Lucas Villca y Varón Fernández. | Foto: Javier García Alfaro
Lucas Villca y Varón Fernández en la Casa de Pocho. | Foto: Javier García Alfaro

Varón Fernández y Lucas Villca forman parte del Bodegón Cultural Casa de Pocho en el barrio Ludueña. Interesados por las apuestas políticas y lo que la música tenga para hacer en ellas, hace algunos años que vienen tocando y produciendo juntos. En esta entrevista profunda hablan de sus primeros encuentros con la música, de sus gustos y de la importancia que tiene para ellos la autogestión de las expresiones.

Entonces entro al Bodegón. Villca, sentado, lee una biografía de Silvio Rodríguez que se trajo de Cuba, donde estuvo en enero. Le cuento que Silvio me gustaba y que fui a verlo a la cancha de Ferro, en el 97, en el marco de un recital por los treinta años del asesinato del Che. Entonces me cuenta que en La Habana cumplió el sueño de ir a un recital de Silvio, de verlo jugando de local. Me viene a la mente un verso de Del sueño a la poesía, una de mis canciones favoritas. Ese que dice: “En un sofá diminuto posa minúscula gente. Unos sonríen al lente, otros cuentan los minutos”. Eso, me digo, es la humanidad. Una pequeñez, que desde adentro no parece tal, hecha de entusiasmos y ansiedades.

Al ratito entra Varón. Saludos, chistes. Pregunta por el mate. Se sienta y me da la impresión de que pone su cuerpo en posición de entrevista.

¿Cómo llegaron a hacer música? ¿Cómo se encontraron en la música?
—VL: Mis primeros recuerdos ligados a la música son de muy chiquito. En mi casa se escuchaban cosas variadas porque somos un montón de hermanos. Mi hermana más grande escuchaba José Vélez, Sandro, cantantes románticos. Mis hermanos, un poco más chicos, escuchaban cumbia: Los Lamas, Los del Fuego, Los Palmeras. Otros hermanos eran más del rock n´ roll. Mi hermano más chico escuchaba los Redondos y Sumo, esas cosas, y mi hermano más grande escuchaba Sui Generis, Vox Dei, Alma y Vida. Estaba mi viejo también, que tenía su aparato de radio. Salía a matear a la vereda y escuchaba su chamamé. Mi vieja también.
La primera vez que quise hacer algo con la música era muy chico. Fue con dos latas. Usaba la tapa de una de batata como platillo y con otra lata, de conserva, me hice una timbaleta. En algún lugar de mi casa, en el patio o en el corral del caballo, cerca de la pieza de mis hermanos, que tenían un equipo de música que trasladábamos de un lugar a otro, tocaba encima de temas. Me acuerdo mucho de poner un cassette y tocar sobre Los del Fuego, Los lirios, Los Barbacena.

¿Y después pasaste a la guitarra?
—VF: Claro, por varias cosas pasé a la guitarra. Tenía un vecino cuyo papá era un Pai Umbanda. La madre sólo lo dejaba jugar conmigo. Este pibe tocaba en las celebraciones del padre.

O sea que ahí incorporaste otro género…
—VF: Sí. De vez en cuando, este pibe me invitaba a su casa. Y ahí empecé a ver qué onda la guitarra. Yo tenía unos trece años. Acercarme a la guitarra me actualizó mucho cosas de un tío mío y de un hermano a los que les gustaban Jorge Cafrune y Horacio Guaraní.

¿Y cuándo te subiste por primera vez un escenario?
—VF: No recuerdo la fecha, debe haber sido hacia 1995 o 1996, pero sí el lugar. Fue en una toma de viviendas, acá atrás, en Ludueña. No se terminaban unas casas que estaba haciendo la Provincia y no las querían entregar. Entonces los vecinos las tomaron. A mí me marcó. No había entonces lo que hubo luego, tomar predios, recuperar fábricas. No había movidas con un impacto fuerte. Vino la policía y los quiso sacar. Para evitarlo, los vecinos hicieron unas jornadas que duraron un día, con las organizaciones del barrio. Me acuerdo que Pocho y otros más cocinaron. Con otros pibes, que hoy no están o están en otra, subimos al escenario y tocamos. Tocamos un montón porque no había muchos músicos. Venía un vecino y nos pedía un tema. Yo cantaba y un pibe que sabía un montón tocaba la guitarra. Teníamos cancionero pero también improvisamos. Esa fue la primera vez que subí a un escenario a tocar.

Que tu debut haya sido en una lucha en el barrio, mezclando música y militancia, es significativo, ¿no?
—VF: Sí, es interesante. Es fuerte el recuerdo. Y habla de lo que pensamos ahora de la música. Los que venimos pensando la música en la Casa de Pocho y otros espacios del barrio no la despegamos nunca de la actividad militante. La música, la poesía, tienen que aportar a transformar.

¿Y vos, Lucas?
—LV: En mi casa siempre se escuchaba cumbia. Los del Fuego, Los Lirios, Los De Barbacena, Marcelo y los Cristales, Los Palmeras, Grupo Cali, Chanchi. Ahora, cuando los escucho, me vienen imágenes de la infancia. Mi vieja siempre fue re cumbiera. Cuando yo tenía 5, ella tenía 25. Le gustaba salir a bailar y nos llevaba a mi hermana y a mí a todos los recitales. Estaba el Grupo Caricia en ese momento. Los íbamos a ver con todas las amigas de mi vieja. Íbamos a Servando Bayo, Reflejos, La Rural, Caova, Casino, Nivel Uno. También fuimos a ver a Sombras. Siempre escuché eso. Sabía un montón de temas. Y como mi hermana era como yo, empezamos a salir juntos. Íbamos a Casino. Después empecé a escuchar cumbia villera pero no mucho. En ese momento también empezó a grabar Leo Mattioli como solista. Él sí me gustaba. Más tarde empecé a salir con los chicos del barrio y con ellos también escuchábamos cumbia. Siempre cumbia, cumbia, cumbia.

¿Cuándo empezaste a tocar?
—LV: Cuando era chico había querido tocar la guitarra. Fui un par de veces a unos talleres que daban los pibes de HIJOS en el saloncito de los jóvenes dentro de la escuela del padre Edgardo [Montaldo] pero éramos muchos, era un caos. Eramos bocha con una sola viola. A los diecisiete, Leo Pereyra, de La Posilga [una banda del barrio Ludueña], a quien conozco de toda la vida, me empezó a enseñar. Leo estaba todo el día con la guitarra. Y en ese momento, una chica que tenía una guitarra criolla en la casa, increíble, creo que artesanal, me la prestó por ocho meses. Los primeros temas fueron Flaca, de Calamaro, algunos de León Gieco, algunas cumbias. Sacaba acordes de las canciones de los pibes de La Posilga. Leo tocaba Silvio Rodríguez y yo quería tocarlo también. Al principio hacía tres notas de Ojalá. Sólo mucho tiempo después me pude comprar una guitarra. Siempre andaba con una prestada. De hecho, usaba una que estaba acá, en el Bodegón, donde yo venía porque Varón estaba dando un taller de música.

¿Fue entonces cuando se relacionaron por la música?
—LV: Claro, ahí nos empezamos juntar. Eso fue en 2004. De alumno a maestro. Además, me estaba enganchando con otras actividades en el Bodegón. Acá había unos cancioneros, empecé a escuchar folklore. Empecé a escuchar música que resaltara la guitarra. Entonces no me resultaba tan importante el género, era más importante lo que pasara con la guitarra. Para el 2007 empezamos a tocar en público con Varón. La primera vez que tocamos juntos, con canciones propias, fue ese año, con el Duende Garnica y Perro e´ Sulky en el subsuelo de la Lavardén.

¿Y ahora en qué andan?
—VF: Desde principios del año pasado estamos grabando un disco. Invitamos a un montón de músicos. Ya casi está terminado. Ahora viene el arte de tapa y la masterización. La mayoría de las canciones las compuse yo y cada una de ellas tiene que ver con una historia. La idea del disco es que en el arte de tapa vaya un relato en lugar de la letra. Por ejemplo, la primera canción la escribí en Venezuela y la idea es que escriba un texto Adán, un compañero que vivió allá. Con la segunda canción, que se llama Credo nicaragüense, la idea es que vaya un texto de Ramona Romero, activista de la asamblea El Algarrobo que está acompañando la causa Angelelli. Luego hay una canción que está dedicada a las mujeres sobre la cual va a escribir un texto Claudia Korol. La idea del disco es hacer eso. Creo que lo vamos a presentar junto al de La Posilga a mitad de año. Además del disco, ahora estamos tocando. En junio nos vamos a Uruguay. La gente de la Marcha Patriótica, que ya en 2012 nos invitó a tocar en Colombia, organiza en Montevideo una actividad similar, internacional, por la Paz en Colombia. La idea es llevar el disco recién salido.

Digamos que se han movido paralelamente como músicos/militantes y como militantes/músicos.
—LV: Nuestro acercamiento a la música nunca estuvo por fuera de otras formas de vivir. Cuando me acerqué a Leo Pereyra era porque estaba diciendo un montón de cosas con la música, no muy lejanas a lo que pasa ahora: la represión, las primeras instalaciones del narco en el barrio tal como lo vemos ahora. Cosas que otros decían con un comunicado, ellos lo decían con la música. Como nosotros ahora: muchas de nuestras canciones y los lugares donde tocamos tienen que ver con salir a decir, sea en un conflicto o en un lugar meramente comercial. Decimos con nuestras canciones, aunque cuando estamos muy enojados lo decimos también por micrófono. Aprovechamos esos espacios para hablar con gente a la que no llegamos de otra manera, para contarles lo que pasa en Ludueña y en otros barrios, para decirles lo que pensamos. Son otros espacios pero decimos lo mismo; eso sí, lo disfrutamos mucho más cuando es un espacio militante o nuestro, como el Carnaval Cumple de Pocho.

—¿Cómo ven el panorama musical actual?
—VF: La canción es un acto político que tiene que poder transformar. Pero la coyuntura no es la misma que cuando empezamos. Antes, las marchas del 24 de marzo cerraban con bandas que tenían contenido. Me cuesta entender qué pasó para que un 24 cierre Coki. ¿Cómo pensar que el hecho cultural que generás quede separado de lo que piensa, siente o ama la gente? Tiene que haber algo más, que nos involucre como generadores de actividad cultural.

—Creo que el 24 tenía otras características hace diez años. También la música cambió.
—VF: Sí, pero no por eso lo que está generando este pueblo culturalmente no tiene que estar en ese acto. La noche anterior, en la vigilia frente al Monumento, de las expresiones culturales que hubo, cinco eran de Ludueña. Creemos, por eso, que en algo no le estamos errando. Veíamos una banda de cumbia, dos murgas, a los pibes contentos. Ese mismo 23, la policía corrió a un pibe en el barrio, se quiso meter en la casa, la madre la sacó. La cana tiró. Una situación tremenda, pero la madre y los pibes fueron al acto del 23 a mostrar lo que habían producido. Eso te dice que lo que están buscando los pibes es producir otra cosa.

—¿Lo que subrayás es que para ustedes lo que importa es dónde estás, con quién te relacionás, qué sentidos le das a tu música?
—VF: Claro. Lo del Atlas (un festival organizado a finales de 2014 en el complejo Gran Atlas de Rosario) fue así. Esa actividad, que parecía un evento comercial común, la armamos con Ayem Nohuet, una banda de folklore que nos viene dando una mano con otros procesos de lucha y organización, y con el Duende Garnica, un músico compañero que viene haciendo “La Ruta de los olvidados”, buscando músicos, investigando luchas. Para nosotros esas son cosas válidas. Producir también lo que rodea a la música.
—LV: Además, lo que nosotros o el Duende decimos no se escucha todo el tiempo. En general, hay una canción pobre, que distrae.

—¿Te referís a las letras?
—LV: Sí. No son las canciones que hacía León o las que hace Raly (Barrionuevo), que tiran cosas que están pasando, que van despertando conciencia. Con mucha música no pasa nada. ¿Qué es la música popular?, ¿qué es un músico popular. ¿Los Wachiturros son músicos populares? ¿Es lo masivo lo popular? ¿Tan Biónica?, que lo ponen en todos lados La música popular es otra cosa, tiene compromiso, se involucra con alguna lucha. O quizá no se compromete pero comunica eso. Si tratás un tema en una canción pega mucho más que en una entrevista. El estándar parece ser no decir nada.

—La canción transmite otras cosas, aparte de la letra.
—LV: Sí, se juega el cuerpo, los sentimientos. Una canción tiene mucha más información que otras cosas.

—Y en relación al barrio y las actuales condiciones, ¿la música puede cumplir una función comunitaria, sanadora?, ¿puede ser vehículo para cambiar algo?
—VF: Creo que sí. Si en vez de bandas diciendo “te amo, te la pongo hoy, te la saco el jueves, te amo, te amaré, corazón”, tenés bandas hablando de lo importante que es el amor, la entrega; de lo importante que es construir eso con los pibes, de por qué la solidaridad tendría que ser una materia escolar, de que la televisión debería mostrar el amor de las madres que elaboran el pan en los comedores, de que la esperanza tiene que estar ligada a Rancho Aparte, La Murga de los Trapos, los pibes de Bella Vista, a los que están buscando producir otra cosa, si tuvieras bandas que una vez al año donaran un recital para una familia en una situación difícil, o para un centro comunitario, si la canción cumpliera esa función, y, aparte de decir, acompañara lo que dice; sería otra cosa. Lo hemos comprobado. Esta casa de Pocho nunca avanzó tanto en su construcción como en 2009, cuando hicimos un recital con León Gieco; y el año pasado, cuando hicimos una peña con el Raly. Si tenés bandas cantando giladas sólo le suma a los dueños de las radios, porque ni siquiera las bandas ganan guita. Nosotros entendemos que hay lugares y eventos para los que no nos van a llamar nunca. No les interesa hacer famoso a Varón o a Lucas. Trabajan con otra lógica.

—Todas estas bandas y músicos que mencionan relacionadas entre sí, ¿han pensado algún tipo de organización colectiva?
—LV: En algún momento pensamos hacer una productora cultural, una cooperativa de artistas, pero en ese entonces muchos estábamos sin laburo y quedó ahí por las urgencias. por esas cosas que este sistema te va imponiendo para que no te puedas expresar. Todos teníamos que resolver la cuestión de la guita. De hecho, seguimos resolviendo eso. A otros músicos quizá les resultó más fácil empezar a vivir de la música. Para nosotros es imposible.

—Pensando en los estándares musicales, ¿cómo crean sus canciones?, ¿de qué se nutren?, ¿cómo piensan los sonidos y los géneros?, ¿por qué esos y no otros?
—VF: Son los que vamos transitando. Pero habría que hacer un párrafo aparte y analizar por qué Rosario no tiene –o no quiere tener– una música. Vos preguntás: ¿cuál es la música de Rosario?; y no sabés.

—Eso puede ser una ventaja…
—VF: Sí, la ventaja la tenés en la creación. Cuando componemos o tocamos sabemos lo que la gente quiere escuchar: el camino que transitamos nos dio herramientas para entender que hay personas a las que no les gusta el folklore, el chamamé, el candombe; que hay gente a la que le gusta la cumbia. Entonces nosotros tocamos cumbia o rock o chamamé, pero siempre con una línea que quiere transmitir algo. El otro día me paró un vecino al que veo siempre con su señora en la vereda, me saludó y me dijo: “Varón, permitíme que te salude. Te vi el otro día en el Monumento… Cuánta potencia en lo que dicen”. El trabajo con la música nos ha dado un abanico amplio para ayudar a que los pibes y pibas se piensen de otra forma. Cuando empezamos la murga, la mayoría de los percusionistas eran hombres y hoy son mujeres. Ese feminismo, que hoy se está pensando, nosotros lo llevamos a un lugar casi invisible. Si no lo decís, la gente no se da cuenta. Esa es la transformación que la música tiene que acompañar. Cuando toca La Posilga estamos atentos a los temas que van a tocar, las afinaciones, los palillos del baterista; cuando toca la murga, acompañamos y creamos las letras. Nos importa ese otro lugar de la música.

—Gestionar es también parte de una práctica artística…
—VF: Te voy a contar algo para que veas cómo un músico separa lo que dice de lo que hace: cuando vino Arbolito a Rosario nos pidieron que toquemos. Iba a ir La Posilga, pero como no tenían equipo de bajo fuimos a preguntarle a Arbolito si nos prestaba su amplificador. Nos dijeron que no, que salía mucho dinero y que no lo iban a prestar.
—LV: Eso fue en 2006. Diez días antes había desaparecido Julio López. Arbolito subió ese día al escenario y pidió por la aparición de López.

—Esto que cuentan muestra que puede haber una banda con letras ideológicas pero nada más y puede haber una banda con letras menos directas que terminan siendo más generosas.
—VF: Sí, nos ha pasado.

—A veces se deposita mucho en lo que dicen las canciones pero puede pasar que la eficacia política de una canción no tenga que ver con la letra. Sucede, por ejemplo, con la música instrumental. Como caso más personal pienso en las bandas de música afroamericana que investigo, en las que encontré letras de amor típicas pero también aportes a programas comunitarios en los barrios negros. Hacían ese juego: sabían que les iba a ir mejor con una letra de amor y eso les permitía colaborar. Lo digo pensando en cómo puede funcionar una letra.
—LV: Hacemos canciones que son más urgentes, lo que queremos decir, lo que nuestros compañeros necesitan que digamos. Cuestiones del barrio, que nadie va a decir. Ahí aparece la relación entre la música, lo político y lo territorial. Las canciones tienen que ver con situaciones casi siempre desfavorables, que fuimos viviendo acá. Y eso hace que a veces cueste que el otro entienda. Pero no estamos todo el tiempo “queriendo decir”. También hacemos canciones porque nos gusta la música o que la gente baile. Le cantamos al amor y a las mujeres. Nos gusta la cumbia y tiene mucho de eso.

—De hecho, la cumbia argentina es un género poco político en sus letras. Puedo identificar una banda de rock, de folklore, de hip hop con un discurso político. Pero con la cumbia me resulta más difícil. Puede tener letras sociales pero no políticas.
—VF: No, no tiene. Es que la cumbia es un género paisajístico. No se compromete con la política, se compromete con el paisaje.
—LV: Es que esta cumbia que nos gusta, más santafesina, menos villera, también fue estandarizada. Nos llega así. Pero hay cumbias que están buenas, que van diciendo cosas de los laburantes. Hay tipos capaces de meter cosas políticas en un sonido tremendo.
—VF: La cumbia santafesina tuvo que recurrir a otro género para meterle contenido o para escapar de lo otro. Desde Los del Fuego, cuando cantaban Viejo, mi querido viejo, a Los Palmeras cantando La gran bestia pop.

—Volviendo al barrio, ¿cómo ven el panorama musical en relación a los pibes?
—VF: Una cosa es lo que escuchan y otra lo que están haciendo.
—LV: Hay muchos chicos haciendo música. Por eso nuestra idea es hacer, acá en el Bodegón, una sala de ensayo y una radio. Hace varios años hay pibes haciendo rap; la murga tiene quince años. Otros chicos hacen folklore y cumbia. Pero todos quedan ahí porque cuando querés crecer se complica: las salas quedan fuera del barrio, los instrumentos son caros.
—VF: En el barrio la mayoría no ha registrado nada. Ni audios, ni videos. Por eso queremos hacer la sala: para que los pibes tengan no sólo un lugar donde estar, comer, guitarrear, sino que en algún momento también puedan empezar a producir y queden más cosas registradas.

—¿Cuándo esperan abrirla?
—VF: Es mucha guita. Estamos tratando de ponerla con todo y eso es todavía más dinero. Por otro lado, la construcción la pensamos como parte de la construcción con la gente, entonces levantar las paredes es algo que va de la mano de trabajar con el barrio.

—Que sea sala y radio en conjunto incorpora la comunicación y la difusión.
—VF: Sí, nosotros queremos que acá los pibes puedan producir lo que quieran, que tengan un lugar donde hacer, registrar, y aprender a usar otras herramientas.

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