ScioliCrisNestor

Lejos de algunos planteos en derredor de las convicciones que pudiera tener o no Daniel Scioli de sostener y profundizar el proceso político que desde mayo de 2003 viene gestando un proyecto de Nación que aún no tuvo tiempo de consolidarse como modelo, otro posible interrogante parece soslayarse. El proyecto inaugurado por Néstor Kirchner, al que Cristina le viene dando continuidad desde 2007, ¿está en condiciones de imponerse como guía rectora durante la «experiencia Scioli»? ¿Estará a la altura? Tendrá las espaldas que necesita ese diseño de país cuyos cuadros intelectuales interpelan al sujeto que la política llevó al lugar máximo de gestión, si se impone en octubre, reclamando garantías y advirtiéndole sobre presuntos desviacionistas? No se ve tan carente de miga ese mign0n como para meterlo en la bolsa del pan duro, ¿verdad?

Peronismo y kirchnerismo

El mismo 25 de mayo de 2003 se asistió al parto de un debate que ya llegó a la adolescencia. ¿El kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI? ¿Puede concebirse al kirchnerismo sin el antecedente histórico, político y social que constituye el peronismo? ¿Puede haber kirchnerismo no peronista? ¿Puede pensarse en un peronismo no kirchnerista?

Un debate apasionante, sólo posible merced a la puesta en valor, la reapropiación de la política, entendida como el ámbito donde se gestan las transformaciones necesarias para alcanzar un modelo social justo, inclusivo, atento a beneficiar en un pie de igualdad a las grandes mayorías, y priorizando a los sectores más vulnerables. Ése, y no cualquiera, fue el primer paso que dio Kirchner al abrir las puertas de esta etapa de par en par, de modo que el vigoroso soplo popular ventilara los sórdidos despachos donde se había decretado la rendición de rodillas de la política ante las corporaciones que gobiernan y ejercen el poder realmente.

El segundo movimiento de piezas en el tablero fue, en su discurso de asunción, frente a la Asamblea Legislativa, dejar en claro que su proyecto, de hecho audaz e inédito desde 1974, lo llevaría adelante dentro de los límites del capitalismo. Es probable que esta definición haya sido escuchada como si Néstor la hubiese expresado con sordina, a causa del efecto que las otras definiciones produjeron en propios y extraños, pero no deja de ser insoslayable a la hora de definir al kirchnerismo. Mucho menos si se trata de analizarlo en (su) relación con el peronismo.

Literalmente, Kirchner leyó este párrafo el 25 de mayo en que asumió: «En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente». Peronismo puro. Capitalismo más humano, pero capitalismo. Ni socialismo nacional, ni maoísmo, ni castrismo, mucho menos guevarismo, sin que para el kirchnerismo esas expresiones o experiencias merecen desdén alguno. Por el contrario son respetadas e incluso tomadas en cuenta. Sorpresas no, transformaciones profundas y cambio de paradigma, eso sí, señoras y señores.

Como sucedió con Juan Perón en 1945, el poder establecido intentó reaccionar ante lo que llaman, siempre, «un cambio en las reglas de juego», antes de rematar la frase con un vocablo –»inaceptables»–, que casi siempre ha logrado doblegar a díscolos o desinformados. Kirchner puso «a parir» empresarios españoles antes de recibirlos para comunicarles que los muertos no pagan, que las concesiones sin inversión iban a volver al Estado, y que algunos se quedaron en el Puerto de Palos de Colón, pero que desde hace un buen rato ya no existen las colonias de ultramar, aunque muchos nostálgicos de las Indias Occidentales los hicieron ilusionar o alucinar. No es el único ejemplo, pero esta no es la biografía de NK.

Pronto los viejos grupos económicos concentrados devenidos, algunos de ellos, corporaciones transnacionales, volvieron a mostrar que su verdadero temor no abreva en posibles dictaduras del proletariado, revoluciones permanentes o largas marchas a Cosquín. Si en los años ’40 y ’50 la Bestia Negra fue el peronismo, y así lo hicieron saber con ruido socialistas, estalinistas, radicales, liberales y embajadores imperiales, en el siglo XXI el kirchnerismo es una Bestia Pop desgarbada y estrábica que luce sacos cruzados siempre desabotonados y arrastra «eches» a cada paso vertiginoso que da en suelo patrio, después de haber surcado el ripio de la republiqueta bananera neoliberal que el menemismo legitimó invocando al peronismo, sólo que revisitado y editado por Francis Fukuyama. Cambalache es revisitado en el siglo XXI, y remixado. No hay Discépolos, hay bandas de andurriales que iluminan sus shows enganchandose a los cables de la Rosada. Por eso algunos rechazan la idea de que eso sea peronismo o al menos se le acerque. Porque no conocieron las fiestas en los clubes de barrio, en la misma calle y en cualquier lugar donde Perón y Evita eran parte de la familia.

Hay quienes postulan que fue en esos días iniciales de su mandato, rápidos y furiosos, cuando Néstor se puso a enviar transversales invitaciones, al tiempo que muchos se metían en el baile sin esperar la tarjeta. Olvidan que el primer invitado a participar de este Dakar sin GPS fue Scioli. Hubo otros, pero ninguno está a punto de ser presidente en nombre del kirchnerismo. Un dato, ¿no?

Los colores de la crisis

Kirchner despejó de todo obstáculo la mesa grande, desplegó sobre ella la tela que representaba a la crisis y, con lúcida rapidez detectó tres principales zonas, una roja, una gris y otra negra. La roja enuncia con marcada urgencia la necesidad de operar con decisión e intervenir en la tensión social, particularmente en el tratamiento que el Estado debía darle a la protesta social. Diseñó un modelo de intervención policial y de otras fuerzas de seguridad haciendo eje en que ninguna manifestación o reclamo volviera a dejar un saldo de muertos o heridos, por lo cual ordenó perimetrar esos focos, de ser necesario, con personal desarmado y preparado para contener posibles desórdenes. En poco tiempo los niveles de violencia entre militantes y las fuerzas de seguridad descendieron notablemente.

La zona negra cobijaba dos caras de una misma moneda. La economía y el rol del Estado. Casi tres lustros de neoliberalismo habían postergado a un plano miserablemente lejano al Estado, desarticulando hasta límites irracionales con el fin de impedir su intervención en las principales variables económicas, el control del cumplimiento de las obligaciones fiscales de los más grandes conglomerados empresariales, la regulación del sistema financiero, el manejo de las tarifas de servicios esenciales, en suma, la capacidad de poner en práctica políticas públicas autónomas del poder corporativo y emprender un plan de redistribución de la renta nacional. Uno de los dispositivos esenciales utilizados por las corporaciones nacionales y transnacionales para mantener a raya al Estado y a los gobiernos de turno es, aún hoy, la deuda externa.

En esa vasta y peligrosa zona negra Kirchner operó con rapidez y en forma simultánea, como si se tratara de una maniobra de pinzas, en dos frentes, rodeandolos por sorpresa de a uno por vez. Efectivizó el total de la deuda que la Argentina mantenía con el Fondo Monetario Internacional (FMI), advirtiéndole que desde ese momento cesaron los monitoreos, recomendaciones e intervenciones de ese organismo en lo que hace a la planificación del desarrollo y la economía nacionales. Comenzaba el programa de desendeudamiento.

En el otro frente, desató una verdadera guerra relámpago que tuvo por objeto recuperar poder regulatorio y de control para dotar al Estado de mecanismos que revirtieron el dominio casi completo del aparato productivo por parte del denominado mercado, ese eufemismo que enmascara a las corporaciones. Áreas como la energética y servicios públicos pasaron a primer plano; se empezó a planificar infraestructura para desarrollar el imprescindible programa de reindustrialización; se aplicaron políticas arancelarias que redefinieron los objetivos en materia de comercio exterior. Entre otros nudos gordianos de la relación entre Estado y macroeconomía, éstos fueron puestos bajo lupa y experimentaron inusuales transformaciones en corto tiempo.

La zona gris de la crisis a pocos les hubiera importado en un plano de igualdad con las otras dos. Pero Néstor encaró la encrucijada a la que había arribado por cobardía la clase política en lo que hace a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar, con coraje, principios y nada que ganar que no fuera honrar el compromiso de garantizar Memoria, Verdad y Justicia a las víctimas del terrorismo de Estado. La política de impulsar como nunca antes los juicios a los responsables del plan criminal de exterminio, la persecución de los prófugos, el pedido de perdón a las víctimas en nombre del Estado, el acto simbólico de ordenar al jefe del Ejército que descolgara los cuadros de los dictadores que aún ornamentaban los pasillos de la Casa Rosada, y tantos otros hechos como la recuperación de la ex Esma, son hitos que sólo los miserables pueden confundir con oportunismo gratuito o sobreactuaciones pour la gallerie.

¿Y Scioli dónde estaba?

El repaso del primer momento del kirchnerismo es imprescindible para analizar las convicciones del Scioli político, el lugar ideológico donde está parado hoy, y que ese ejercicio ayude a evaluar si será el garante de la continuidad del proyecto, e incluso avanzar en la consolidación de un modelo. Pero el sobrevuelo de aquellas primeras batallas políticas del kirchnerismo también permite abordar, con espíritu crítico, cuán débil puede terminar siendo un proyecto político si no puede vérselas con los potenciales riesgos desviacionistas o los retrocesos que supondría Scioli en el ejercicio de la Presidencia. Si el candidato elegido por Cristina se niega, llegado el caso, a pisar el acelerador y sumar conquistas sociales, derechos, inclusión, y logra abortar la continuidad y profundización del proyecto, será más por las patas flacas de éste que por una hipotética vocación quintacolumnista del ex motonauta.

Scioli, como seguramente todos los argentinos, no es el mismo que aceptó la invitación de Néstor para ser su vice en 2003. Al pensar a Scioli, ¿se toma nota del impacto que le provocó el simple hecho de haber sido uno de los testigos más cercanos de ese huracán desatado por Kirchner, revitalizador de la política, del sentido de pertenencia a una Nación, de algunas instituciones en estado de inminente disolución?

Scioli, como todos, no es el mismo que aceptó la invitación de Carlos Menem de participar en política allá por 1990 y pico. Obviamente, los preceptos neoliberales en boga en esa década operaron como matriz ideológica inicial en aquel joven deportista, apuntalados por el discurso único que desdeñaba al resto de las ideologías y explicaba que el éxito de todo plan económico reside en dejar al mercado que haga lo que tiene que hacer con el menor control posible de parte del Estado, un monstruo que impide que las fuerzas productivas se liberen, y encima le mete la mano en el bolsillo a «la gente».

Ver a Néstor parar la locomotora de una deuda que él vio quienes la contrajeron y con qué resultados. Ver cómo frustrar sin bajar la mirada a centenares de oficiales superiores de las tres fuerzas luego de descabezar sus tres cúpulas y tirando a un contenedor los retratos de los criminales usurpadores y genocidas, sin que una mosca se atreva a volar. Presenciar la parada de carro al FMI y su eyección desde los despachos del Banco Central y del Ministerio de Economía a la estratósfera financiera. Ver cómo les dijo a los canas de todo el país que no se reprimirá nunca más una protesta social en esta Patria y les ordenó sacarse cartuchera, pistola, escopeta y cananas si había contacto con una manifestación pública. ¿Alguien se anima a decir que ser testigo y parte de ese proceso inaugural no produjo cambio alguno en la cosmovisión de Scioli?

El paso del tiempo, lejos de concederle la razón a los agoreros, escépticos y, más que nada, a los malintencionados, mostraba que el camino elegido por Néstor y Cristina era exitoso, un aspecto relevante para un Scioli que, antes de ser motonauta y político, supo aprender los rudimentos y algo más de la administración empresarial. El derrumbe de la estatua de barro del discurso único que daba por sentado que el éxito era exclusivo patrimonio del neoliberalismo fue advertido por él con claridad gerencial.

¿Es razonable partir de la prejuiciosa premisa de que Scioli no aprendió nada de Néstor y Cristina en estos doce años? ¿Que no se enamoró de nada de lo que constituye el proceso político más inclusivo y facilitador del acceso a novedosos derechos en seis décadas? ¿Tan poca cosa es el proyecto que no alcanza a enamorar a un testigo cuya cercanía fue decisión de Néstor y Cristina en tanto conductores?

Para concluir, Scioli estaba ahí, sintiendo en el pecho la potencia de voces que decían lo que hacía falta que alguien dijera, como sólo los integrantes de las bandas de rock experimentan en vivo cuando los graves se apoderan de la respiración y se mezclan con el sonido y la furia feliz de la multitud. Es cierto, ese método de aprendizaje es muy…peronista. Y otra vez vuelve a presentarse ante nosotros el interrogante inicial: ¿Cuánto de peronismo lleva el ADN kirchnerista? Parecería que cuanto más se avanza y se constatan altas concentraciones de peronismo en ese espiral genético, el kirchnerismo se muestra más fuerte. ¿Otro mito peronista? Se verá.

Publicado en el semanario El Eslabón

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Un comentario

  1. adhemar principiano

    30/06/2015 en 15:02

    Cual es el camino a recorrer en superacion? Esta mas halla del peronismo/kinesrismo, logico, estas son etapas del proceso de enmacipacion del sistema y se debe apostar a esa meta, la destruccion del capitalismo

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