Foto: Juan Pablo Barrientos.
Foto: Juan Pablo Barrientos

Algunos escritores y críticos dicen que Pablo Ramos podría ser (porque es joven aún) un escritor fundamental para la literatura argentina. Tal vez sea demasiado pronto hacer presentaciones consagratorias, y además acá no nos importan. Pero lo que sí hay que decir es que este escritor y su obra son un torbellino. Pablo Ramos se abre, gira y arrasa con todo. Y aunque algunos prefieran ignorarlo, nadie puede permanecer indiferente después de haber leído alguna de las novelas que escribió, con furia y hasta con desesperación, pero sin perder la ternura. Está cansado porque dice que no para nunca: “Me involucro con todo, siento la camiseta humana de esa manera”, admite. Y a medida que avanza la charla (y la lectura) se va reforzando la idea que Roberto Arlt estampó en aquel prólogo de Los Lanzallamas la voluntad de escribir novelas que encierren la violencia de un cross a la mandíbula, ¡y que los eunucos bufen!. Desde ese lugar ético se planta, vive y escribe Pablo Ramos. Y bardea: “¿Quieren lío? Hagamosló”, dice al ser consultado por sus contemporáneos. De César Aira, por ejemplo, dice que “está demasiado presente. Muchos dicen que es un tipo talentoso, pero no lo tengo muy leído, es muy ficción pero no me interesa. Yo prefiero leer biografías, ahora terminé las dos de Herzog, el de la caminata a Paris y el de la filmación de Fitzcarraldo. A mí la ficción pura me aburre muchísimo, como los policiales ¿quién contrata un detective en este país? ¡Sasturain me parece un tipo tan pelotudo!”.

Los personajes de Ramos, por ejemplo Gabriel, –el protagonista de El origen de la tristeza, un pibe que está dejando de serlo, el mismo de La ley de la ferocidad, el hombre que se transforma en escritor– y En cinco minutos levántate María, narrado en primera persona por la máma del propio Gabriel; son todos personajes vividos, verdaderos, que adquieren “carnadura”. “Yo creo que mi literatura es esencialmente física”, reconoce el autor, y cuenta que para sus novelas hizo un recuento de cosas que habían pasado y que las fue ordenando “pero no en orden cronológico, sino en una escalera emocional por peso; clasificarlas por peso molecular y con eso armar una estructura”.

—¿Cuál es la estructura de La Ley de la Ferocidad?
La ley tiene una estructura en rigor bastante anárquica, es emocional, con el peso de las cosas que van pasando. Hay una lectura hacia adelante, que es la del velatorio; y otra paralela –que ocurre cinco años después–, en la que el hombre que lo vive se va transformando en el hombre que lo escribe: “Yo soy el hombre que escribe pero aún no lo sabía”. Los dos planos van en presente. En cambio el relato de Andrea, que es la prostituta, va para atrás y –si hacés una cuarta lectura– Gabriel cuenta cómo escribe la propia novela. Al final uno todo, pero fue un trabajo enorme y mucha gente no lo ve; ve solamente la catarsis. Pero esa catarsis está muy organizada.

—En la insistencia por oponer verdad objetiva y ficción, muchas veces te preguntan si tu obra es autobiográfica, si el personaje principal de tus novelas es tu “alter ego”.
Es que compramos empaquetado el discurso hegemónico, que es el discurso de lo científicamente comprobado cuando no sabemos ni qué es eso. Yo les doy con un caño cuando me preguntan eso porque es una incorrección, una brutalidad, hablar de un alterego o de autobiografía; es como no entender de qué se trata la esencia de la literatura, de la gran literatura, de lo mejor de la literatura que es la construcción de un relato que pueda amparar y transmitir casi de manera intacta la esencia espiritual de lo que alguien vivió, el alma de los hechos. Lo fáctico es lo canjeable, lo que no es canjeable es el alma de eso. Lo que sentí, de qué manera lo sentí; lo que viví, de qué manera lo entendí y de qué manera quedó en mi recuerdo, de qué manera se fue diluyendo, y cómo algunos hechos en la vida de una persona se completan muy distantes en el tiempo, en otros espacios y en otros ámbitos, donde van completando una especie de música que es la literatura. Yo entendí que la máquina de escribir es la máquina del tiempo, para entenderlo mejor. Nunca hubo tres días del velatorio de mi padre, fue un sólo día; pero yo lo viví como una semana. Eso es ficción, ese es el alma de los hechos.

—¿Tenés una disciplina para escribir, como Stephen King que se encierra 20 horas por día?
—Yo lo admiro mucho a Stephen King, lo admiro a diferencia de muchos. El libro Mientras escribo es una maravilla, Carrie no te larga, y El Resplandor tampoco. Es un tipo del que se aprende, porque se ven bien las costuras, pero yo no puedo ser disciplinado, no tengo disciplina para nada. Escribo por impulso, cuando no doy más, cuando ya estoy sobre la hora. Amo la música, estoy todo el tiempo tocando la guitarra, la trompeta y el piano; pero escribir es mi manera de ser, si no escribo me derrumbo. Por ejemplo, a mÍ me gusta bucear con el snorkel, no escribir es estar todo lo que puedo abajo del agua. Aguanto, aguanto, hasta que tengo que salir a respirar.

En Música para Camaleones, Truman Capote (otro de los escritores admirados por Ramos) dice que cuando dios te da un don, también te da un látigo; y que ese látigo solamente sirve para autoflagelarse. De Ramos se puede decir que es un tipo quilombero y que volvió varias veces de lugares horribles, pero no para rendirle culto al sufrimiento, sino para proteger y explotar ese don.

—Sandra Russo dijo que tu escritura está arrancada, pero arrancada a la muerte.
Está la idea de Santa Teresa: “Las palabras llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la ternura”, que a mí me guió. A mí me guía mucho la lectura religiosa, soy una persona de fe. Como dice Kierkegaard: “La fe es la capacidad de soportar la duda”, y cuando la duda es muy grande en mí, me arrodillo. Me entrego a las cosas para que se acomoden porque yo no puedo, no puedo con mi vida, no puedo con el amor, no puedo con el odio. Hace poco estuve en riesgo de que se caiga una probation porque me agarraron de testigo entre un cana y un boliviano, y le pegué al policía. Yo estoy pintando mandalas todo el tiempo para tratar de no mirar, porque yo me conecto y me meto en todo. Vivo peleándome por causas que están bien, pero yo no me puedo pelear por todo, tengo 48 años. Igual me pasa que si siento que soy un hombre sin huevos, sin sangre; si soy un hombre al que la injusticia no lo modifica, que el dolor ajeno le pasa desapercibido; corro el riesgo de escribir como Alan Pauls y decir que el cepillo es indefectible, ¿viste?, como dice (Enrique) Fogwill: Agarrá el cepillo indefectible y metételo en el culo.

—¿Le tenés miedo a la muerte?
No le tengo miedo a la muerte, le tengo odio, y es lo que me hace dudar de Dios siempre. La idea de que la muerte exista, de que exista del todo. Pero a veces, cuando estoy angustiado pienso con alivio en la muerte. No sería un suicida por eso, pero de alguna manera yo disfruto mucho de la vida, de personas como los chicos de acá. Yo me estoy moviendo ahora entre personas que me tienen afecto y nada más. Sé que estoy dejando una obra que tiene un valor, pero también sé que estoy dejando una obra formando escritores desde un lugar muy bueno.

—¿Y quiénes son tus maestros?
Los físicos y presenciales fueron Abelardo Castillo y Liliana Heker. John Cheever, Salinger, Irving y Truman Capote, sumándole los rusos Chejov, Dostoievski, son mis maestros también. Roberto Arlt creo que es el maestro mío, en cuanto a lo que es un escritor como persona, a esta voluntad y convicción que tenía y esta capacidad de arriesgarse a parecer un tonto. Esto de la página con intenciones de eternidad por sobre la página perfecta. Es lo que yo intento: la página con intenciones de eternidad. Es fácil escribir una página perfecta. Por supuesto que tenés que tener cierto talento, pero eso se puede aprender. Pero intentar ser eterno, es lo que te convierte en un artista. Hay muchos buenos escritores que no son artistas, y yo creo que Arlt fue un gran artista y que Marechal fue un gran artista. Cheever estaba descatologado a los 60 años pero sus cuentos son extraordinarios ¡¡¿Y los diarios?!! Católico, bisexual, adicto, borracho y amaba a su mujer; las tenía todas.

—Hablando de Pauls, se supone que desde Florida y Boedo hay dos tradiciones en la literatura argentina: una comprometida y otra más esteticista, ¿te interesa esa discusión con tus contemporáneos?
Es que a nadie le importa nada, lo único que les importa es el propio ego y tratar de salir bien en la foto con un gato, porque los escritores tienen gato y después se olvidan de comprarle la comida. Hay toda una pose de escritores que es insoportable.

—Pero vos también tenés gato…
Yo tengo un montón de gatos, pero de los que viven en la calle, y los castro, les doy de comer. Tengo perros también. Hay una tendencia en los escritores de ser una estrella de rock en todo sentido, yo prefiero quedarme en mi casa porque sino me deprimo mucho. Podés ser como Fito que compuso muy lindas canciones pero ¿en qué se convirtió?

—¿Leíste su novela?
—Es pésima, es un desastre, no tiene ni idea. ¿Viste el reportaje que le hicieron en Página|12? ¡Es un boludo a vela! ¡Las boludeces que dice! ¡Yo lo acariciaría si lo viera! Al personaje de Celeste Cid le puso de nombre ¡Merca! ¿A vos te parece ponerle Merca a un personaje? Dice que se calentaba escribiéndolo. ¡Pero si es una señora! Parece una señora sin sexo, ¡es incogible! Me deprime Fito Páez, porque tiene talento pero se quedó en eso.

—Volviendo al “cepillo indefectible”…
Yo jodo con Alan Pauls pero porque empezó Fogwill. El tipo es lindo. La verdad que no escribe bien, porque no tiene mucha capacidad de construir frases, no tiene finura, pero más allá de eso podría decir algo interesante que no lo dice, tiene una mirada recontra burguesa, recalcitrante. ¿Cómo soportas en el pasado leer una frase que dice “me dio un escalofrío cuando un chorro me puso un revólver”? ¿Quién construye una metáfora así?, ¡¿Micky Vainilla?! Pero después le dan un premio en el Konex y van todos y él dice: «Si pusieran una bomba acá, moriría la literatura argentina; porque ninguno de los que no está acá sabe escribir». O sea, según Alan Pauls, los que le dan el premio son los que saben de literatura.

—¿Y ahí no estaba Pablo Ramos?
Obvio que no estaba. No me interesa en lo más mínimo lo que piensen de mi. Imaginate que me fui de mi casa a los 14 años y me las arreglé solo. Mañana laburo de electricista o de carpintero y la paso bárbaro. No le tengo miedo a la vida y no necesito festejarme a mi mismo. Se festejan a sí mismos, se dan premios entre ellos. A mí de Alemania me sacan cagando, no me dan el premio que le dan a Fabián (Casas) porque yo los polemizo a todos. Estoy viviendo en Berlín y está la feria del libro de Frankfurt y a mí no me invitan porque Cancillería me odia, es Magdalena Failacce, ponelo, porque dicen que soy un chico problemático. En Guadalajara hablaban de mí los escritores y yo no estaba.

—¿Cómo reciben tu obra en otros países?
En otros países me respetan mucho. Yo acá no tengo un lugar, aunque no tengo conflicto con la prensa. Pero es raro que yo vaya al Fiba (Festival Internacional de Buenos Aires) en calidad de escritor, porque la única vez que fuí, fuí a cerrarlo con Gabo Ferro. No me volvió loco Europa a mí, para nada. Yo prefiero ir a Colombia, me siento mejor en México. En Colombia la Ley pega mucho, piensan que soy un escritor colombiano (sonríe) y además salió libro extranjero del año en el 2009, por la revista Arcadia donde votan todos los escritores importantes de Colombia.

Religión, peronismo y psicoanálisis

Pablo Ramos heredó de su madre el catolicismo. “Soy un católico muy personal pero no voy a misa porque la iglesia me parece un desastre”. Además, estudió dos años para ser cura. “Entré al seminario para tener acceso a la lectura, porque en mi casa no había libros y quería salirme un poquito, además siempre tuve experiencias místicas, soy muy lector de Carl Jung, de Carlos Naranjo, me interesa mucho la corriente de la psicología de los sesenta, también me lo leí a Lacan y a Freud.

—¿Te psicoanalizás?
Sí, me analicé durante mucho tiempo y ahora volví. De hecho me dieron el pase. Pero, ¿a quién voy a analizar yo? Sólo el lego puede ser psicoanalista, pero si tenés seis años de análisis ininterrumpido te pueden dar el pase y podes analizar. El mismo Masotta no era psicólogo, ni Luis Guzman.

—¿Cómo te llevas con esa generación de escritores, como Guzmán o Lamborghini?
Guzmán es un escritor extraordinario. Y (Osvaldo) Lamborghini me parece un escritor muy bueno que no conecta conmigo. Es como muy anal, pero lo respeto.

—¿Cuál es tu relación con el peronismo?
Y… mi papá. Yo en realidad estoy afiliado al Partido Obrero, nunca me desafilié y ahora estoy en la lista de Pablo Ferreyra, como candidato a legislador. Pero un día escuché la palabra “peronista” en el colegio, yo tenía siete años, y le pregunté a mi papá qué es peronista y me dijo: “Lo que vas a ser hasta que te mueras o te rompo el culo a patadas”. Esa es mi formación y soy peronista, siempre voté al peronismo. Pero si me das a elegir entre Perón y el Che Guevara, yo elijo al Che Guevara. Las cosas hay que cambiarlas del todo y el peronismo es el mientras tanto. Yo a Cristina la voy a bancar a muerte, porque es lo mejor que se puede tener, pero nunca van a cambiar las cosas del todo.

—Bueno, tus novelas están históricamente situadas. Y está el peronismo.
—Y, sí. Está en toda la obra, porque estuvo presente toda mi vida ¡El viaducto lo hizo Perón!
Yo viví al amparo de lo que fue el peronismo –donde los niños son una prioridad– y cuando ese amparo se fue y dejamos de ser los niños los privilegiados, yo estaba en sexto grado y recuerdo mucho a ese cambio. Después La Ley es una novela menemista: cocaína y putas, horrible. Y Menem ganó tres veces, bah, no perdió nunca. Y ahora viene Miguel Del Sel que propone lo mismo, lo dicen las encuestas. “Yo traigo las putas”. Y suben las encuestas después de decir eso, porque es una broma. Pero es un pelotudo importante y peligrosísimo.

Perfil del hombre que escribe

Pablo Ramos nació en Avellaneda, Buenos Aires. Tiene 48 años y empezó a escribir a los 35. Publicó el libro de poemas Lo pasado pisado y las novelas El origen de la tristeza, (que será adaptada al cine); La Ley de la ferocidad; y En cinco minutos levántate, María . Su libro de relatos Cuando lo peor haya pasado obtuvo los primeros premios del Fondo Nacional de las Artes y de Casa de las Américas de Cuba. También publicó una novela juvenil, El sueño de los murciélagos, que recibió el galardón The White Ravens al ser seleccionada por la Jugendbibliotek. Dice que su obra publicada, traducida al francés, al portugués y al alemán, equivale en cantidad al material que tiene inédito. “Ya hace tres años que no publico nada y no me mato por publicar tampoco”, reconoce el autor, aunque está por sacar un libro de crónicas. Actualmente está escribiendo el libreto de la nueva serie que produce Sebastián Ortega, Los Puccio, Historia de un clan, basada en hechos reales. En el medio, dicta talleres de escritura en Buenos Aires y en Rosario; ama la música y el tango y, como si fuera poco, sale de gira con su banda de rock Analfabetos, con los que da un show de varieté que incluye lecturas y un número de magia. “Es el circo de Pablo Ramos”, dice, y despliega toda la genealogía: “Mis dos familias viene del circo: mi papá Petito, que es siciliano; mi mamá Ramos, que es gallega; y también hay una rama de andaluces. Ahora porque Julieta (Ortega) me hizo sacar todo, sino estoy lleno de anillos y cadenas, soy un gitano”, dice, y mientras se ríe –ahora que sacó el tema de su novia–, confiesa: “Teníamos muchísimo miedo por la amistad, somos amigos desde hace muchos años y no la encaraba porque yo la arruino con las mujeres. Pero la amo, nunca me pasó esto”.

Artículo publicado en la edición 191 de El Eslabón.

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