, que las banderas históricas del radicalismo siempre convivieron con las traiciones históricas de ese partido. Reiteradas traiciones a la voluntad popular y la democracia también forman parte de la historia de la UCR. Los nudillos de muchos radicales encallecieron de tanto golpear las pesadas puertas de los cuarteles. Los grandes y honestos “republicanos” promovieron y utilizaron la proscripción del peronismo para hacerse del poder que no lograban obtener por el voto popular. Asimismo, las políticas aplicadas por algunas de las administraciones radicales, por ejemplo, en las universidades, tampoco dan cuenta de una historia impoluta y exenta de traiciones y agachadas.

Pero más allá de eso, si es que existe un más allá de la verdad histórica, se puede plantear que los jóvenes que padecieron y lloraron en Gualeguaychú son un síntoma de la disputa electoral y la batalla de ideas que por estos días tiene lugar en la Argentina. El PRO y la Coalición Cívica representan lo viejo, el pasado más ominoso, lo perimido. Disfrazan la política neoliberal más cipaya y vendida a los intereses corporativos con palabras vacías, planteos antipolíticos, prepolíticos, y meras sandeces, con el objetivo inconfesable de engañar a los votantes y conseguir apoyo a cualquier precio. Pero la UCR no es una mera víctima pasiva de la traición de los Judas que ocupan lugares clave en el partido.

Comparar las dos fotos habilita una reflexión sobre la batalla de ideas que se despliega en la Argentina, la región y el mundo. Por un lado, la política nueva, fresca renovada, que produce placer y alegría. Por otro lado, lo viejo y lo rancio, la mentira, la hipocresía que sólo produce dolor en la gente. Allí está la clave: los procesos neoliberales producen exclusión, dolor y violencia. Y una profunda crisis de representación. En la Argentina y en todo el mundo.

Los jóvenes radicales que hoy abominan de sus dirigentes padecen y lloran, acechados por viejos y nuevos fantasmas tocados con blancas boinas. Lo reprimido regresa. Y regresa en forma monstruosa. Monstruo significa “aviso”. Los espectros avisan a los jóvenes radicales enfurecidos que los ideales que dicen defender están en otra parte.

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