Foto: Franco Trovato Fuoco
Foto: Franco Trovato Fuoco

Es docente y está a cargo de la cátedra de Literatura Española en la Facultad de Humanidades y Artes; es columnista de El Eslabón, Redacción Rosario y otros medios de la ciudad, y el miércoles lanza su ópera prima Herodes. Inmejorable oportunidad para poner al Profe del otro lado, y entrevistarlo.

Las historias que componen Herodes fueron escritas hace muchos años y algunas también fueron publicadas en contratapas o en la sección Lecturas de Página|12. “Hice una selección y una experimentación de los textos, tenía 12. De esos, elegí cuatro o cinco que pudieran transformarse en otra cosa, en algo monstruoso. Y me tuve que poner a leer, releer y reescribir”, contó Pablo Bilsky sobre el proceso de armado de la nouvelle cuyo personaje principal es un periodista que va tomando nota de todo lo que ve, toca y huele, en una libretita maltrecha.

“En el proceso de hacer versiones y reversiones de un mismo hecho ya no sé bien qué fue lo que pasó, o qué inventé yo. Soy el menos capacitado para dirimir ese límite, pero siempre el dato más potente es el de la realidad”, comentó el autor de Herodes. En este punto, aclaró que el hallazgo del cadáver de un ex combatiente de Malvinas en un monte de Capitán Bermúdez, de algún modo, ocurrió. “Yo no lo cubrí al hecho, pero conocía esa historia. El otro día confirmé que fue Silvina Tamous, la Negra, quien fue a cubrirlo para El Ciudadano y me lo contó. Hay un relato oral primigenio, después está la nota de la Negra y luego una serie de versiones mías que se van desarrollando en 8 ó 9 años”, repasó Bilsky.

Hugo, desde el follaje, libra en soledad una épica y lisérgica batalla contra el imperio británico, y contra la tiranía y ferocidad de Herodes. La libretita va registrando cómo, con minucia de orfebre, el periodista construye uno a uno los personajes y sus mutaciones –demasiado reales– en la trama de un gran mosaico bestial y delirante, cuyo denominador común es “la podre”. La poética de lo escatológico, de la descomposición que lleva de una historia a otra al cronista.

“Hay un cuerpo enfermo cayendo y mercantilizado en el palacio de la mercancía. Eso que sucede en los shoppings en Navidad, donde se dan situaciones muy violentas y de alto grado de degradación humana”, apuntó Pablo.

“Una vez leí que en Estados Unidos cuando salió un modelo de zapatillas Nike, de Michael Jordan, las colas para comprarlas eran tremendas, hubo disturbios y una mujer salió herida de gravedad. Ahí empecé a maquinar”, contó el escritor, sobre la génesis de ese otro cuerpo enfermo que, en medio del centro comercial, experimenta “una posesión demoníaca, habla en lenguas. Ahí también dejé una pista de lectura religiosa, algunos que lo leyeron la siguieron». <<Moloch! Moloch! Nightmare of Moloch!>>, dice la mujer en pleno trance, como en el poema Aullido, de Allen Ginsberg. Bilsky contó además que en los avatares de su oficio también presenció una ablación de órganos: “Esa cobertura fue una experiencia tremenda, un antes y un después”, recordó, y aclaró que “lo del ruso es ficcional”. Fiódorov, personaje que, en palabras del autor planteaba “la resurrección de los muertos como idea comunista. Es el creador de una cosmogonía delirante”.

La mirada, lo escrito y lo inenarrable

En el lugar donde ocurrió un hecho, el cronista escucha un testimonio, agarra una frase y anota en su libretita humedecida: “Este es el título para un recuadro”. Así, Herodes apuesta a una suerte de metaescritura: “El cronista está contando un hecho y a la vez escribe cómo se está contando ese hecho. Es decir, lo cuenta en forma problemática e insiste, a veces, en no entender del todo”, explicó Pablo sobre la laboriosa tarea de crear, como el oficio demanda, un punto de vista, la mirada.

“Hay un soporte material, que es la libretita y que habilita toda una cuestión de la escritura como cosa física, manual, como movimiento, como una huella. Se parece a la escritura cuneiforme, que fue la primera forma de escritura y la hicieron mierda. Esto de la marca, de lo que el cronista escribe y no se escribió por la humedad del papel que va manchando todo. Y anota lo que pasó y lo que no pasó, lo que va a quedar en la crónica; y también lo que quedará para otra”.

-Lo que no queda, ¿también puede ser literatura? ¿Cuál es tu límite entre el periodismo y la ficción?
-Por un lado está la preocupación teórica, la validación del discurso, la validez de la interpretación. Y el otro gran tema es el realismo, de dar cuenta de la realidad. El periodismo te permite experimentar esa cuestión, es la praxis de ese dilema teórico. Podes estar o no en el terreno y experimentar la dificultad de expresar. También hay que ponerse a pensar en el valor de la experiencia, porque a veces no es suficiente estar ahí para entender algo. Estar ahí no da derechos. Y a la vez está la necesidad de dejar un testimonio, de construir el relato. Es una forma de poner a prueba lo inenarrable. Hay que narrar y denunciar lo inenarrable y además saber que fuiste e hiciste lo que pudiste, porque la memoria se construye así, la memoria individual y la colectiva. Y no hay intento de manipulación, que es lo único que degrada.

– Además del oficio, ¿en qué momento escribís ficción?
-Escribo varias cosas al mismo tiempo. Me enloquecería hacer una sola cosa.

-¿Y no es enloquecedor hacer varias cosas al mismo tiempo?
¡Ufff! Muchísimo, pero es como lo puedo hacer yo. Entonces escribo una nota, en manuscrito, y al rato otro poco en una ficción y así me voy aireando.

-¿Cuál es tu relación con la escritura?
La corrección por ejemplo es un tortura espantosa. Así es como lo tomo yo, una tortura chino/japonesa. Hay un momento de goce, sí, en algún lugar. Pero después es tormentoso. El tormento es que la historia avance, porque soy muy vago. Hay que ser metódico para escribir una novela. Sentarte y darle y darle todos los días, y tener mucha paciencia que yo no tengo. Mi novia, que es traductora y editora, me dio una mano muy grande. Y mientras corregía me hacía preguntas que yo no sabía responderle. La cita falsa, libros que no existen o libros a los que les hago decir todo lo contrario. Por ejemplo, a partir de un libro académico que estoy seriamente leyendo, que es la verdadera erudición, hago una parodia.
Hay un falseo y ya me podría haber comido algún juicio. Pero sí, es muy borgeano… La erudición… Somos argentinos.

-Hay gente que se desespera por publicar, ¿vos por qué esperaste tanto?
Porque yo quería que fuera así, que me golpearan la puerta. Y eso pasó, y tranquilamente podría no haber pasado nunca. Y quizás esa era la idea mía. La tentación de lo póstumo, como diría mi analista (se ríe). Te sacás el problema de encima, no tenes que poner la caripela. Pero hay una idea de que no es escritor quien no publica, aunque tenga mil cosas escritas.

-¿Y qué cosas tenés sin publicar?
Tengo varias cosas. Dos novelas, una terminada y otra que no, que es sobre una mujer que está agonizando y se tiene que morir cuando yo quiera. Ahora está en un limbo. Son anotaciones de un diario, y mi anotación puede ser la última. También podría recopilar las contratapas de Página|12, algún día.

¿Cuáles son las influencias más fuertes que aparecen en tu escritura?
En términos de influencias conscientes, porque es algo de lo que disfruto siempre, es lo grotesco y el absurdo, por ejemplo, de Rabelais. Y el grotesco criollo, por supuesto. Y soy consciente de eso porque me fascina, porque siempre tuvo un valor de crítica social y filosófica, esto de romper límites y hacer delirar los códigos.

También hay un registro de “barroco de trinchera”
Es que a mí me aburre escribir de otra manera. A veces puedo, pero es como un juego: la exageración, la puesta en delirio. Del barroco español, por ejemplo, Quevedo es uno de los mejores. Borges es inevitable, y milita un estilo porque leyó mucho a los españoles y además admiraba mucho a Quevedo. También Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini, aunque no lo leo todo, no me hace bien a la cabeza. Es una bestia.

Herodes

Con un cuidadoso trabajo editorial a cargo del sello rosarino Yo soy Gilda, Herodes desembarcó hace unas semanas en las librerías de la ciudad, y el miércoles 2 de diciembre a las 19.30, se va a presentar en Ricchieri 452. En la oportunidad, Pablo Bilsky va a estar acompañado de su amigo y periodista, Horacio Çaró.

La Biblioteca interminable

Al ser consultado por sus lecturas, Bilsky se mostró algo más metódico. “Trato de ser parejo, mitad ensayo, filosofía y crítica, y mitad literatura. Y cuando leo ficción trato de leer mitad en español, y mitad en otro idioma”, dijo el escritor, al lado de un George Perec, gigante y en francés. “El profe” como le dicen sus amigos, también lee en inglés, italiano y griego.

“Ahora estoy leyendo un libro de hermenéutica que me mandaron de Amazon. Se llama La validez de la interpretación, es un libro clásico de los sesenta. Pero en la lectura hay cuestiones de necesidad, como cuando tengo que leer algo para escribir una nota”, advirtió. Además de un autor al que siempre vuelve, como Juan José Saer, Bilsky también recomendó El Traductor, de Salvador Benesdra. “Una joyita”, sentenció.

Respecto a la producción literaria local, Pablo consideró que Aldo Oliva “fue uno de los mejores escritores de esta ciudad”, y enumeró algunos trabajos más para destacar. “En los últimos meses leí un par de libros de Baltasara Editora que me parecieron excelentes como Nueva tiranía de la escritura, de Matías Piccolo y Otoño circular, de Tomás Sufotinsky. Este último es poesía, muy bello. Además, títulos del catálogo de Yo soy Gilda como Inédito, de Diego Giordano y La solución, de Agustín Alzari, me gustaron mucho”, aseguró.

“Tengo muchos, muchos libros. Ya doné un montón y voy a hacerlo otra vez. Y tengo muchos libros más, cientos, en Kindle y en una tablet. Si estoy leyendo una nota sobre Irak en The Guardian, por ejemplo, y me dicen que Juan Pindonga tiene la posta sobre Irak, me bajo su libro en cinco minutos de algún sitio ruso y dejo de leer la nota para ponerme a leer ese libro”, cuenta Pablo mirando a su alrededor para señalar que –efectivamente– su casa es una gran biblioteca. Y como toda biblioteca, es interminable. Entre sus últimas adquisiciones, está el libro del magnate Donald Trump. Bilsky se frota las manos, algo se traerá.

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