Foto: Manuel Costa.

El equipo canaya de powerchair (fútbol en sillas de ruedas eléctricas) se prepara para viajar a Uruguay a disputar la Copa Libertadores de esa disciplina, tras haber conquistado el título nacional.

En la previa del ansiado viaje a tierras orientales, lugar en que se llevará a cabo la edición 2015 de la Libertadores de powerchair, deporte destinado a personas que –por diferentes causas– se movilizan exclusivamente en sillas de ruedas motorizadas, y que nació en Francia, en 1978; El Eslabón, atraído por el coraje y la perseverancia de esos jóvenes, se acercó a la subsede Cruce Alberdi (Catamarca entre Cafferata y San Nicolás) lugar de entrenamiento del combinado auriazul y dialogó con varios de los integrantes de esa gran y cálida familia.

El libro de los abrazos

En el powerchair se juega principalmente a los toques, por lo que hay compañerismo, mucho compañerismo. Hay jugadas preparadas, laterales, córners y fules. Hay golazos y “abrazos”. Lo practican jóvenes con discapacidad motriz que se movilizan en sillas de ruedas eléctricas. Y juegan a la pelota, ni más ni menos que eso.

Cristian Buschiazzo, uno de los profes del equipo auriazul, cuenta que “en el profesorado de Educación Física participé de una jornada con chicos con discapacidad visual y me enganché tanto que terminé encaminando mi carrera hacia esa rama”, y añade: “Después conocí a Rodrigo Romani, que ya laburaba en el club Echesortu en la parte de discapacidad, y me enganché con él. Incluso, después de recibirme hice el profesorado en Educación Especial, que no está relacionado específicamente al deporte pero sí al trabajo con chicos con capacidades diferentes”.

Romani fue justamente quien convocó a Cristian, en agosto de 2013, a sumarse al plantel que estaba armando para aprender y practicar ese deporte que un año antes había desembarcado en el país. “Es una disciplina bastante nueva en Argentina y hasta el momento sólo hay cuatro sedes en las que se desarrolla: Rosario, Buenos Aires, Mar del Plata y Córdoba”, señala el profe, y agrega: “Lo bueno fue que enseguida empezamos a competir, porque en noviembre se hizo el primer Torneo Nacional, en el que terminamos invictos y quedamos afuera de la final por diferencia de gol; y al año siguiente nos dimos el gusto de salir campeones en tierras porteñas dejando en el camino al cuarteto de equipos argentinos y a Uruguay, que fue invitado especialmente”.

Buschiazzo, además del “gran aprendizaje mutuo” que construye día a día con sus dirigidos, asegura que “lo más lindo” que le tocó vivir en torno a este deporte fue cuando lograron el título nacional. “Verlos disfrutar cuando ganaron la copa fue inolvidable. Algunos lloraban, otros giraban sobre sus sillas y se buscaban para abrazarse. Porque –al igual que cada vez que hacen un gol– ellos se buscan y chocan las sillas, con el que les dio el pase o con el que tengan cerca. Ese es su abrazo”.

Que ruede la bola

Tanto el profe Cristian, como la mayoría de los padres que presenciaban el entrenamiento y fueron abordados por este cronista, señalan a “los papás de Santino” como los responsables de que el powerchair haya recalado en Rosario.

Carolina Soriano es la presidenta de Fame Argentina, fundación que nuclea a familiares de chicos que padecen Atrofia Muscular Espinal –una enfermedad genética neuronal, progresiva, que afecta a la musculatura toda– de todo el mundo; y viaja anualmente a Estados Unidos a participar de convenciones internacionales. En uno de esos viajes, junto con otra familia porteña, descubrió el powerchair y “flasheó”, según ella misma se encarga de resaltar. “Nos volvimos locos, porque hasta ese momento no sabíamos que existía un deporte para chicos como el nuestro, y hasta pensamos en mudarnos allá para que él pudiera jugar. Después lo pensamos bien y en vez de eso compramos la defensa para la silla y una pelota y las trajimos”, recuerda entre risas la mamá de Santino Ombrella, y añade: “Esos padres se pusieron más las pilas y viajaron a París y a Brasil, se contactaron con gente de la Federación Internacional y de alguna manera trajeron este deporte a la Argentina. Y nos invitaron a participar, por lo que Santi empezó a viajar cada 15 días para entrenar y jugar con ellos que ya eran unos cuantos”.

Ante lo complicado de trasladarse a Buenos Aires, Carolina junto a su compañero Fabio, comenzaron a pensar que estaría bueno traerlo a Rosario y el puntapié inicial se dio en el mismísimo Gigante de Arroyito. “Varios de los chicos se conocían de la cancha, porque son canayas y van al sector especial que hay destinado para ellos, y hablando con los padres nos fuimos organizando hasta que se armó el equipo y se empezó a practicar. Por suerte el club nos cedió un lugar de entrenamiento (la cancha de básquet del Cruce Alberdi), y el objetivo, ahora, es que esto siga creciendo”.

Por amor a la camiseta

Valentín Olmedo es el arquero de Las Máquinas guerreras y también, junto con Santino Ombrella, integra el seleccionado nacional. Este joven, que confiesa “inspirarse” en (Mauricio) Caranta, cuenta que “cuando arrancamos no sabíamos casi nada de este deporte y nos costaba mucho”, y que recién cuando participaron de la Copa América de Río de Janeiro, en lo que fue el debut argentino en certámenes internacionales, descubrieron lo que era jugar “en serio”. “Hay países en los que ya venían practicando el deporte desde hace más de 20 años y había equipos realmente muy buenos. Nos comimos unas buenas palizas y llegamos a perder por 12 a 0, pero así se aprende”.

Uno de los momentos inolvidables para los pibes del powerchair auriazul, se dio cuando Paulo Ferrari, jugador profesional de la entidad de Arroyito, se apareció en una práctica y les regaló un juego de camisetas. “Fue muy emocionante, que tengamos el número y el apellido de cada uno en la espalda y que encima las traiga el Loncho fue algo increíble”, rememora orgulloso el golero, y añade: “Y también nos mandó un video Angelito Di María, a través de la página oficial del club, en el que nos desea suerte para la Copa”.

Antes de despedirse, Valentín, que confiesa que “jugar la Libertadores representando a Central es un verdadero sueño”, destaca que “en el partido de este sábado vamos a jugar por primera vez con público local y nos van a poder venir a ver abuelos, primos, tíos y  amigos”, y concluye: “Lo que más me gustaría ahora es que haya otro equipo en Rosario. Y ojalá sea Newell’s, así podemos jugar un clasiquito”.

A rodar mi vida

El powerchair se desarrolla en una cancha de básquet y los arcos están delimitados por dos banderines. Los equipos están compuestos por 4 integrantes (incluido el arquero), y los partidos constan de dos tiempos de 20 minutos cada uno. Los jugadores se movilizan en sillas de ruedas con motor que manejan manualmente, a través de un comando instalado en la misma, y no pueden desplazarse a más de 10 kilómetros por hora (los árbitros lo controlan antes de cada juego). Las sillas, además, tienen una defensa (una especie de paragolpe) con la que impulsan el balón y se lo quitan al contrario, que se denomina Footguard o protección de pies. Y la pelota, de unos 33 centímetros de diámetro, es bastante más grande que la del fútbol tradicional.

Hay un par de reglas que apuntan a agilizar el desarrollo del juego (sólo un jugador de cada equipo puede estar a menos de 3 metros de la pelota cuando está en juego y sólo puede haber dos defensores en su propia área) y la mayoría de los goles son de pelota detenida, ya que se pueden acomodar previamente en el campo y realizar jugadas preparadas. Y para rematar con fuerza o lanzar pases largos, los pibes pegan un giro completo y vertiginoso antes de impactar contra el balón.

Los integrantes del equipo de Rosario Central son Santino Ombrella, Valentín Olmedo, Emiliano López Cícero, Agustín Orge, José Mansilla y Bruno Silva; los profes son Cristian Buschiazzo y Rodrigo Romani, y el ayudante de campo es Joaquín Legaristi.

Nota publicada en la edición 197 del periódico El Eslabón.

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