22-11-2015_buenos_aires_los_32064323_ciudadanos-1

El balotaje del domingo no sólo es inédito en la historia electoral argentina porque por primera vez desde la reforma constitucional de 1995 es necesaria su utilización para dirimir una compulsa presidencial, sino que es inédita también –pero por razones políticas- la campaña que enfrentan ambos candidatos a suceder a Cristina Fernández de Kirchner. Uno de los postulantes se encarga de una inusual doble tarea: dice lo que haría en caso de ser electo presidente y lo que haría su rival si fuese el bendecido por las urnas, puesto que el proselitismo de su contendiente se reduce a emular a un pastor que predica la alegría y a esconder sus presumibles intenciones, conocidas sólo a través de sus asesores y dirigentes de segunda línea, ahora obligados a pasar a la clandestinidad.

Doble tarea

El candidato presidencial del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, ganador de las elecciones generales, encaró la campaña por el balotaje haciendo hincapié en las principales políticas del kirchnerismo, aquellas cuyos beneficios se hicieron carne en la población y redundó en la exitosa continuidad electoral de ese proyecto político.

Y las aderezó mostrándose como el postulante capaz de introducir los cambios necesarios y corregir las carencias existentes, más vinculadas a cuestiones de formas que de fondo pero que producen irritación dérmica en algunos sectores de la población.

Así, el gobernador bonaerense se presentó durante este mes como el candidato que garantiza las mejores conquistas del kirchnerismo y se encuentra, a la vez, capacitado para producir cambios al rumbo del oficialismo.

De ese modo, Scioli puso énfasis en algunas propuestas –con las que el ex candidato presidencial Sergio Massa había machacado sobre el electorado- como la suba del piso del impuesto a las Ganancia en su cuarta categoría; el pago del 82 por ciento móvil en los haberes jubilatorios mínimos; la lucha contra el narcotráfico; su perfil de dialoguista zen capaz de hallar consensos hasta con el más acérrimo rival.

También planteó durante su campaña que es necesario revisar el tipo de cambio, pero se diferenció de su competidor de Cambiemos, Mauricio Macri, al proponer que esa política sea gradual y útil para mejorar la competitividad de las economías ligadas a la exportación, para lo cual también propuso reducir costos logísticos y de fletes.

Y rechazó una y otra vez la pregonada mega devaluación que los economistas de Cambiemos abrazaron como principal política económica en caso de que Macri sea elegido presidente, hasta que el ex gerente general del Grupo Socma les pidió que enmudezcan para evitar un inútil derramamiento de votos hacia el Frente para la Victoria.
Además, Scioli no le quitó el cuerpo a un tema espinoso para el oficialismo: los derechos de exportación. Planteó la posibilidad de revisar el esquema de retenciones para las producciones de las llamadas economías regionales con el fin de mejorar su estrecha rentabilidad actual, eludiendo dogmatismos impositivos pero sin dispararse al pie.

Sus allegados también dijeron que la caída de los precios internacionales de los commodities –fundamentalmente los de la soja- merecen una revisión de los derechos de exportación con que son gravados para desacoplar esos valores de los del mercado interno. Algo así como heterodoxia dentro de la heterodoxia kirchnerista.

La estrategia del gobernador bonaerense consistió, como se dijo, en convalidar la continuidad de las principales directrices del proceso político originado en 2003 y aplicarle las modificaciones que el momento impone, pero sin efectuar drásticos cambios de rumbo que pongan en riesgo los logros por los que la Argentina es reconocida en el exterior. Fundamentalmente, los índices sociales, laborales, previsionales y de consumo interno que contrastan con los de un mundo en crisis.

Pero además de esa doble tarea de continuidad y diferenciación, Scioli tuvo que encargarse de la parte fundamental de la campaña de Macri, aquella que intentó permanecer invisible a los ojos de los menos informados, o de los muy informados pero por los medios dominantes que alientan la alianza Cambiemos como la última esperanza de reinstauración conservadora en la Argentina.

El caso es infrecuente en la política local: un candidato que dice lo suyo y también lo de su contendiente, porque éste distribuye consignas vacías y eslóganes publicitarios de fácil deglución, pero vanos como la cáscara de una nuez.

Cambio y fuera

“Se puede”; “hay una ola de la alegría”; “perdimos el miedo”; “podemos estar mejor” (o su versión “merecemos”) son algunas de las principales consignas de campaña del candidato de Cambiemos. Hay otras de corte antipolítico: “Estamos hartos de los discursos”. Algunas más elaboradas pero de pertenencia extra política, propias del coaching gerencial: “No hay límites. No hay nada que pueda detenernos si nuestro objetivo es claro, ambicioso y audaz”.

En su intento por abolir la palabra como elemento constitutivo de lo político Macri tampoco rehuyó a los aforismos: “La paz para un país es como la salud para una persona. No se nota cuando se la tiene y nada es más importante que ella cuando se la pierde”.

La apelación a lo new age tuvo su capítulo: “Y de repente tenemos una revelación: somos nosotros mismos los responsables de hacer o de no hacer lo que hay que hacer”.

La construcción de la figura de Macri-candidato no transgredió esos andariveles de exaltación de las formas y apelación a lo emotivo. Con hincapié en lo individual y la voluntad como motor suficiente para el cambio: “Todo lo que vemos a nuestro alrededor alguna vez fue considerado imposible”. O, “actuemos con nuestros vecinos como actuamos con nuestros amigos y todo será mejor”.

Nada por aquí, nada por allá. Ninguna referencia a lo colectivo, a lo político como proyecto de transformación, a las ideologías como sustento y orientación de la acción política.

Ese dispositivo comunicacional le permitió, nada menos, que llegar a la segunda vuelta electoral, cosechando adhesiones en los segmentos sociales desencantados de la política y críticos del gobierno e, incluso, en sectores que podrían ser perjudicados directos de un eventual gobierno macrista.

La ruptura de esa maquinaria comunicacional se produjo a partir de algunas entrevistas en las que el candidato debió responder preguntas sobre políticas concretas. Allí Macri pareció trabajar para Scioli y mostró, apenas, la punta del ovillo neoliberal que lo envuelve.

Pero la develación de lo oculto en la campaña de Cambiemos vino de la mano de los asesores económicos de Macri, que plantearon la necesidad de una mega devaluación que licúa el poder adquisitivo de quienes poseen ingresos fijos (trabajadores y jubilados, fundamentalmente); llamaron “fascista” al mecanismo de paritarias salariales; hablaron de privatizaciones de empresas públicas; de eliminar los subsidios a los servicios y, por ende, aumentar las tarifas; de abolir los feriados que potenciaron la actividad turística.

Todo eso llevó a Macri a adoptar posiciones que también constituyen un hecho inédito de la campaña por el balotaje: el candidato pasó el último mes aclarando que no quitaría planes sociales; que no reduciría subsidios a los servicios públicos; que no privatizará empresas del Estado; que mantendrá la Asignación Universal por Hijo y las jubilaciones en la órbita de la Ansés; que no va a devaluar la moneda nacional; que continuarán las paritarias libres.

Es decir, hizo propio el núcleo central de las políticas del kirchnerismo, lo cual convierte en estéril el voto a su propuesta porque para que todo quede más o menos parecido a como está ya existe otro postulante, el del oficialismo.

Incógnita

Con dos fracciones sociales bien definidas por uno y otro candidato, las elecciones de este domingo las definirán aquellos que en las encuestas aparecen bajo la categoría de “indecisos”.
En los comicios generales del 25 de octubre Scioli y Macri se repartieron el 70 por ciento de los votos, con tres puntos de diferencia en favor del primero.

Los electores de los cuatro candidatos restantes que participaron en esas elecciones son los que inclinarán este domingo el fiel de la balanza hacia uno u otro lado. El voto en blanco no tiene incidencia en el conteo, puesto que el ganador de la compulsa será el que obtenga al menos un voto más que su competidor, sin necesidad de pisos porcentuales.

La mayoría de los sondeos de opinión establece una franja de entre un 8 y un 10 por ciento de indecisos para estos comicios. En sus manos está el destino del país por, al menos, los próximos cuatro años.

Más notas relacionadas
Más por Luciano Couso
  • Que no nos agarre la noche

    Yo no sé, no. Estábamos reunidos junto al sendero de bicis, pegado al arco de cilindro que
  • Una sangrienta puesta en escena

    La presunta “guerra contra el narcotráfico” promueve lo que dice combatir. Es una excusa p
  • Salir de la pesadilla Milei

    Ni soluciones mágicas ni desesperanza. Así se presenta el escenario que indefectiblemente
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Rosario Central perdió con Barracas en el Gigante de Arroyito

El Canaya cayó 2 a 1 contra el Guapo por la fecha 12 de la zona A de la Copa de la Liga Pr