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Con 25 años de recorrido, el programa del Inta y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, cuya filosofía nació de militantes de la década de los setenta, demuestra que es posible otro modo de producción de alimentos.

A pesar de ser poco conocido, el Pro Huerta es un programa con más de dos décadas de permanencia en la esfera del Estado. Sostenido por el ministerio de Desarrollo Social y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta), acaba de cumplir 25 años de impulso a la elaboración, distribución y consumo de alimentos sanos y libre de pesticidas a través de huertas orgánicas, granjas, ferias y, últimamente, la “producción local para mercados de cercanía”. Nacido en plena crisis de fines de los ochenta para complementar la dieta de los sectores populares y, con un origen signado por “viejos militantes de los setenta”, trabaja desde la agroecología: un paradigma que se constituye como una alternativa clave a la hora de pensar qué hacer con las zonas de exclusión, de no aplicación de herbicidas, que podrían abrirse en los alrededores de las ciudades si se escuchara el reclamo de los vecinos y organizaciones sociales de las comunidades rurales que demandan que no los rocíen más con venenos, como el glifosato, entre otros. El coordinador de esa política pública para Santa Fe, Rodolfo Timoni, explicó a el eslabón que “lo primero que hay que plantear es que hay otra forma de producir, que es posible y que hay vasta experiencias en ese sentido”.

“Hace tiempo que fuimos más allá de la huerta y avanzamos sobre propuestas que apuntan a la producción local de alimentos agroecológicos para la comercialización en mercados de cercanías”, indicó el ingeniero agrónomo para quien “hay un cambio que se tiene que dar de a poco”. “La agroecología plantea una transición, que no es sólo técnica sino cultural”, apuntó.

—¿Qué puede plantear el Pro Huerta, en este momento en que se discute qué se puede producir en esas franjas de tierra que deberían quedar libres de aplicación de agroquímicos en los alrededores de los pueblos?

—Una de las cuestiones que hay que decir es que hay otra forma de producir. Y también estamos planteando que no sólo se tienen que pensar huertas para toda esa zona. Fundamentalmente trabajamos en hortalizas, pero también se está investigando en Inta la producción de cultivos extensivos como trigo o girasol agroecológico. De esto existen experiencias en el país en grandes superficies. Hace un par de meses atrás conocimos la experiencia de Tres Arroyos, en el sur de la provincia de Buenos Aires, con productores de 300 y 500 hectáreas, donde hay una producción mixta de agricultura y ganadería, que se viene desarrollando hace unos 15 años. En el norte de Santa Fe también tenemos experiencias de ese tipo. Es un cambio que se tiene que dar de a poco.

—¿Cómo se puede avanzar en esa dirección?

—La agroecología plantea lo que se llama «la transición», que no es sólo técnica sino cultural. La forma de producir la propone la cultura de un pueblo. Podemos producir en forma convencional, como le llamamos ahora, agricultura industrial, o en cambio podemos producir una agricultura agroecológica. También hay que profundizar la investigación en algunos temas, más allá de que en el mundo y en nuestro país hay experiencias y en eso también estamos.

—¿Cómo nació el Pro Huerta?

—Con la crisis que se produce a inicios de los 90, para aportar a la autoproducción de alimentos, fundamentalmente verduras. Uno de los lugares donde comenzó fue Rosario.

—¿Cuáles fueron los objetivos en ese momento?

—Que las familias puedan producir en sus propias casas, a través de huertas familiares agroecológicas, algo que el Pro Huerta se planteó desde el principio. Producción agroecológica u orgánica, como le decíamos en ese momento, que no tenía que ver con la certificación orgánica sino con una visión del no uso de agroquímicos, para poder aportar a la nutrición familiar a través de la producción de verduras. Luego se incorporaron rápidamente la entrega de pollitas ponedoras, para poder aportar también proteína animal, gracias a la producción de huevos, y en una tercera etapa, más cercana, la producción de conejos para el autoconsumo.

—¿Cómo surgió la idea y se hizo posible introducir el componente agroecológico, en aquel principio de los noventa, en una política estatal?

—La propuesta agroecológica surge de una discusión, no interna de Inta sino externa, de grupos que venían trabajando el tema y lo propusieron al gobierno nacional, que incluía la idea de producir a bajo costo y que no necesitaba más insumos que la semilla, que las proveía el programa, y que hoy las sigue distribuyendo. Y por otro lado, porque era una forma de producir apta para sectores urbanos, porque no se usarían sustancias contaminantes.

A partir de ahí surge toda una apropiación por las comunidades de lo que es el programa, y una recreación que fuimos acompañando y enriqueciendo. Así se fue generando una propuesta que fue más allá de la producción de alimentos, sino que tenía que ver con una cuestión de desarrollo, de organización. Fue un momento muy particular, yo en ese momento trabajaba en los barrios de Rosario y éramos casi la única gente que llegaba con una propuesta productiva, pero que a su vez escuchaba otros problemas que podían tener las familias y que si bien no podíamos solucionar, sí podíamos articular con las áreas del Estado pertinentes.

—¿Cómo funciona el programa?

—El Pro Huerta lo que hace es articular. La primera institución son los municipios y las comunas, que son quienes llevan adelante todo lo que tiene que ver con políticas sociales, políticas de producción en el territorio, con quienes se organiza, entre otras cosas, la distribución de semillas. También lo hacemos con escuelas, vecinales, organizaciones. Además contamos en la provincia con unos 1200 promotores voluntarios, institucionales y docentes, lo que nos permite llegar a las familias. En este momento tenemos registradas 55 mil familias haciendo huertas, y de estas hay unas 300 que comercializan sus excedentes de producción, ya sea en ferias o directamente. Si no tuviéramos esas articulaciones, no podríamos cubrir todo ese universo con el equipo del Pro Huerta, que se compone de 40 técnicos.

—¿Dé donde salen esas semillas que distribuye el Pro Huerta?

—Las semillas se producen en San Juan, las provee Fecoagro, que es una federación de cooperativas de productores de semillas, que también surge en la década del 90 a través de un proyecto de pequeños productores rurales articulados con Inta. Ellos se presentan a licitación, año a año, y a través de ellos llegan las semillas a todas las provincias.

En Santa Fe, recibimos 55 mil colecciones de semillas, que vienen en paquetes que contienen 12 variedades diferentes semillas para que las siembre cada familia, dos veces en el año: primavera-verano y otoño-invierno. Pero más allá de lo que nosotros le entregamos a las familias, también fomentamos la autoproducción de semillas. Para eso tenemos distintos programas de capacitación, porque el Pro Huerta no es sólo entrega de insumos sino que también tiene que ver con la capacitación y promoción de organización.

En los últimos tiempos, la demanda ha crecido muchísimo, y ya no sólo para gente que necesita procurarse de alimentos sino de muchos jóvenes interesados en proveerse de verduras sanas y libre de agroquímicos.

—Apenas entrados los noventa vinieron momentos de achique del Estado, de ajustes en las políticas sociales, de lógicas claramente neoliberales ¿cómo se sostuvo esta propuesta en ese contexto?

—Porque hubo una apropiación del programa por parte de la comunidad, las familias y las instituciones. El Pro Huerta dejó de ser exclusivamente del Estado, ya que nosotros trabajamos desde el principio con vecinales, organizaciones comunitarias, escuelas, que fueron un actor fundamental para llegar a las familias. También con movimientos sociales y con iglesias. Hubo momentos muy complicados en los cuales el programa casi se queda sin recursos y ahí se generó un gran movimiento entre instituciones y grupos que hicieron que se revea ese achique del programa y siguiéramos.

Una parte fundamental del programa es el asumirlo como una militancia. Más allá de que es un trabajo, hay un compromiso muy fuerte con tratar de generar condiciones que mejoren la calidad de vida de la gente. Creo que tiene que ver con que desde el inicio del Pro Huerta, mucho de los técnicos que se incorporaron venían de una militancia en los setenta, lo que permitió una forma de canalizar sus inquietudes, el programa les dio ese espacio, y ese espíritu se fue trasladando a los que fueron llegando después, y cada técnico que se suma toma esta historia y hace sus aportes. La base de no tomar el programa exclusivamente como una cuestión técnica ha sido clave para que se generen procesos, que en definitiva es un poco la idea.

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