macri-cantando

(Backup de los últimos capítulos vistos desde otro ángulo: como el lector más o menos constante y tesonero habrá advertido, el corriente no es un año fácil para el señor Abramovi, autor de la columna El Desubicado 2015. Es como que no le agarra la vuelta. Como si constantemente fallaran las proporciones exactas de los ingredientes necesarios para que los textos encuentren esa veta prodigiosa de lograr hacer reír, delirar, emocionar, conmover, llorar, reflexionar, latir, revolucionarse y arder de deseo con sencillez, don de gentes y preclaridad de conceptos tal como humildemente reza el proyecto en sus fundamentos ontológicos y esenciales.

Primero fue una crisis de creatividad lo que lo alejó de los personajes. Sabia decisión, llegó a pensar, darles libre albedrío para que ellos se encargaran de escribir su propia historia y así, de paso y como quien no quiere la cosa, que ellos mismos redactaran la columna. Parecía venir bien: mientras él se encerraba en su pieza a sacar temas con la criolla, por ejemplo, El Desubicado se hacía amigo del Fantasma del Pro, que pululaba por Dakar sin asustar a nadie y así durante un par de capítulos; el doctor Güis Kelly también se encargó de varios capítulos al albergar a la pelota que pateó Higuaín en la final de la Copa América contra Chile, que cruzó la cordillera y penetró violenta y groseramente a través de la ventana de su consultorio de cotidianología protoparalelepípeda.

Incluso, Abramovi le permitió a Filoso Fofó apartarse del plan original de dedicarse a realizar las campañas electorales de todos los candidatos y lo mandó a probar suerte en el terreno del estandap. Gran error: Fofó no pudo debutar como estandapero producto de un ataque de pánico que lo depositó en alguna suerte de clínica o algo así que no recuerda pero de la que al parecer escapó vestido sólo con un camisón a través del cual se le veía el culo. Así, con cierta vulnerabilidad emocional, Fofó llegó al parque de motorhomes donde está su casilla rodante justo a tiempo –lo que son las cosas– para atender un llamado telefónico de Mauricio que quería pedirle que lo acompañara con su voto.

Filoso primero lo trató despectivamente y le adelantó que no lo votaría. Sin embargo, seguramente presa de un brote de bipolaridad o algo así, el payaso se conmovió cuando Mauricio le contó que en realidad no quería ser presidente sino tener una banda que haga temas de Queen. Entonces a Fofó se le ocurrió invitarlo a departir con el resto de los personajes de esta columna –lo que, quien sabe por qué carajo, también incluye al autor– una jornada de pizza, birra, faso y sacar unos temas de Freddy con la criolla con el doble y noble propósito de ayudarlo a cumplir sus sueños y alejarlo de la presidencia.

La idea no le disgustó a Abramovi quien, ávido de nuevas alternativas narrativas, permitió que Mauricio se incorporara como personaje de esta columna.

Pero al rato de conocerlo se arrepintió. Sobre todo cuando vio cómo pegaba onda con el resto de los personajes, algunos de los cuales hasta cinco minutos antes lo detestaban. Pasa que, de movida y antes de empezar a cantar, Mauricio ya demostró que si bien no es muy lúcido, sí es carismático y muy hábil, por ejemplo, para el metegol.

¿Qué le molestará al señor Abramovi? ¿Mauricio? ¿Serán celos? ¿O también le molesta que sus personajes se hayan dado vuelta como medias apenas él les otorgó el libre albedrío?

¿O no se banca que las cosas fluyan de una manera que escapa a su control?

Esos dilemas lo hacen ir a consultar a Raul el alterególogo, quien al parecer lo convence de que Mauricio le va a servir a su columna, ya que es un ganador. Eso sí, no lo tiene que tratar de igual a igual; porque Mauricio… no tiene igual.)

Tras abandonar el consultorio de Raul el alterególogo, y ya de regreso a la oficina de producción de esta columna donde los personajes comparten el sushi que Mauricio les hizo pagar a 679 pesos, el señor Abramovi se topa con una de esas tremendas tormentas de buitres que suelen asolar Dakar especialmente cada vez que la primavera debiera traer las flores que natura quisiera depararle si pudiera.

El autor de esta columna no tiene otra que correr pronto a guarecerse debajo del alerito de una parada de ómnibus que pronto se verá anegada por el agua que pronto manará cual maná de las bocas de tormenta de las calles de Dakar porque así son las tormentas de buitres en primavera: molestas, impredecibles y con ánimo de inundarlo todo de pronto.

Abramovi llega hasta el refugio y se sienta a la espera de que pase la tormenta. Sin embargo, poco tiempo pasa para que comience a inundarse la vereda y el agua alcance su calzado al que en milésimas de segundos atraviesa para finalmente untar sus medias y retirarse cual marea de mierda. Eso lo pone de muy mal humor porque pocas cosas pueden ponerlo de peor humor que andar con las medias mojadas.

En eso escucha una suerte de croar que retumba modestamente en el refugio para esperar el bondi. “Sí”, le dice sorpresivamente la voz que croa, “a vos te hablo”.

Abramovi no sabe para dónde mirar. ¿Será un nuevo dispositivo publicitario preelectoral? ¿O es que acaso una rana le está hablando?

–No. No soy una rana, soy un sapo –aclara la voz que croa.

–¿Quién sos? ¿Dónde estás? –se asusta Abramovi, a quien las tormentas de buitres suelen perturbarlo.

–Acá, amigo, ¿no me ves? –responde la voz. Casi desde el cordón de la vereda, enfundado en un overol naranja y acomodándose una gorrita, un simpático sapito se presenta con gran gentileza y dando saltitos: –¿Qué tal? Soy el sapo Dani.

–No puede ser… –se restrega los ojos Abramovi.

–¿Qué no puede ser? –pregunta el sapo.

–Estuve pensando en vos en estos días –confiesa el autor de esta columna.

–No es casual. Estamos haciendo una campaña muy intensa, puerta a puerta te diría, lo que incluye también garitas como esta. Y bueno, llegué hasta acá –le cuenta el Dani.

–¿Y qué andás haciendo por acá? –pregunta Abramovi sin saber si es él quien escribe o si es escrito por el inconsciente de Borges, Graciela.

–Bueno precisamente en este instante vengo a rescatarte de esta tormenta de buitres al acecho que veo que te está acechando no sólo a vos sino a toda la población de Dakar lo que constituye una amenaza no sólo para vos sino también para toda la población de Dakar –le explica el sapo con solvencia, rigor y seguridad.

–Ah, mirá vos. Está piola, no me gustan las tormentas de buitres –agradece Abramovi mientras caen buitres de punta y taladran con sus picos los techos del refugio –. Pero con el tiempo me convencí de que son un fenómeno de la naturaleza que aparece cada tanto, como las erupciones volcánicas. Y en ese sentido te diría que a veces hasta son positivas…

–Claro –acepta rápido de reflejos Dani mientras ensaya unos saltitos que sólo un sapito podría hacer–. Ya lo dicen los chinos: toda tormenta de buitres es, a la vez, un problema y una oportunidad. Por ejemplo, entre nosotros: esta tormenta es un problema para vos y una oportunidad para mí.

–Obvio que si lo dicen los chinos, debe ser así porque este siglo será de ellos. Pero la verdad que no te entiendo, sapo…

–Pensalo. La tormenta de buitres no terminó y ya te mojó las medias –argumenta con simpatía el batracio.

–¿Cómo sabés? –se asombra el autor.

–Leo tu columna con gran atención –piropea el sapo.

El señor Abramovi se siente atropellado por un mundo de sensaciones encontradas. Por un lado, le da mala espina que de pronto aparezca este sapo a pretender salvarlo. Por otro, este mismo sapo le acaba de dispensar un elogio irresistible para cualquier autor de una columna, especialmente si atraviesa problemas de autoestima. De mínima, cabe continuar la charla piensa Abramovi sin pensar.

–¿Una oportunidad para qué, Dani? –le pregunta.

–Una oportunidad de rescatarte de esta tormenta de buitres que constituye un problema para vos –responde el sapo y pega un saltito que lo deposita en la rodilla derecha de Abramovi.

–¿Pero para vos no es un problema la tormenta de buitres?

–Sí, claro, la tormenta de buitres es un problema para todos, pero a mí me toca rescatarte –afirma Dani, entre mormón y telemarketer.

–¿¿¿Por qué??? –se extraña el autor.

–Porque soy un sapo. Sé cómo lidiar con las tormentas. Y me estuve preparando para rescatarte Abramovi. Voy a ser presidente –afirma cordial como sentenciante el sapo Dani.

–¿Pero cómo? ¿Vos decís que vamos a tener de presidente a un sapo? –se mofa, aunque no del todo, Abramovi.

–Es lo que me toca ahora.

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