Shapiro Foto: Andrés Macera.
«Un gran componente de los precios son decisiones monopólicas», considera Shapiro. Foto: Andrés Macera.

Por Silvia Carafa. En las enjundiosas peñas de los años setenta, en medio de empanadas y vino de pocas pretensiones, la canción del tomate era número puesto. Siempre alguien arrancaba con aquello de exculpar a esta hortaliza en su tránsito de la mata a la lata, en un proceso productivo que, se descontaba, pasaba inadvertido para sus futuros compradores. Por eso se la cantaba, para hacer visible uno de los trasfondos de la vida cotidiana, en este caso el sistema económico vigente.

Claro que en aquellos días, la canción coronaba los profundos debates ideológicos que intentaban explicar el mundo como construcción histórica: ni azar ni maná del cielo, intereses y poder. Desocultar esos resortes era el desafío de máxima. Ocultarlos fue siempre la contrapartida de un sistema que galvaniza sus supuestos y obtura los interrogantes, como condiciones de su solidez y expansión: el capitalismo más feroz.

Como en una postal de época, eligiendo en las góndolas entre marcas y precios, los compradores van y vienen por los mercados sin interrogantes sobre la inocencia del tomate, más aún, satisfechos por esa libertad de decisión. ¿Ayudaría conocer, indagar, reflexionar sobre el modelo económico que rige las relaciones de producción de las que se participa como cliente y engranaje?

Daría la sensación de que comprar, trabajar, estar y ser dentro del sistema capitalista es algo tan natural e ineludible como caminar erguido o simbolizar, exagerando, se diría la única opción para la naturaleza humana. Ese es el juego. La naturalización de procesos económicos que bien podrían admitir otras configuraciones. Ojalá se pudiera decir ahora lo que por aquellos años, también cantaba José Larralde, “si algo me pone contento, es que ya no estoy dormido”.

Vida cotidiana

Desde la psicología social, Enrique Pichón-Riviere, dice que las formas concretas que revisten la vida de los hombres, están directamente relacionadas con las modalidades en que la existencia material se produce y reproduce. El objeto, los medios y las formas de producción, así como la inserción de los sujetos en dicho proceso, lo producido y su distribución en relación a las necesidades de quienes integran una organización social, son los que determinan la forma de vida, la cotidianidad.

A cada época y a cada organización social corresponde un tipo de vida cotidiana singular. Pero ¿cuánto de esta configuración advertimos? ¿Cuántas de estas relaciones se nos ocurre interpelar? La ideología dominante mistifica lo cotidiano en tanto oculta, desde los intereses de los sectores hegemónicos en la sociedad, la esencia de la vida cotidiana, su carácter de manifestación concreta de las relaciones sociales y de la relación entre las necesidades de los hombres y las formas de acceso a la satisfacción.

“Este encubrimiento y distorsión se da a través de un mecanismo peculiar, característico de la ideología dominante, que naturaliza lo social, universaliza lo particular y atemporiza lo que es histórico”, sostiene Pichón-Riviere. ¿Cómo se traduce esto en los andariveles que la economía fija en la vida cotidiana?

“La visión hegemónica y dominante de la economía, como una ciencia exacta capaz de explicar el funcionamiento de la sociedad con un conjunto de ecuaciones matemáticas, apunta a naturalizar relaciones sociales como si fuesen eternas y las únicas posibles cuando en realidad son producto del desarrollo histórico de las sociedades; no siempre fueron las mismas y no hay porqué pensar que lo serán”, coincide en su explicación Juan Shapiro, docente de Economía Política en la carrera de Antropología, de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

Según Shapiro, esa visión ortodoxa se puede confrontar con una concepción totalizadora en la cual, la economía política explica las distintas relaciones que se establecen en el proceso de trabajo, y que incluye la producción, comercialización, finanzas y por supuesto, el conjunto de las ideas que las personas se forman en torno a su participación en dicho proceso.

Como botón de muestra, Shapiro propone indagar algunos de los escamoteos que el modelo económico neoliberal naturaliza. “Se instaló en la cabeza de la gente que emitir moneda o aumentar la demanda implica inflación, y no es así necesariamente, depende adónde vaya a parar la emisión. En la crisis de 2008, el gobierno de Estados Unidos emitió billones de dólares en sostener a los Bancos, y no hubo inflación ¿Qué se oculta? que no es una regla válida en todo tiempo y lugar”, fundamentó.

Entre los sesgos eludidos por este modelo económico también está el componente político de la inflación. “No permitir que los trabajadores tengan un poder adquisitivo importante y que haya pleno empleo porque esto da mucha fuerza a la organización sindical, blanco del neoliberalismo y las dictaduras”, comentó.

Pero para Shapiro, hay un ocultamiento paradigmático: es la operación ideológica de las grandes corporaciones que pretende fundamentar la economía mundial actual, con las ideas de los inicios del sistema capitalista. “En su lucha contra el orden feudal, la burguesía naciente necesitaba la libertad para desarrollarse, pero ahora el escenario cambió y se pretender regir por los mismo principios a la dominación, eso es el neoliberalismo”, explicó.

La madre de las falacias

¿En qué consiste la falsa percepción que impone el neoliberalismo en la vida cotidiana? “Los precios no se fijan como cuando nacía el capitalismo por la oferta y la demanda porque había muchos productores en condiciones parecidas, ahora un gran componente de los precios son decisiones monopólicas”, describió Shapiro.

“El neoliberalismo explica la realidad en estos términos, haciendo creer que hoy los precios se establecen con la competencia perfecta, como era en los inicios del capitalismo”. ¿Qué rol juega en la gente? “Individualmente no puede ir a ninguna parte, escucha la apelación de que todo lo resuelven los mercados y que los sindicatos estorban su correcto funcionamiento, otra vez se razona en términos de competencia perfecta, por eso es una trampa”, argumentó.

Según Shapiro, hay otras pseudos certezas que operan en la construcción de sentidos de la vida cotidiana: considerar intromisión a la intervención del Estado, liberar las manos a las empresas acotando los derechos laborales que consideran como costo gravoso y promover el ingreso de la producción extranjera como signo de saludable apertura.

“El resultado de todo este cuento que presentan como hermoso es una pesadilla para la sociedad, así terminó la década de la convertibilidad con un tercio de la población sin trabajo; hay responsables de aquellos años que no deberían volver a la consideración pública, como Domingo Cavallo”, comentó.

Pero hay otras construcciones de sentido que permean a la vida cotidiana. Por ejemplo, hablar de un mercado antropomorfo que sufre, se contrae, reacciona mal, se intranquiliza, todos registros que empatizan con las sensaciones comunes. Además, y quizás en uno de sus supuestos más dañinos, el modelo neoliberal transfiere a cada persona la responsabilidad de sus éxitos o fracasos económicos. ¿Qué representa esto que se asume sin chistar? Al individuo en soledad, de uno en uno, ignorando un engranaje perverso que lo determina, que encima percibe como un sucedáneo de libertad y con un falso punto de partida.

Otro sujeto social posible

Según Shapiro, después de la segunda Guerra Mundial predominaron las políticas intervencionistas, con sesgo keynesiano (por John Maynard Keynes) donde había una actividad importante del Estado en la economía. La brisa duró hasta fines de los setenta, cuando comienza “lo que se llama la revolución antikeynesiana con Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Tatcher en Inglaterra, entre otros”.

Más cerca, Shapiro consideró que la concepción de la economía del kirchnerismo, con su énfasis en políticas activas de distribución del ingreso, deviene en un sujeto social e histórico con derechos y en plural, más allá del humor de los mercados y de las ecuaciones matemáticas para explicar la economía. Claro que esto también requiere ser percibido en los pliegues de la vida cotidiana. ¿Cómo? Interrogando el modo de ser y estar en el proceso productivo.

Pero hay algo que Shapiro quiere dejar en claro “las personas no sólo se mueven por esto que estamos conversando, no se puede reducir la conducta a la cuestión económica; por ejemplo en Europa hay muchos argentinos, con dinero en los bolsillos para viajar y despotricando contra el gobierno que generó las políticas para que viaje y tenga ese dinero en los bolsillos, de modo que hay otras cosas”, comentó.

E invitó a reflexionar en torno a “La cultura de la satisfacción”, del economista y premio Nóbel, John Kenneth Galbraith “donde analiza la sociedad satisfecha que considera virtuoso lo que la favorece por parte del Estado pero cuestiona la inversión que hace para los menos favorecidos” y “El cuello blanco”, donde Charles Wright Mills, indaga en las clases medias de Estados Unidos, escépticas en la oportunidad de afectar o cambiar al mundo.

Nuevas miradas

“Hay muchas disciplinas como antropología, ecología y la sociología que comienzan a interesarse por la economía”, dijo Lisandro Arelovich, docente de antropología económica y miembro del taller ecologista especializado en Ecología Política. Desde todos estos lugares el sujeto social puede refrescar su mirada sobre la configuración de su vida cotidiana.

¿Por qué? en su opinión, la economía es un objeto de estudio demasiado recortado y desde el punto de vista epistemológico fue una segmentación muy grande la que decidió qué entraba o no en su incumbencia. “Es necesario que otras disciplinas marquen la cancha de lo que consideraron que quedaba afuera porque si no nadie lo hace”, explicó.

A modo de ejemplo, citó el índice hegemónico por excelencia de la Economía, el PBI (Producto Bruto Interno). ¿Mide todo? “Por supuesto que no, por ejemplo el trabajo doméstico, el mercado informal y los bienes y servicios ambientales”, dijo Arelovich. Y valoró el diálogo saludable desde otras disciplinas acerca del tema, como la antropología económica, economía social y solidaria, economía popular y la economía ecológica, que está en auge y es “un batacazo interesante para repensar la economía”.

Para Arelovich, el principal problema es que a la economía como disciplina “le dieron demasiado poder e injerencia en los asuntos políticos de la vida cotidiana, tenemos que empezar a criticarla un poco más y si a eso lo dejamos sólo en manos de los economistas vamos muy lentos”, fundamentó. Y no pasó por alto uno de los núcleos duros del sistema económico imperante, que es capitalismo con su mercantilización de todos los eslabones y elementos de la vida. “Lo que suplanta a la mercantilización, es la cooperación y la asociatividad, hay muchos ejemplos cotidianos al respecto, por fuera de la lógica económica imperante, que cada vez encuentra más espacio en el terreno académico, porque en el popular siempre lo estuvo y después adquirir el rango de políticas públicas”, analizó.

“El Instituto de la Producción Popular que entre otros lidera Enrique Martínez, está con esta visión y andaba en boga una propuesta de Daniel Scioli, de crear el Ministerio de Economía Popular”, comentó. Si esto ocurre, se habrá roto una lanza a favor de un cambio estructural en la configuraciones de la vida cotidiana.

Fuente: El Eslabón

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