Foto: Télam/CarlosBrigo.
Foto: Télam/CarlosBrigo.

Hasta hace apenas unos meses era inimaginable que tantas organizaciones sindicales de la Argentina convergieran en una sola movilización en vísperas de un Día del Trabajador. También era difícil suponer que el eje unificador fuera la vuelta de la amenaza de la desocupación extendida, que parecía desterrada de la vida económica y política nacional. Macri lo hizo.

La concentración de este viernes en Buenos Aires, más los actos y movidas en todo el país surgidos en el mismo marco, son otro indicio de la inviabilidad del neoliberalismo salvaje que pretende reinstalarse en el país.

Está cada vez más claro que esto, así, no va. Pero al mismo tiempo es cada vez más temerario entrar en el terreno de los vaticinios sobre cómo y para dónde será la salida.

La duda es si se sostendrán los marcos institucionales básicos para permitir que el pueblo se exprese libremente en las urnas el año que viene y en el 2019. El macrismo y su aparato mediático no hacen más que ensanchar la grieta que vienen construyendo con esmero implacable. Buscan legitimar cada vez más –la persistencia del encarcelamiento de Milagro Sala sin condena y sin escrúpulos es un claro ejemplo– la persecución, la estigmatización, la represión, la supresión de todo lo que pueda sumar a la consolidación como principal figura política opositora de Cristina Fernández de Kirchner, cuyo reciente retorno a los primeros planos puso muy nervioso al establishment.

La campaña mediática contra la ex presidenta se retroalimenta con allanamientos cinematográficos, con testimonios novelados, con abogados prófugos que se dan por muertos y después aparecen caminando bien vivitos. Mientras, se pretende minimizar el escándalo internacional por las off shore, los verdaderos beneficiados con las maniobras con el dólar futuro, la descarada transferencia de negocios y recursos que los actuales funcionarios nacionales hacen a las grandes empresas que conducían hasta antes de apoltronarse de la mano de Mauricio. Se hace creer a millones que el problema son los rateritos, no los que roban en grande, sistemáticamente. La demonización de lo “k” se reconcentra en su reduccionismo, se muerde la cola, se intoxica con su propio veneno, se retuerce con una violencia insoportable. Cuesta pensar un corto plazo de convivencia mínimamente pacífica. Se puede apreciar lo mismo en Brasil y Venezuela. Se quiere  instalar tal clima en Bolivia y Ecuador. La derecha no suele retroceder por las buenas. Está más que claro que el “tercer semestre” de bonanza que prometen no existe. Es más que probable que la opresión se acreciente. Y con ella la resistencia, las movilizaciones, los paros. Y la violencia, cada vez más azuzada por el aparato mediático y judicial. Y los marcos institucionales, cada vez más jaqueados. Y las elecciones del 2017, cada vez más lejos. Ni hablar de las de 2019.

Cómo sostener la resistencia sin perder la calma y pisar el palito del “rompan todo, así los cagamos a palos y los metemos presos en vivo y en directo”, parece ser el gran desafío para los trabajadores y sus organizaciones, que este viernes mostraron su fuerza con la masiva movilización en vísperas del 1º de Mayo.

No fue magia que hayan podido manifestarse juntos tantos sectores sindicales, sociales y políticos que habitualmente no esconden diferencias entre sí. Lo que pesa es que no es tiempo de contradicciones secundarias. Lo que cuesta es sostener esa convergencia en el tiempo, sumar otros actores también afectados por la malaria impuesta. Hace falta restañar heridas, recrear acuerdos básicos, definir los nombres de las mejores referencias, las que puedan juntar otra vez a un abanico de fuerzas de raigambre popular lo suficientemente abierto para frenar a los angurrientos de siempre y perder lo menos posible en el camino.

La avidez por moverse para dar vuelta la página rápidamente está. Se vio el 13 de abril en Comodoro Py. Se reiteró en el acto convocado por las centrales sindicales. Se expresa en las convocatorias contra los tarifazos que fogonean comerciantes y pequeños y medianos empresarios. Se palpa hasta en asambleas de productores agropecuarios afectados por la inundación, enojados con un gobierno nacional al que votaron. Se energiza con la continuidad y profundización de la participación de los jóvenes cada vez más jóvenes. Se desarrolla en la tozudez de miles de trabajadoras y trabajadores autogestionados.

Contener, reorganizar y conducir toda esa fuerza es la tarea, no menor, por delante. Cristina parece haber tomado nota de ello con su actitud de diálogo y consulta con distintos actores emprendida después del 13 de abril. La dirigencia sindical enfocada en lo real y encaminada a niveles más altos de unidad es otra señal alentadora. El diablo siempre va a meter la cola, pero frente a eso hay otro signo de esperanza: el Papa es argentino. La guerra, como decía el Megafón de Leopoldo Marechal, es terrestre y celeste.

Fuente: El Eslabón

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