Foto: Farolitos
Foto: Farolitos

Farolitos, la banda emblema de los circuitos barriales y las luchas populares, presenta en la cancha de Central Córdoba un nuevo disco con el que pretenden llegar a todo el país. Hace dos semanas que Fin zona urbana, el tercer disco de Farolitos está en la calle. Su voz cantante, Marcos Migoni, en diálogo con el eslabón, afirma que hasta el momento tuvo buena repercusión en las disquerías locales, tanto que hubo que reponer ejemplares.

“Lo titulamos Fin zona urbana porque para nosotros, que somos una banda de rock, se vienen nuevos desafíos: intentar dar pasos a nivel nacional. Somos una banda que trabajamos mucho en Rosario, en el norte de Santa fe, haciendo shows en clubes de barrio, en plazas públicas y nos abocamos a eso plenamente; y ahora sentimos que logramos la madurez necesaria para proyectarnos a nivel nacional, para mostrar lo nuestro a más gente, y llegar a todos los lugares posibles”.

En vísperas de la presentación del nuevo material en el estadio del Club Atlético Central Córdoba, que finalmente por cuestiones climática se pasó para el domingo 13-, será un suceso histórico para una banda local por el carácter autogestivo y la convocatoria que esperan –unas tres mil personas–, Migoni señaló que “en el disco aparecen otros géneros”, en relación a los dos trabajos anteriores del grupo, En esta parte de la tierra, de 2007, y en Las voces del sótano, el CD/DVD editado en 2009, y argumentó: “Hay una canción infantil (Espejito de mi alma), un chamamé, un candombe, un reggae; hay rocanrol y una versión de un tema de Silvio Rodríguez (Días y flores) que adaptó Eduardo, el bajista de la banda”.

En cuanto a las escrituras del disco, hubo un cambio en la forma y en la estrategia política del mensaje que intenta transmitir la banda. “En este disco quisimos seguir combatiendo con las canciones, pero en un lenguaje que busca otras herramientas, otros modos de expresión, algo más dulce, para convencer al público, al que no le interesa o le chupa un huevo la cuestión política”.

–¿Por eso la apertura musical del grupo en este nuevo material?
–Para mí no tiene que ver con lo rítmico, los géneros que tocamos como el chamamé (El fuego que nos arrima) aparece desde que somos muy chicos, por la relación con la gente de la ribera y del litoral, el río y su gente; el chamamé está en todos lados y a veces uno lo desconoce. La búsqueda se dió más en el lenguaje, como ocurrió con Alita de puloi, que habla de la droga en el barrio, de la salud de los pibes, de la corrupción en los estratos más altos del poder. Las canciones son más fáciles de interpretar, y han generado emociones.

–¿Trabajaron colectivamente los conceptos del disco y vos, particularmente, le diste forma poética?
–Sí, se dió una discusión grupal más amplia, que superó el límite del grupo. Nos preocupa que haya gente que siga siendo muy indiferente a la realidad. A lo mejor, los que militamos deberíamos replantearnos que sin dejar la esencia de lo que decimos, ni la verdad, tenemos que volcar ese mensaje con más poesía, con más metáfora, creatividad, para convencer, haciéndolo más dulcemente, para llegar a la gente indiferente, que vimos y escuchamos en las últimas elecciones. Es un poco el camino que por ahí nos planteamos como artistas.

–Tocan en el Gabino Sosa por primera vez; y en el disco, le dedican al Charrúa el tema Ole ole ole!, que se puede meter en la historia de las canciones del club.
–Esperemos que lo tomen como propio. El otro día me bajo de la moto cerca del club y en una esquina sonaba el tema, es una alegría para nosotros, es parte de la locura que tenemos. Siempre se nos ocurrieron cosas raras para la época, como en el 2002 que comenzamos a tocar en clubes, cuando hicimos Sportivo América o tocamos en un festival de folclore. Siempre nos gustaron las locuras, no somos muy racionales, porque si fuéramos racionales, este recital lo hubiéramos hecho en Sportivo América, por el tema económico, pero tocar en la cancha del Charrúa lo tomamos como un nuevo desafío.

–Hay otra canción, 1998, que relata una historia carcelaria, de amor y dolor, ¿son cosas que leen, que charlan, que pasan en el barrio?
-Totalmente. Ese tema es un reggae de dos acordes y con una melodía simple. De las letras que fuimos haciendo fueron surgiendo los ritmos que usamos para expresar las canciones, y esas letras pueden ir entre la fantasía y la realidad, pero mayormente son historias que le pasaron a la gente y que en algún momento nos provocó emoción.

–¿Es parte de lo divertido de hacer música para ustedes, hacer una crónica de la realidad y jugar un poco con la fantasía, con lo literario?
–Sí, es la herramienta que nosotros tenemos para decir todo lo que está pasando a nuestro alrededor y lo que nos emociona. Como en su momento, cuando arrancamos en 2002, las letras de temas como Zum, que hablaba de los pibes que estaban revolviendo y comiendo de la basura, o Vengar la libertad, que pintaba que a la vuelta de mi casa vivía un genocida asqueroso, que estaba libre y que bardeaba a los jóvenes que se juntaban cerca de su puerta. Esperemos que ciertas canciones no vuelvan a tener vigencia nunca más, ahora con éste nuevo proceso político que comenzó. Recuerdo Desvelados, que de alguna forma hablaba de la fiesta menemista, que mientras nos cagabamos de hambre ellos festejaban con pizza y champagne. Nosotros queríamos vehiculizar toda esa rabia y esa repugnancia que nos daban ciertas cuestiones de los poderes y volcarlas en una canción, y compartirla con los que vivían esa situación.

–¿Por qué eligen la autogestión y los circuitos no establecidos?
–La banda sencillamente fue a tocar a algunos lugares comerciales y la evaluación era que no nos dejaba dinero para reinvertir en el grupo, y tampoco se generaba lo mismo que en un recital en un club, la mística, el agrado y la felicidad de la gente que elegía los recitales alternativos. Nosotros hicimos otro camino, demostramos que se puede desarrollar el arte, y otras bandas tomaron la iniciativa, como nos pasó a nosotros con La Renga o Los Redondos. Igual, después de lo que pasó en Cromañón la cosa no fue nada fácil. Nosotros ya en el 2000 teníamos un terreno preparado en los clubes y conocíamos la dinámica de esas instituciones. Además, el relato, el mensaje que vos construís en esos lugares es distinto, porque en esos lugares te encontrás con las historias de los barrios, no de un boliche. Y es un mensaje que se puede desarrollar masivamente, porque nosotros vendemos muchas entradas, aunque nos dijeron que era mejor tocar siempre en los mismos lugares. Pero ganar otros espacios era una cuestión de tiempo y trabajo. En esos lugares podés manejar y decidir los movimientos de la banda, te empoderás, y creo que con esta experiencia haríamos mejores arreglos en el circuito comercial.

–¿Qué sueñan con este disco?
-Tenemos la necesidad de salir de Rosario, pero fundamentalmente el sueño es que las canciones logren emocionar a la personas que las escuchen, o que se interesen por escucharlas. De eso se trata el arte.

De El Luchador a Central Córdoba
Farolitos militó con su música en muchos clubes de barrio de la ciudad. Desde sus comienzos, a principios de 2002, en un país sumergido en una tremenda crisis y con las balas tibias de la represión feroz gatilladas en plena caída del gobierno de Fernando De la Rúa. Tal vez, prácticas como el trueque y la organización de los vecinos, que se sucedieron por aquellos años en los márgenes de casco céntrico rosarino, en plazas y clubes, para combatir la mishiadura, inspiró a estos pibes oriundos de zona oeste, barrio La República, que hicieron pie en el club de calle Lima al 1300. El club El Luchador, allí se hicieron fuertes e hicieron un espacio propio desde el cual se proyectaron –dejando un surco nuevo– tocando puertas en otros clubes. Catorce años después piden la pelota y le ponen pulso al barrio Tablada, para presentar su última edición de canciones. “Elegimos tocar en el estadio de Central Córdoba por el fútbol, por el deporte en sí, no el fanatismo estúpido. Ninguno es hincha del Charrúa pero ¿a quién no le gusta que gane Central Córdoba?. Y por su historia, por Capote (De la Mata), por Gabino Sosa, por lo mítico del Trinche Carlovich, que volvía loca a la gente con su juego, juego que algunos vieron y del que –pese a que no hay registro fílmico– todos hablan. Porque en los años 40 su hinchada estaba muy pareja con las de Newell’s y Central, y por supuesto por el barrio, que tiene una historia bárbara y es el más proletario de la ciudad.

*Farolitos presenta Fin zona urbana, este domingo 13 de diciembre, en el estadio del Club Central Córdoba, a partir de las 19 hs.

Lucecitas del camino
Con Fin zona urbana, Farolitos toma la ruta. Aunque en Melodía de Barro, el rocanrol que abre el disco, se afirma que “el cemento no es el mejor conductor”, anhelan surcar senderos y cerros. Sin sacar los pies del barro, la banda toma vuelo poético en sus historias con simpleza. Y pese a que llevan consigo la piedra filosofal del rock barrial, también pintan paisajes folclóricos del Paraná, como en La flor, o en Días y flores, una versión litoraleña del tema de Silvio Rodríguez, y en la última canción del disco, El club de la mistonga, con aires de tango, funk y punk.

El cantante Marcos Migoni, el bajista Eduardo Dezorzi, los guitarristas Leonardo Vega y Martín Jáuregui y el baterista Ariel Ciccaleni, armaron un estudio en la zona oeste y grabaron –durante 2015 y bajo la supervisión de Lisandro Hedin, de Sikarios (productor del disco)– las voces, los instrumentos y la participación de músicos invitados: Matías Belmonte, Sergio Peressutti, Ezequiel “Choza” Salanitro, Pablo Pino, Norberto González, Jonatan Arrejin, Ivette Paz, Bruno Acánfora Greco y Juan Pablo Mariño. Las baterías fueron registradas en el estudio Romaphonic, y la mezcla estuvo a cargo de Carlos Altolaguirre. El mastering, la etapa final del disco, curiosamente fue realizada en Estados Unidos. “El disco tiene otra producción, ni mejor ni peor, sí algo distinto”, asegura Migoni antes del histórico recital en barrio Tablada.

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