Foto: Manuel Costa
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El PRO es el representante cabal del neoliberalismo que hizo estragos en la Argentina y en el mundo. Esa ideología, esa cultura, que es además una suerte de religión, un culto fanático al mercado, produjo la crisis del 2001, por sólo tomar el ejemplo más reciente.

La ideología del PRO ha sido la hegemónica en la Argentina durante 200 años, con breves interrupciones. Hay matices, claro, pero la cuestión central, la cuestión de fondo, está más allá de los matices. Es una verdad clara y tajante: la ideología del PRO está al servicio de las corporaciones, los poderes fácticos, los grupos económicos más concentrados, las minorías, y los especuladores financieros, entre otros.

La ideología del PRO tiene nombre: se llama neoliberalismo. Tiene padre: Ronald Reagan. Y tiene, claro, una mami fría y de hierro: Margaret Thatcher. Posee, además, una larga prosapia que lo vincula a las más diversas y variopintas formas de la derecha y los conservadurismos. Friedrich Hayek y Milton Friedman son sus próceres.

Detrás de los globos, los bailes y las palabras que destruyen el sentido, se esconde esta triste verdad. Es mentira que el PRO es nuevo. Eso es falso: el PRO no es un partido post-ideológico, “pura gestión”. No existe tal cosa.

El sociólogo y politólogo brasileño Emir Sader describió la ideología neoliberal en su nota publicada el sábado 16 de mayo en Página 12, que lleva un título que es toda una definición y una síntesis: “No hay para todos”.

“Hay demasiadas cabezas para pocos sombreros. Pero el neoliberalismo no se dispone a producir más sombreros para superar este desequilibrio, sino a cortar cabezas. Podría dividir mejor lo que hay, o rotar los sombreros que hay entre varias cabezas. Pero no. Hay que reducir la demanda de sombreros por el exceso de cabezas”, señala Sader.

“¿Y quién decide que hay que cortar cabezas y qué cabezas deben ser cortadas? ¿La población, reunida democráticamente en asambleas o en carnicerías gigantes? No. Es el mercado, ese gran carnicero”, agrega el intelectual brasileño.

A nivel mundial, la ideología del PRO, es decir el neoliberalismo y las formas despiadadas del capitalismo financiero, vienen haciendo estragos. Al neoliberalismo siempre “le sobra gente”.

El neoliberalismo destruyó el Estado de Bienestar que alguna vez se expandió por Europa. Y produjo, en Estados Unidos, la aparición de movimientos sociales que pusieron en el centro de la cuestión la distribución de la riqueza, todo un tabú para el discurso PRO.

Lo verdaderamente nuevo en el mundo es la discusión sobre cómo distribuir la riqueza en una sociedad cada vez más esclavizada bajo el yugo de las leyes del mercado y la financiarización de la economía. El PRO, que esquiva el tema como quien huye de la peste bubónica es, en ese y en muchos otros sentidos, lo viejo. Se quedó en el pasado, está fuera del mundo. Al menos del mundo que se preocupa por incluir a la ciudadanía y no ceder a la voracidad infinita del dios mercado, Moloch.

Ni siquiera en Estados Unidos, ni siquiera en Europa, estas formas actuales del capitalismo financiero especulativo resultan sostenibles sin represión social. El mercado se impuso a la política y dio lugar a una grave crisis de representatividad. Los Estados se encuentran de rodillas frente a los banqueros. Ese es el verdadero mundo PRO.

El PRO quiere trasladar ese mundo a la Argentina, y terminar así con la anomalía que se desarrolló en nuestro país desde 2003.

La desocupación crece en Europa. La destrucción de puestos de trabajo es sistemática. Los desalojos empujan a miles de familia a las calles. Los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más obscenamente ricos. Los jubilados se suicidan por desesperación, en Italia, Grecia y España, tal como sucedió en la Argentina en 2001. Ese horror es el que se oculta tras la fiesta con globos del PRO.
En todos los países asolados por el neoliberalismo la protesta social crece y se organiza. Por eso, los medios hegemónicos brindan tan poca información sobre los ajustes en Europa y la represión de las protestas sociales.

Nada dicen, por ejemplo, de la “ley mordaza” que se aprobó en España para judicializar todavía más la protesta social. La norma fue impulsada por el Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy. El PP sabe combinar buenas dosis de franquismo, neoliberalismo y corrupción galopante. “Nos conocemos desde hace muchos años con Mariano y hemos tenido como siempre una muy buena charla de amigos”, comentó Mauricio Macri al término de su última reunión con “Mariano”, el 9 octubre de 2012.

Los medios hegemónicos poco y nada dicen de la alevosa intervención del gobierno del Reino Unido en las redes sociales, con el fin de anticipar y evitar movilizaciones encarcelando a los que pretenden protestar. Nada dicen sobre la total pérdida del derecho a la vida privada que sufren los ciudadanos de Estados Unidos.

Pero cuidado: ninguno de los ajustes perpetrados en Europa se hicieron en nombre del neoliberalismo. No, nada de eso. A lo sumo se habló de “austeridad”. Y hubo ajustadores conservadores y también “socialistas”. El neoliberalismo no se dice, no se declama ni se confiesa, es el cuchillo bajo el poncho.

En ese contexto mundial, el PRO intenta hacernos retroceder al pasado, a los 90. Pero ya el mundo no es el mismo. Volver a aquello sería, ahora, peor todavía. Significaría regresar a un lugar peor. La Argentina PRO sería el furgón de cola de un capitalismo financiero cada vez más concentrado y rapaz, que hace estragos incluso en países industrializados y considerados centrales. La Argentina PRO ocuparía los márgenes de un mundo cada vez más injusto y conflictivo. Un lugar horrible, un sitio para muy pocos.

La ideología neoliberal no es más que un constructo discursivo, difuso a veces, muy legible en otros casos, que entroniza el poder del mercado por encima de cualquier otro actor social o institución. La ideología neoliberal naturaliza el statu quo. Intenta hacernos creer que la actual situación mundial es la única posible, que surgió del estado natural de las cosas y que está bien que así sea. Intenta naturalizar una situación que, en realidad, no es natural sino histórica, contingente, porque es el resultado de una correlación de fuerzas determinada.

Toda construcción tiene al menos un punto débil. Con sólo tocar ese punto exacto, es posible que todo tambalee, se caiga, o al menos desnude lo que intenta ocultar. El PRO no es una excepción en este sentido. Muy por el contrario, es un buen ejemplo de una construcción –de los poderes fácticos y los medios a su alcance– que tiene debilidades de base.

Si estas debilidades del PRO no resultan evidentes se debe al sistemático encubrimiento que le dispensan los medios hegemónicos, que poseen un poder enorme a la hora de confundir, crear cortinas de humo, promover falsos debates y organizar grandes bailes de disfraces con antifaces, mascaritas y mascarones.

Pero las herramientas simbólicas para desactivar esta campaña de manipulación también existen y son accesibles, al menos si se logra superar el aturdimiento que producen los medios. Se trata de hacer historia. Y no comerse los amagues.

Se trata de no caer en la trampa de pensar que el PRO es lo que el PRO dice que es. Se trata de cuestionar, deconstruir, desmentir, desactivar las falacias que el PRO propagandiza para vender una imagen falsa.
“Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”, escribió Voltaire. Otros, para parecer nuevos, también utilizan globos, confeti y pasitos de baile.

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