Foto: AFP Karam Al Masri FB.
Foto: AFP Karam Al Masri FB.

La respuesta de Francia a los atentados que produjeron 129 muertos y cientos de heridos en París fue incrementar los ataques contra Siria. Los dirigentes mandan al matadero a la población civil no combatiente, la única que le pone el cuerpo al conflicto.

Una vez superada la etapa humanitaria, que incluye el homenaje a las víctimas y sus familiares, y la firme e irrestricta condena de los asesinos, las miradas empiezan a posarse sobre los responsables políticos de la llamada “guerra contra el terrorismo”.

Por varios motivos, se trata de una guerra muy particular. En principio, promueve y multiplica lo que dice combatir. Cada vez son más los grupos terroristas. Cada vez son más letales y más crueles. Cada vez tienen más recursos.

Esta aparente paradoja empuja a sospechar a muchos mal pensados y adeptos a teorías conspiracionistas que, en realidad, la guerra no es sino la máscara de otra cosa, y que hay intereses ocultos que no pasan por el combate de los grupos terroristas, muchos de los cuales no existirían ni tendrían razón de ser si las potencias occidentales encabezadas por EEUU no hubiesen invadido y arrasado Medio Oriente desde 2001.

Es una guerra particular, además, porque EEUU y sus aliados bombardean Siria, Irak, Afganistán, Yemen, desde cientos o miles de metros de altura, con poco personal combatiente sobre el terreno. Más aún en el caso de los aviones no tripulados (drones), que se manejan como videojuegos, a más de 10 mil kilómetros de distancia.

¿Quiénes ponen el cuerpo, entonces? ¿Quiénes están sobre el terreno? Las ciudadanas y los ciudadanos de los países de Medio Oriente. Personas no combatientes atrapadas en intereses que las exceden y que sólo desean vivir en paz. Esas personas, mujeres, hombres y niños, son masacradas mientras van a trabajar, preparan un té en la cocina de sus hogares o pasean por la calle. Esto ocurre todos los días. La prensa hegemónica al servicio de los poderes fácticos ha logrado naturalizar estos hechos, hacerlos pasar como algo marginal. A estas víctimas se las conoce con el cínico eufemismo de “daños colaterales”.

Porque, casualmente, los objetivos son terroristas, pero siempre alrededor de los terroristas, arracimados, hay decenas de bebés, niños, mujeres y hombres no-terroristas. Pero bueno, dicen los atacantes, “esto es una guerra”.

También ponen el cuerpo y son masacrados sin piedad las ciudadanas y ciudadanos de Francia y EEUU, por ejemplo, mientras van a trabajar, caminan por las calles, o se divierten en un café o un teatro. La “guerra contra el terrorismo” no es un buen negocio para ellos. Tienen que pagar con sus impuestos para comprar armas que hasta ahora no se han mostrado efectivas para protegerlos. Además, han tenido que aceptar que se les recorten derechos humanos básicos. En Europa y EEUU ya no existe el derecho a la vida privada. Son monitoreadas las conversaciones telefónicas, los mensajes y el uso de las redes sociales. Pero nada de esto sirve.

Los mandatarios europeos mandan al matadero a la población civil no combatiente, se muestran con rostros compungidos, se amparan en los sentimientos humanitarios, y a la vez hacen declaraciones guerreristas. Guapos con el cuero de los otros. “El combate será sin piedad”, bravuconeó el presidente de Francia, François Hollande, con relación a las represalias contra el grupo terrorista Estado Islámico.

Pero los responsables políticos nunca explican nada, ni se hacen responsables de los desastres que sus decisiones producen.  

Claro que los caídos en Medio Oriente no reciben el mismo tratamiento mediático que los masacrados en capitales del Primer Mundo. Para los medios hegemónicos algunas vidas valen más que otras. Algunas muertes se naturalizan, son apenas números venidos de países inviables, caóticos, atrasados. Cuando se derrama sangre en capitales europeas o estadounidenses, es un escándalo, un horror sin precedentes, un hecho histórico.

La política internacional se caracteriza por exhibir una gran cantidad de varas.

La ciudadanía paga un alto costo en aras de su seguridad. Pero comprueban día a día que es una gran estafa. Cambiaron libertad por seguridad, pero esa seguridad no existe. Las autoridades se muestran impotentes a la altura de frenar el terrorismo.

La salida que encuentran es militar. O sea que confunden la solución con el problema. Si en el origen del problema están los bombardeos contra países de Medio Oriente, insistir con más bombas es de necios, o de cínicos, o de mandatarios que en realidad son gerentes del complejo militar-industrial y de vigilancia.

“Francia está en guerra”, declaró el presidente galo. Los medios hegemónicos y las mentes colonizadas de todo el mundo lo tomaron en serio. Todo el mundo sabe que Francia viene bombardeando Siria, en lo que constituyen, obviamente, acciones de guerra. Lo que el mandatario debería explicar es de qué se trata esa guerra que en vez de debilitar lo que combate lo fortalece, y que se cobra víctimas entre la población civil no combatiente.     

Pero no todos los franceses se tragan esas operaciones. La aprobación del gobierno de Hollande, ya antes de los atentados, llegó a niveles de menos del 30 por ciento.

Ante este nuevo horror, la respuesta del gobierno de Francia fue militar: más bombas contra Siria, más horror. Porque las bombas contra Siria, lejos de ser la solución, están en el origen del problema.

El viernes 13 de noviembre, en el lapso de tres horas, comandos yihadistas combinados atacaron varios objetivos en París, dejando un saldo de 129 muertos y un centenar de heridos. Los terroristas eligieron una fecha con enorme peso simbólico: ese día se puso en marcha la alerta global de la policía activada especialmente con vistas a la Cumbre sobre el Clima (COP 21) que tendrá lugar en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre. Una mojada de oreja más, que deja en claro que tanta exhibición de armas sofisticadas, cámaras, detectores de metales y hombres uniformados con caras de pocos amigos son parte del terrorismo de estado y sirven para amedrentar a las ciudadanas y ciudadanos pacíficos, no para protegerlos de los otros terroristas. Un circo. Sangriento y cínico.

Fuente: El Eslabón.

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