botin sacachispas
Yo no sé, no. El pasto en los laterales estaba medio alto y de húmedo pasaba a estar mojado. Había garuado sobre el mediodía y el sol no volvió a salir. Pedro y dos más habían practicado durante toda la semana los centros en velocidad, pues el Chueco había traído de la villa Moreno a uno que se las cabeceaba todas. La macana eran las zapas. Las únicas que estaban disponibles eran las blancas que eran para ir al otro día a hacer gimnasia, y las Flechas entraron como un jugador más en ese desafío tan importante.

Unos años antes, Froilán –el hermano de Juanchila– se apareció de estreno a tirar centros y a tocarla con unos mocasines de plástico que le andaban medio grandes. Y ya al segundo zapallazo se le perdió entre los yuyos pero el Froily, curtido como era, siguió el partido en patas. Todos soñábamos con los primeros botines con tapones de goma, pero los Sacachispas de entonces estaban lejos y sólo por un milagro o la fe en los Reyes Magos, a quienes todos los años les escribíamos pidiéndolos, podían aparecer en nuestros pies.

La tarde oscurecía lenta en ese pueblito salteño y el Polaco, responsable del acampe –cuenta Pedro–, al ver la velocidad de los locales dijo no encontrar sus zapatillas. Así que se puso como árbitro con zapatos, pero en realidad, lo que pasaba fue que a Rolando (tal el nombre del Pola), lo que más le gustaba era el básquet, ya que dos horas después estaba jugando en el club de La Viña un partidazo de aquellos. Eran los años que en política se sacaban chispas y el roce de intereses se hacía más evidente y los que históricamente cortaban el bacalao se proponían una historia sin fin. Y muchos de los compañeros estaban dispuestos a por lo menos torcer esa historia.

“Esto debe ser como las bochas”, pensó Pedro cuando fue por primera vez a jugar al bowling con las negras de tres tiras. Y se dio cuenta al otro día, con la rodilla inflamada, que no le servían para esos pisos que se ponían de moda pues se te clavaban. Era a principios del 77 y ya era tiempo de darse cuenta de que tendríamos que cambiar de llantas.

El otro día, cuando miraba unas Nikes –quizás truchas– colgadas de los cables, Pedro me dijo: “Sí, ya llegó el momento de los pibes. Habría que encontrar una toda terreno que sirva para todos los pisos, así la pibada la gasta tanto que no le sirva ni para colgarla. Y a lo mejor –sigue Pedro–, lo más importante es elegir nuestras propias canchas para seguir jugando los próximos partidos, porque si nos dormimos nos van a imponer otros pisos donde no nos van a salir ni los toques que avanzan tirando paredes, ni tampoco los centros para aquellos que las cabecean todas, ya que nos acostumbramos en estos años a jugar con el calzado adecuado. La verdad –remarca Pedro– sería un des-PRO-pósito volver a jugar en patas”.

Publicado en El Eslabón

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