19 lecturas quagliardi
Foto: Andrés Macera

Un pozo ciego, un sótano a oscuras, un túnel subterráneo, son las formas de la conciencia de Robinson, un empleado público que acaba de ser abandonado por la mujer que ama. Su jefe, el ingeniero, maduro y solitario Noé Sanders, tratará de acompañarlo en el duelo y ayudarlo en la resolución del enigma, que derivará en una triangulación amorosa que se gesta entre proyectos, licitaciones millonarias y defraudación en el subsuelo de la patria contratista.

Estos elementos, entre otros, hacen la compleja trama de Respirar en secreto, la novela breve del abogado y escritor, Hernando Quagliardi, que en 2014 obtuvo el primer premio de la categoría Novela del Concurso de Narrativa Río Ancho Ediciones.

En esta historia la suerte ya está echada, los personajes están perdidos antes de empezar a narrar cada uno su versión de los hechos para resolver el enigma: la mujer que se fue. Como explicó Matías Magliaro en el prólogo de la nouvelle, los tres narradores cooperan: “Sanders desde la literatura, Frost desde el ensayo, Robinson desde los sentidos”.

Uno de los ejes de la novela, dividida en tres partes –una para cada personaje– es la inclinación a lo profundo, lo oscuro, lo desconocido. Por otra parte, los aceitadísimos mecanismos de corrupción en los grandes edificios públicos, y la morbosidad de una clase empresaria carroñera. La trama es algo compleja, y una lectura ligera puede conspirar contra la detección de algunas pistas que deben ser extraídas de las conjeturas, las pesquisas, los desvaríos, en fin, la literatura. Primando la economía de palabras y el trabajo de un lenguaje lacónico y sosegado, aún con digresiones poéticas, reflexivas y hasta aforísticas, Quagliardi consigue en Respirar en secreto un prolijo estilo literario.

Eso sí, el autor no escatima la cita de autor, que aparece como un elemento edificante de metaficción en el relato, al menos en la narración de Frost, el profesor de filosofía y literatura, quien detalla con pericia de inventariado los diferentes modos en que los grandes autores se abismaron en las alcantarillas. Las Memorias del subsuelo, Mundus Subterraneus de Athanasius Kircher en la edad media y la policía subterránea de Graham Green en El tercer hombre; El Intestino del Leviatan en Víctor Hugo, y por supuesto, el sótano de la calle Garay donde Borges vio todas las cosas que existen. Además, la misma voz narrativa plantea la despreocupación por la necesidad de justicia y verdad porque, sabe, son imposibles. Además, y como si Frost o Quagliardi se dijeran a sí mismos que de lo dicho y pensado se puede proponer “la producción de otro texto”, o sea: “La misma historia desde el lugar de mis sospechas”.

Para la construcción del personaje de Robinson, Quagliardi parece hacer un decoupage entre el guiño a Crusoe, la arquitectura gestual de Humphrey Bogart y la conciencia del fumador empedernido de Svevo.

Casi un policial negro que transcurre en una Buenos Aires anacrónica donde el obelisco de pronto adquiere, como los jeroglíficos y los monumentos en altura, un protagonismo desmesurado, quizás por el vértigo de los personajes, y la necesidad de caer, huir, o hallarle alguna explicación a la soledad involuntaria, o la que fue silenciosamente aceptada en una vida sin mayores atributos que la calma de oficinas ministeriales.

Artículo publicado en la edición Nº 244 del periódico El Eslabón

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Un comentario

  1. adgemarprincipiano

    28/04/2016 en 1:34

    La burguesia posee las fuentes profundas de narrarnos una novela que no contiene mas que lo que ella dice, que lo contado es la realidad que acontece, sin ser mas que lo ficionado por el poder.

    Responder

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