Foto: Andrés Macera.
Foto: Andrés Macera.

“–Bueno, en nuestro país –dijo Alicia, jadeando un poco todavía –si una corre muy rápido durante un buen tiempo, como hicimos nosotras, llega a algún otro sitio.
–¡Qué país lento! –dijo la Reina –Aquí, como ves, tienes que correr todo lo que puedas para mantenerte en el mismo lugar…”.
(Lewis Carroll, A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí).

Todos lo hemos hecho: figurarse el placer de, en medio de una calamidad, mirar a cámara, arquear una ceja, y decir: “se los advertí y no me escucharon… ahora van a sufrir”. Es el típico argumento del cine catástrofe hollywoodense: se abre la falla de San Andrés o explota un volcán que se creía inactivo y ahí estas vos, con tu carpeta de estadísticas y la dulce desazón de estar en lo cierto. Se trata de una fantasía muy habitual en la infancia y nada infrecuente en la adolescencia. Es la necesidad de brillar, aunque el mundo se venga abajo. Ocupar el rol del profeta ninguneado. Soñar a futuro. Imaginarse la chance de que pasen siglos y que los alumnos del mañana digan: «¡que desastre!… y este tipo lo predijo y no es que no lo escucharon, lo escucharon y no le hicieron caso». Todos tenemos ese sujeto interior.

El anhelo de que la historia nos dé la razón y de que la revancha sea nuestra (¡al fin!) es muy común. También Mauricio lo tiene. Lo tiene tanta gente que inclusive ha llegado a ser un gag en la serie Los Simpsons: la sensación de ocupar el estrado, mirar a la ciudadanía y decir «voy a dejar que asimilen el desastre que han provocado». Esa sensación, como vivencia o como esperanza, no es propiedad exclusiva de una corriente política ni de una situación intelectual preclara: es un sentir humano. Repito: a Macri también le pasa. Esa sensación de que el otro está equivocado nos iguala, nos une. Al final, nuestra “distinción” es bastante plebeya, ya que todos sentimos que el mundo debe prestarnos más atención.

El Pro es también la expresión de un reclamo, que existe, no es el enemigo en un videojuego. Es una real posibilidad de gobierno en Argentina. No porque algún chanta le esté vendiendo espejitos de colores al votante. O no solamente por eso. No es el resultado de una estafa. El Pro es parte de nuestra sociedad. Una parte con representación política y consistencia ideológica. Con una clara aspiración al poder político legitimado en las urnas. Cuyos planes no nos gustan, pero existen y pueden realizarse. Es un camino posible y lo podemos transitar, porque estamos en democracia. Afortunadamente, Argentina no se rige por un sistema de «voto calificado» que dictamine cuáles ideologías son aptas y cuáles no. Si el voto lo decide, Macri va a ser presidente, no por imposición de un sistema de terrorismo económico oculto en las sombras (¿qué sombras?) sino por decisión mayoritaria.

Sólo podemos negar al Pro desde el autoritarismo. Negar al pro es fascista, es olvidarse de millones de argentinos porque suponemos que fueron engañados. Por otra parte, esa negación es la misma que le criticamos al Pro para con los enfermos, los laburantes, las mujeres, los militantes, los que necesitan vivienda, educación, voz, voto, inclusión, seguridad, obra pública: tienen entidad, pero existen en su mísera y maltrecha condición, porque se equivocaron en algún punto de sus vidas. Pensar a Cambiemos como a una banda de cuatro o cinco engañadores, secundados por unos cuantos millones de engañados, nos constituye en una suerte de raza pura. Somos los que tenemos la posta, los diferentes del rebaño.

Les dijimos la posta, nos escucharon y no les importó y cumpliendo una de las reglas básicas del melodrama, ahora nos piden ayuda. Ahora, que ya estamos al horno. Vos, yo y Mauri lo sabíamos: él agazapado (lúbrico) conteniendo a duras penas el zarpazo y nosotros inquietos y acongojados. Sergio Massa también lo sabía y está regocijándose ahora, al lado del teléfono. Margarita lo sabía y nos lo quiso explicar con lo del voto ganado. También de ella se rieron… fanfarrones ingratos. Era un secreto a voces: ya ganaron, son todos lo mismo. Lo vaticinó la izquierda, lo asumió la derecha, lo dijo la socialdemocracia antes de irse de vacaciones y lo ratificó el oficialismo negándose al debate. Ya está.

Sólo nos resta asistir tranquilos al foro que más nos guste y aclarar que no se votó a tal o cual pero que tampoco deseábamos lo que nos toca por venir. Podés agregar, para contemporizar, que te parece “un horror” la que se nos viene y que te preocupa el futuro. Y, por fin, enunciar las razones de por qué estamos como estamos encarnando a una suerte de Chuck Norris de la teoría política que emerge, después de haber hecho un asado submarino, porque vos sabés cómo, pero nadie te da bola. Heroico pero con la cabeza fría, te quedan otras 3 semanas para dedicarte a los goces de tus acertadas especulaciones pasadas.

Después de reconocer que el Pro es el 30% (?) de Argentina aunque no sea tu culpa. Después de sacarle brillo a tu imágen en las redes sociales. Luego viene el sufragio, o no votar pagando una multa o hacer el tour económico y votar en blanco. No te lo niegues, date el gusto en la segunda vuelta, vos también podes ser Pro. Pensalo y si te cabe la de “ganar” podes sumarte al cambio. Esta es tu coyuntura, te pertenece. Si hay un gran momento para que llevemos al Pro a la cúspide del poder político es este. Nos espera un país con una capacidad de endeudarse nada despreciable, algunas empresas estatales para el cambio chico y un par de satélites para transmitir nuestra permanente epifanía a territorios que van desde Alaska a Tierra del Fuego.

Arrimate a la fiesta. Tranquilo, después pedimos la cuenta, la estatizamos y pagamos entre todos, como corresponde a la gente bien. Y lo que pasó acá, acá muere, picarón. Ante todo: códigos. El futuro es un cheque en blanco (en dólares) y puede ser tuyo y mío. Cambiemos. Dale.

Fuente: El Eslabón

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