Foto de Archivo: Manuel Costa

En el 2000, Fer y Evangelina eran veinteañeros, tenían tres hijos, empleo en una empresa de galvanoplastia y hasta se habían animado a un terrenito en cuotas y a un auto. Que lindo pintaba todo, evocan a 15 años de aquellos días. Pero la crisis que se había incubado en los 90, les estalló en la cara como un petardo loco y tuvieron que replegar los sueños para la familia que estaban armando y armar estrategias de sobrevivencia. “Nos salvó el trueque”, cuentan hoy, al frente de su coqueta peluquería y sienten que las cosas deberían seguir como están “porque uno fue saliendo y tuvo más posibilidades”.

Pero uno es muchos y eso es lo bueno. “Tengo una clientela con buen valor adquisitivo, pero me pone contento porque ahora hay gente que puede venir para una fiesta o una graduación, antes ni pensarlo”, explica Fernando. Un dato simple pero eficaz para pensar las transformaciones, las mismas que hicieron florecer a su peluquería y lucir peinados nuevos a quienes también adelantaron varios casilleros en la vida cotidiana.

La sincronía no le pasa desapercibida, capear la crisis del 2001 con la responsabilidad de tres hijos pequeños, le permitió crecer en conciencia. “Busqué alternativas, estudié peluquería, fui empleado durante cinco años, cuando las cosas se estabilizaron y viendo que todo estaba normalizado, me lancé a poner mi propio negocio, con éxito, de 9 a 18, mucho trabajo y a futuro mantener este modelo político que pinta para que siga todo bien ¿no?”, interroga.  Y explica “mercado interno, trabajo y que todos tengan las mismas posibilidades”.

La crisis

“Ella fue la que dijo hay que ir, tenemos que ir al trueque, fue la ideóloga para salir adelante, la que se daba maña para la crisis total que se vino en el 2001”, cuenta Fernando sobre su esposa. El tsunami económico le dejó sólo cuatro horas de trabajo fijo, con el que pagaban impuestos, alquiler y servicios. ¿El resto?  “Se piloteaba con los bonos del trueque”.

“Estaba pagando un terreno y había comenzado una edificación con un crédito, cuando me redujeron el trabajo ya no lo pude pagar, tuve que vender el auto para cancelarlo para no afectar a las garantías”, comenta. Y dice que la misma empresa de galvanoplastia tuvo que hacer malabares para quedar en pie, “no daba financiación a sus clientes, prefería mantenernos a nosotros, aunque sea barriendo, sólo cuatro horas, que gastar materia prima y que no le pagaran”, relata.

“Fue un momento muy difícil, el único recurso era vender lo que teníamos, ropa, calzado, muebles, cualquier cosa que en ese momento no era de utilidad en la casa, lo llevábamos al trueque. Por ejemplo, una mesita de luz se canjeaba por 200 bonos con los que se compraba un paquete de azúcar, otro de yerba y un aceite”, recuerda. Y dice que el trueque funcionaba como un círculo entre quienes participaban.

“Había de todo, verdura, articulo de limpieza, calzado, había gente que ponía cartelitos que hacía muebles, o eran electricistas, como empezaba a estudiar peluquería también ofrecí cortes de pelo, es decir la labor que uno hacía, la transformaba en bonos, con los que se podía hacer una compra”, describe.

Y repasa los trueques más populares a los que concurría. Club Roque Sáenz Peña, en zona sur y en los galpones de la Municipalidad frente al Monumento. “Pero también se armaban en cualquier club o plaza, también estaban los que ofrecían tablones y autos que hacían de remis por bonos”, explica. Y dice que los precios se ponían semblanteando la calidad de los demás productos ofrecidos.

“El trueque del Monumento se armaba a las dos o tres de la madrugada, a las seis llegaba la gente y se terminaba a las 11”, evoca. Y dice que la fábrica en la que trabajaba que hacia productos para iluminación, ventiladores y automotrices, tuvo que reducir el trabajo porque “entraba todo importado, entonces todo ese mercado interno estaba cerrado, los trueques no salieron de la nada”, sintetiza Fernando y retoma el secador. El espejo devuelve su imagen trabajando, pero sus palabras develaron otra cargada de sentido, la de un pasado cercano que lo jaqueó.

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