Andrea y David son trans que trabajan en cooperativa de construccion. Foto: Andrés Macera.
Andrea y David son trans que trabajan en cooperativa de construcción. | Foto: Andrés Macera.

La Cooperativa de Trabajo Canto Rodado, que nació de la crisis del 2001, incorporó a dos personas trans. Las historias de Andrea y David y el deseo de que no sean la excepción a la regla.

Andrea, de 45 años, celebra su condición de laburante y repite que lo hace “como la gente normal”. Andrea es transexual y se desempeña en la construcción. No es común que una chica trans trabaje a la luz del día, disfrute de lo que hace y cobre a fin de mes. Ella y David –también transexual – fueron contratados por la cooperativa Canto Rodado en abril de este año. Esta posibilidad de acceder “a lo normal” es otro pequeño paso en la lucha de la población LGBTI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales), por la inclusión laboral.

“Cuando se nos planteó que estos compañeros tenían necesidad de trabajar, no hubo ningún tipo de dudas. Nosotros entendemos al ser humano de manera integral, no hacemos división. Nos alcanza con que la persona tenga ganas de laburar, de tener un trabajo digno”, dice Carlos Lescano, uno de los miembros de la cooperativa y encargado de entrevistar a los nuevos empleados.

“No nos preguntaron ni dijeron nada sobre el género”, dice David y también aclara: “Porque no corresponde”. Pero aunque intentan naturalizar la situación, todos saben que el caso de David y Andrea es una feliz excepción.

La Cooperativa de Trabajo Canto Rodado nació de la crisis del 2001. Lescano dice que el espacio es también es una organización social: “Somos militantes. Hacemos política desde lo que nosotros entendemos como política: que una persona pueda tener un trabajo en blanco, con monotributo, obra social. Todo es parte el derecho al trabajo digno”.

Unas 25 personas trabajan en Canto Rodado. La mayoría de los contratos surgen con la Municipalidad y en el caso del Fonavi donde se desempeñan Andrea y David, en el marco del Plan Abre.

Ambos trabajan en la terraza de uno de los bloques, en Isola y Maestro Santafesino, en la zona sur. Todos los días suben once pisos por la escalera, herramientas en mano. Por las características de su trabajo, una que otra vez tienen que bajar y volver a subir. Siempre por la escalera: en el Fonavi hace años que no andan los ascensores. Tampoco hay presión de agua, y así como los vecinos cargan baldes diariamente, la cooperativa lleva tanques cargados para poder lavar la fachada y pintarla.

Andrea y David arman las sillas y arneses que sostienen a sus compañeros: primero para el hidrolavado, después para pintar. Tiran, atan y miden cuerdas, arman sillitas, y están atentos a lo que les pidan los que trabajan en el precipicio.

“Es una responsabilidad grande. El primer día hice todos los nudos yo. Los chicos se tiraron nomás. No lo podía creer, ¡era mi primer día!”, cuenta David. Después se ríe: “Todavía no maté a nadie”.

“Me siento muy bien en esta cooperativa. Especialmente porque no hay problemas con que seamos trans. Nos tratan como a cualquiera: hacé, buscá, subí, traé. La única diferencia está en que estamos aprendiendo. Somos los nuevos”, comenta con una sonrisa.
David, de 39 años, tiene dos hijas. Estuvo casado y trabajó en un taller donde hacían artesanías en cuero. Luego del divorcio quiso seguir en el negocio pero no funcionó. “Me quedé sin trabajo y empecé a hacer cosas online, freelance, lo que sea: traducciones, publicar anuncios, escribir artículos, de todo. Pero no pude seguir. Entonces empecé a mandar currículum, buscar trabajo y no conseguía nada. Tuve algunas entrevistas, pero nada. No puedo decir que porque soy trans no pude conseguir trabajo, nadie me lo dijo en la cara. Pero lo cierto es que no me tomaron, y también que cuando te conocen te miran y se sonríen. Uno se da cuenta”, relata.

El trabajo que consiguió fue gracias a su cercanía con la militancia de la diversidad. El comentó su situación a sus compañeros militantes y a los pocos días lo llamaron. “Enseguida dije que sí”, rememoró. Lo mismo pasó con Andrea. La situación laboral para las personas trans, actualmente, se trata de eso: tener un contacto, tener suerte. Las experiencias dicen que no importa cuán calificado está una perosna para hacer un trabajo, todavía se discrimina, todavía hay un prejuicio.

El 90 por ciento de las personas trans del país están por fuera del acceso al empleo registrado. La mayoría de las pocas que lograron entrar al sistema, como el caso de David y Andrea, lo hicieron gracias a convenios entre el Estado –en cualquier nivel–, las empresas o cooperativas, y las organizaciones LGBTI.

El cambio de Andrea fue más bien brusco. De la prostitución pasó a la construcción. “Nunca me gustó la prostitución. Lo hacía porque no tenía otra cosa”, sostiene. Y también cuenta que con la prostitución ganaba buena plata, pero que con el cambio de gobierno decayeron sus ingresos. Fue el momento de dar el salto: “Quería trabajar como cualquiera, como una persona normal. Y lo conseguí. El cambio es brusco. Pero me gusta, y cuando te gusta el trabajo todo es mejor. Además tenes un sueldo a fin de mes: es mucho mejor, mucho distinto a contar plata todos los días, que gastas, y gastas, y gastas”.

El 1º de mayo, coindicen todas las personas entrevistadas, será un día de lucha pero también para celebrar. “Incorporar a la compañera y al compañero es lucha también. Nosotros entendemos y acompañamos su pelea para incorporarse al trabajo formal”, destaca Lescano.

“Me siento agradecido. El trabajo es dignidad, parte de uno mismo. Es difícil sentirse satisfecho con uno mismo si no se trabaja. Me dan muchas ganas de que esto pase en todos lados, que las puertas se abran en todos los ámbitos”, desea David. Y Andrea también festeja la posibilidad del trabajo como cualquiera, sobre todo en una época en la que la lucha de los trabajadores pasa por no perder más puestos laborales.

Fuente: El Eslabón

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