Foto: Indymedia.
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La Inquisición no sólo quemaba personas en la hoguera. En ausencia del condenado, quemaba un muñeco que lo representaba. Pero Hebe de Bonafini es un símbolo de una lucha colectiva. Y eso es incombustible.

La Inquisición medieval se estableció en 1184, mediante la bula del Papa Lucio III. Tenía por objetivo combatir la herejía y legisló que la muerte en la hoguera era el castigo oficial para ese delito. Cuando el condenado estaba ausente se colocaba un muñeco con sus rasgos en su lugar. Le llamaban ir a la hoguera “en efigie”.

Más de 800 años después, en La Plata, se produjo la quema de un muñeco de goma espuma que representaba a Hebe de Bonafini. Fue durante una movilización que tuvo lugar el lunes 23 de marzo, en conmemoración del golpe de Estado de 1976.

La Inquisición pasó a la historia por la instauración de la tortura, la vigilancia y la delación. Para el tribunal inquisitorial, todos eran culpables hasta que demostraran lo contrario. Las homologaciones con las prácticas represivas de las dictaduras argentinas son obvias.

La utilización de métodos que remiten a los sótanos más oscuros de la reacción, la crueldad y el genocidio es un síntoma preocupante. Esta acción invalida toda razón, toda causa, todo motivo. Es una muestra de ceguera y sordera. Significa impotencia. Una impotencia servil, al servicio de los enemigos de la democracia y los derechos humanos.

Si los que utilizaron estos métodos inquisitoriales lo hicieron, además, en nombre de los derechos humanos, el hecho nos llama a una preocupada reflexión.

Desde 2003, la sociedad argentina cambió en muchos sentidos. Se activó, se redimensionó. Y afloraron conflictos y contradicciones que antes estaban larvados. La relación entre Estado y sociedad civil, Estado y militancia social, Estado y organismos de derechos humanos, cambió profundamente. El Estado se hizo cargo de reclamos y luchas colectivas de larga data. Se incorporó como un nuevo y problemático actor que trastocó todo el escenario y cambió el libreto.

Afloraron nuevos problemas, nuevos disensos, nuevas contradicciones. El disenso, las diferencias, incluso las divisiones en el campo popular, pueden llegar a ser constructivas si se las tramita con diálogo y respeto por el otro.

El disenso puede ser apasionado, pero cuando ciertos límites se superan, deja de ser disenso. El peligro latente es siempre el mismo: convertirse en el enemigo, parecerse a lo que se dice combatir. Cuando las acciones se disocian tan radicalmente de los discursos, es necesario una reflexión, una autocrítica y un replanteo.

Quieres quemaron en efigie a Hebe de Bonafini se quemaron a sí mismos. Representaron, en forma brutal, un espectáculo que escenificó sus propios problemas irresueltos. En vez de buscar ayuda, en vez de apoyarse en lo colectivo para salir del atolladero, pusieron el problema afuera. Lo trasladaron a la figura de Hebe de Bonafini y lo quemaron.

Pero el fuego de esa impotencia apenas sirvió para iluminar y poner a la luz de la sociedad los problemas irresueltos de un grupo de neo-inquisidores.

Quemaron un muñeco. Quemaron el símbolo de un símbolo. Porque Hebe de Bonafini es mucho más que Hebe de Bonafini. Remite a una lucha colectiva. Lleva dentro de sí un fuego inextinguible, el de la pasión, el de la lucha y la militancia de decenas de miles de mujeres y hombres. Simboliza la reserva ética y moral de un pueblo. Eso es incombustible.

Fuente: El Eslabón.

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