Foto: Andrés Macera.
Foto: Andrés Macera.

El balotaje está a la vuelta de todas las esquinas de toda la Patria, le pese a quien le pese el término Patria. El tiempo de las palabras va llegando a la frontera que impone la veda. El lugar que ocupan las promesas, las omisiones, las chicanas y las propuestas ha quedado reducido a ese metro cuadrado en el que los goleadores de raza pueden hacer milagros y los matungos con suerte quedan enredados entre las piernas del rival. La incertidumbre, como ocurre antes de cada elección trascendental y de final abierto, reina por poco tiempo, es un monarca sin futuro, se sabe volátil y sin poder, pero es aprovechado por una corte insidiosa que sabe que no tiene mucha soga para sacar mezquinos provechos.

Las preguntas de quienes no han quedado entrampados, según sean el caso y el color, por el triunfalismo o la desazón, son difíciles de responder, pero siempre vale el intento. ¿Cómo se llegó a esta segunda vuelta, que la Constitución de Olivos pergeñó para que la mitad más uno pudiera ser bastante menos que el 50 por ciento que se estipula en casi toda democracia occidental y burguesa?

El macrismo, que como categoría puede durar hasta el domingo a medianoche o hasta que quede desenmascarado como el invento más eficiente de la derecha argentina en más de un siglo, arriba a esta instancia apoyado en el menor despliegue de recursos propositivos de que se tenga memoria en el período inaugurado en 1983.

Respaldado en un vacío discursivo ensayado y puesto en práctica por un laboratorio de marketing político que desdeña las definiciones político-programáticas y las reemplaza por consignas simples y ambiguas, la alianza Cambiemos se ganó un lugar en el ring electoral: ser la amenaza más fornida que encuentra el proyecto que dio comienzo el 25 de mayo de 2003, de la mano de Néstor Kirchner.
Atravesando los sectores más pudientes, las capas medias y un vasto territorio de la geografía social más vulnerable, Mauricio Macri y algunos de sus candidatos han logrado representar, sin el rechazo masivo que pudiera esperarse, los intereses del poder más concentrado y reaccionario de la Argentina.

Las corporaciones industriales locales y transnacionales, la banca extranjera y la vernácula, los grupos mediáticos hegemónicos, luego de esmerilar sin consecuencias electorales decisivas el proyecto kirchnerista, están a un paso de legitimar con el voto popular lo que históricamente alcanzaron mediante golpes militares o económicos que tuvieron, invariablemente, resultados criminales. El sufragio universal les permitirá sortear el acceso al poder político, pero nada asegura que pueda evitar la repetición de aquellos desenlaces fatídicos de los tiempos del fusil, la bayoneta o las corridas cambiarias.

En el otro rincón, el kirchnerismo, invicto en elecciones presidenciales, pese a quienes insisten en rescatar la «victoria» de Carlos Menem en 2003 y no su rastrero abandono, que erigió a Néstor Kirchner como presidente, siempre sostuvo, hacia adentro, que había que esforzarse para evitar un escenario de balotaje, en el que las chances de aglutinar a todo el arco opositor, fragmentado por su propias carencias, harían correr serio peligro al «modelo». Ese riesgo hoy, a 48 horas de la segunda vuelta, se ha transformado en un hecho.

Hay quienes piensan que el solo hecho de no haber podido garantizar el triunfo en primera vuelta tiene que ver con la diferencia que existe entre un proyecto y la consolidación del mismo en modelo. Los que eluden esa interpretación, o la relativizan, prefieren cargar las razones del virtual empate del 25 de octubre en la mochila del candidato surgido del seno del Frente para la Victoria. «El que debía garantizar los votos «independientes» era Daniel Scioli, y no lo hizo», alegan estos últimos. Los defensores del postulante oficialista, con sordina electoral, señalan que éste debió cargar demasiadas mochilas de plomo como para que se le exija tamaña garantía.

Tarde para ese tipo de lucubraciones, lo cierto es que Daniel Scioli, en el último tramo de una campaña extenuante para cualquier ser humano, ha demostrado que cualquiera que haya sido el déficit que conllevó a transitar el sendero menos deseado por el FpV, logró que lo valoren propios y extraños dentro del universo nacional y popular, ése que apoya el ponderable paquete de políticas públicas inclusivas de los últimos 12 años.

Con la excepción de los iluminados por el fuego intelectual que deslumbra a pocos al tiempo que quema votos –quienes ya tomaron nota de lo que pusieron y ponen en riesgo– el ex motonauta pasó del apoyo con narices tapadas al cariño de una militancia que, de todos modos, no deja de prepararse para extrañar a Cristina Fernández de Kirchner, sea cual fuere el resultado del domingo.

Volviendo a la carpa macrista, luego de la sorpresa que deparó la performance de Cambiemos en octubre –tal vez a causa del efecto de ese resultado–, el candidato y algunos de sus más estrechos colaboradores dieron indicios de lo que sería una gestión en sus manos. Desde la apreciación del dólar en desmedro de la moneda nacional, la quita de subsidios, el desprecio manifiesto por las negociaciones salariales, los indicios del desmantelamiento de obras cargadas de contenido simbólico y probadamente populares como Tecnópolis, el Centro Cultural Néstor Kirchner, pusieron de relieve los contrastes entre ambas ofertas electorales.

A pesar de la manipulación de encuestas, de cierto pesimismo en algunos sectores del kirchnerismo, e incluso de la dañina actitud de algunos personajes como Florencio Randazzo, tan inexplicable como mezquina, el perfil de Macri no es el del ganador que ya tiene asegurado el triunfo. El grosero error al cargarse al complejo empresario hotelero-gastronómico por contrariar las políticas de incentivo al turismo del actual gobierno expresa más agotamiento y nerviosismo que triunfalismo. Mostrarse ante la vasta audiencia de Telefe con tono sobrador y agresivo ante la simple pero poco extendida pregunta en torno de su procesamiento, no suma votos precisamente.

A propósito de esto último, la frase «se van a pelear por sacar la foto de Cristina poniéndome la banda», ¿suma o resta? El domingo se sabrá.
Hay, se percibe, en la última etapa de la campaña, un descomunal despliegue de militancia activa que, cual células dormidas que se activan ante el peligro inminente de que el vendaval neoliberal se lleve puesta la cosecha de derechos obtenidos en estos años, tomaron el toro por los cuernos y salieron a dar lo que cada uno tiene para dar.

Sin embargo, a quienes jamás pensaron que la derecha neoliberal pudiera organizarse alrededor de un partido con chances electorales, ahí están el PRO y Cambiemos para desafiarlos.
Pero a quienes ya dieron por muerto al kirchnerismo tantas veces, conviene que recuerden que no hubo consultora ni analista que previese aquella muchedumbre que salió a las calles a llorar la muerte de Néstor Kirchner en 2010, o que vaticinara el 54 por ciento que en 2011 revalidó a Cristina y le dio mandato hasta dentro de algunos días, cuando deba ponerle la banda presidencial a su sucesor.

Fuente: El Eslabón

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