Cabildo-25-de-mayo

El 25 de mayo no siempre se festejó en términos populares. Por ello, no es un detalle menor que el ánimo al celebrar el 25 de Mayo en 2015, el último con Cristina Kirchner como presidenta, haya sido de felicidad. Tampoco el silencio y la tristeza que se percibió este año, ya con Mauricio Macri como mandatario, una muestra clara de que se trata de otro país.

Los festejos mayos a través de la historia

Es un lugar común que se haga referencia a los fastos de Mayo del Centenario, una celebración rodeada de impopularidad manifiesta. Y no es para menos.

El gobierno que imperaba entonces, a cargo del presidente José Figueroa Alcorta, apenas un año antes de cumplirse la primera centuria de la Revolución de Mayo, el 1º de mayo de 1909, había asesinado a 11 trabajadores y herido a otros 105, y al día siguiente reprimió a los obreros que acompañaban los féretros de las víctimas, un sangriento episodio que fue denominado «La semana roja».

La represión había sido encargada al comisario jefe de la Policía, Ramón Falcón, quien como respuesta recibió su merecido a manos del anarquista Simón Radowitzky, que lo ejecutó el 14 de noviembre de aquel año.

Aunque ese hecho conmocionó a la sociedad, es preciso recordar que un año y medio antes, el propio Figueroa Alcorta se salvó de conocer la Parca por anticipado cuando el anarquista Francisco Solano Regis fracasó en su intento de enviarlo al más allá.

Lo cierto es que en 1910 el Pueblo en general y los trabajadores en particular no tenían algo para festejar. La nívea cáscara de un huevo podrido por dentro mostró la llegada de 50 embajadores y misiones de todas partes del mundo. La infanta Isabel de España, tía de Alfonso XIII, como figura principal, con una escolta de 200 policías y 36 personas a su servicio daban cuenta del derroche oligárquico. Francia envió a Georges Clemenceau, Italia a Guillermo Marconi. La profusión de símbolos patrios tapaba la entrega al capital extranjero. Mucho himno, escarapela, escudo y bandera, muchos próceres e imágenes de Mayo, pero por debajo trabajadores explotados y reprimidos en el marco del Estado de Sitio.

Precisamente porque el Centenario fue muy importante en términos históricos, sociales y políticos, poco se menciona cómo se celebró el 25 de Mayo desde 1810 en adelante, celebraciones que obviamente dependieron de los procesos políticos que se desarrollaban en cada época.

Los fastos antes del Centenario

En mayo de 2001, el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (Ihcba) presentó, en el número 24 de la publicación Cronista Mayor de Buenos Aires, una edición realmente ponderable en la que repasa los festejos del 25 de Mayo desde 1811 en adelante, con un rigor documental digno de destacar.

El documento del Ihcba hace referencia al año inmediato posterior a la Revolución de Mayo de esta forma: «En 1811, el pueblo de Buenos Aires festejó el primer aniversario patrio. En esa oportunidad, el hecho destacado lo protagonizó una comparsa que interpretó, por la ciudad y sus alrededores, varios melodramas durante tres días seguidos. La fiesta comenzó el 25 y se extendió hasta el 27, aunque sus coletazos se sintieron aún varios días después. Ese mismo año, se inauguraba la primitiva pirámide en la plaza de la Victoria».

Pero resulta que el primer festejo en serio se produjo a tres años de aquel épico 1810. En 1813, las mayas fueron declaradas «fiestas cívicas por la Asamblea de Buenos Aires, y se estableció su extensión desde el 23 hasta el 26 de mayo», y ese mismo año, «también por primera vez, se cantó el Himno Nacional en público, en la Casa de Comedias», según el archivo de la ciudad.

Un dato aparece como certero: en los primeros aniversarios patrios, las celebraciones de las fiestas mayas eran de carácter marcadamente popular. «Todo el mundo participaba del regocijo general y era la fecha en que se estrenaban las ropas nuevas», reseñan los historiadores.

Y desde los albores de la Patria, parece ser que la mirada externa fue tomada como una referencia a tener en cuenta. Tal vez ésa sea la explicación de que un testimonio, el de un simple viajero norteamericano, haya sido guardado para aportar a la crónica de la época. Así, este turista fue quien consignó lo invertido por el erario público para celebrar las fiestas mayas en 1818: «Gastos de celebración y premios, 10.306 duros; para viudas e inválidos, 18.330; para ceremonias de iglesias, 1.530 y para regalos a indios, 527».

El viajero, además, toma nota de otros detalles: “…los gastos por ceremonias de iglesia en las grandes ocasiones montan a una suma importante. Una parte se destina ahora a la celebración de sus fiestas políticas. En vez de fiestas cívicas, en que el pueblo compite en excederse en comer y beber, inventan una variedad de exhibiciones públicas mucho más conformes a la razón y el buen gusto. Por ejemplo, cierto número de los esclavos más meritorios son comprados y libertados; se apartan sumas y se tiran a la suerte para ayudar a los artesanos que están ansiosos de poner tienda”. Curiosamente, la esclavitud había sido abolida en 1813, pero cinco años después parece que algunos no se habían enterado, y para el yanqui era un detalle de lo más común.

Una descripción de la Buenos Aires de entonces: «La ciudad era de construcciones bajas y el embanderamiento, muy profuso. Por la noche, las casas bajas abrían los postigos y se colocaban velas que alumbraban las veredas. En los balcones de las casas altas se ponían igualmente velas resguardadas por fanales». La Revolución de Mayo no era, por cierto, algo que generara indiferencia.

En los inicios de la década de los 20 del siglo XIX, los festejos comenzaron a incorporar juegos populares del más variado tipo. «El palo enjabonado, el rompecabezas, hasta calesitas y danzas de niños y niñas vestidos con los colores de la patria», eran parte del frenesí popular, según los cronistas de la época.

Otra de las curiosidades estaba dada por los desfiles en los que se realizaba la elección de una “niña bonita”, a quien trasladaban «en un carro adornado, tirado por cuatro hombres disfrazados de tigres y leones…seguido por bailarines».

Y si lo anterior despierta asombro, qué decir de la pirotecnia que ya por entonces cumplía un rol central en los festejos: «Los fuegos artificiales se encendían en la plaza de la Victoria, quemándose al final un castillo que se colocaba delante del Arco Central de la Recova Vieja», describe el documento del Ihcba.

Por esos años también era costumbre que se ornamentaran las cuatro caras de la Pirámide de Mayo con los retratos de los héroes de la Revolución. «Arcos con descripciones alegóricas decoraban la plaza y había juegos populares consistentes en corridas de sortija, palo enjabonado, rompecabezas, a los que concurrían los paisanos de las orillas, con sus caballos empilchados con sus mejores aperos, no faltándoles tampoco un moño con los colores patrios».

En palabras actuales, los porteños cuando llegaba la Semana de Mayo arrancaban de caravana. Sin embargo, da la impresión que el verdadero cachengue llegó en 1822, ya que según la pluma del poeta Bartolomé Hidalgo las fiestas de ese año «fueron más fastuosas que las anteriores».

El escritor relata que «los escolares, vestidos de azul y blanco, recitaban relaciones que hacían contrapunto con él, y que existió música y fuegos artificiales». Y subraya que “desde la madrugada se apretuja el gentío: los bancos están llenos «de puro mujererío»”.

La costumbre de la entrada de los soldados a la Plaza viene de ese año. «Se instalan entre el Fuerte y la Catedral», se recuerda, y otra costumbre actual asoma en ese festejo: «A las 11 de la mañana sale el gobierno en pleno para oír el Tedeum. Los doctores, los escribanos, la escolta a caballo, acompañan al gobernador Martín Rodríguez», rememora el poeta.

Bartolomé Hidalgo, quien se acercó para disfrutar de las carreras de sortijas en la Alameda, narra, alucinado: “En la plaza siguen las danzas y un inglés sube al palo enjabonado, ganando todos los premios. Los toros apenas se torean ahora en la plaza Lorea». El escriba, devenido historiador, se permite una humorada al describir: «Unos niños con banderas llevan una imagen; preguntó el gaucho qué virgen era: «La Fama», le contestaron”. Y los historiadores del Ihcba lo atribuyen, vaya a saber por qué al devenir político: «Hemos entrado desde luego en la época rivadaviana».

Los 25 de Mayo de Don Juan Manuel de Rosas

Según el archivo histórico «al iniciarse la época de Rosas, el 25 de Mayo cobra importancia suprema. La Pirámide y toda la Plaza están decoradas con inscripciones, símbolos, trofeos, guirnaldas y banderas en memoria de los felices acontecimientos que dieron la libertad a América».

Son épocas en que tanto la edificación oficial como las viviendas comunes se iluminan con fanales. «Animados juegos y carreras de caballos imitan a los antiguos torneos sarracenos; hay fuegos artificiales, revistas, evoluciones de las tropas de línea y de las milicias, de a pie y de a caballo, fanfarrias, sinfonías ejecutadas por los músicos de los diferentes regimientos; todo ello contribuye durante tres días a aumentar la embriaguez general y a excitar la curiosidad de los numerosos extranjeros», narran en la compilación histórica de 2001.

Pero puntualmente, hay una fiesta Maya que se recuerda con especial énfasis por sus derivaciones literarias. «El 24 de mayo de 1840 se dio un gran baile en el Fuerte en honor del Gobernador don Juan Manuel de Rosas y su hija Manuelita. Este baile se haría famoso por una circunstancia, al parecer fortuita: el novelista José Mármol lo incluyó en su novela Amalia, que con el tiempo sería una de las novelas argentinas con más ediciones».

Los diarios de entonces dieron cuenta de aquel bailongo: “Desde las nueve de la noche, los convidados al baile dedicado a su Excelencia el Gobernador y su hija, empezaban a llegar al Palacio de Gobierno, y a las once los salones estaban llenos, y la primera cuadrilla acababa. El gran salón estaba radiante. El oro de las casacas militares y los diamantes de las señoras resplandecían a la luz de centenares de bujías, malísimamente dispuestas pero que, al fin, despedían una abundante claridad”. Pavada de dancing.

Para tener una noción de la masividad de los festejos durante el rosismo, hay que ponderar que en las veladas del 24 y 25 la concurrencia se calculaba en más de 16 mil personas, «viéndose los balcones, ventanas y azoteas de las casas que circundaban la Plaza como asimismo las de las calles Federación (Rivadavia), Victoria (Hipólito Yrigoyen), Universidad (Bolívar) y de Representantes (Perú), llenas de damas y caballeros».

El 25 de Mayo de 1847, como ya venía siendo costumbre, se realizó el desfile del Ejército en los que participaron más de 4.600 hombres. Cuentan los relatores de época que el general Agustín de Pinedo, quien marchaba a la cabeza de las tropas, cuando arribó a la casa de Rosas, a grito pelado, lanzó «las vivas y mueras de ordenanza», que eran, ni más ni menos: “¡Viva la Independencia Americana! ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Viva la Honorable Junta de Representantes de la Provincia! ¡Mueran los salvajes, inmundos, asquerosos unitarios!». Y ahí empezaba la fiesta.

Después de Caseros, los fastos siguieron siendo espectaculares. «Cucaña, palo enjabonado, rompecabezas, banda de música, bombas de estruendo, globos de papel. En el Retiro había corrida de sortija y bandas militares de música. En el tablado de la Plaza de la Victoria los niños de «las escuelas de la Patria» entonaban las escritas especialmente para la ocasión».

Los historiadores de la ciudad de Buenos Aires recuerdan: «Después del desfile militar siempre había un número especial: es recordado el del equilibrista Blondin que, un 25 de mayo a mediados de los 70, cruzó la Plaza sobre una cuerda que colocó en todo el frente de la Recova Vieja, en cuyos extremos había dos pequeñas casillas de donde salía con su balancín, recorriendo su trayecto con una serenidad admirable».

En los desfiles militares cada cuerpo del Ejército mostraba su tradición y generaba sus simpatías en el pueblo. «Se presentaban con sus banderas hechas jirones y como hasta antes del 80 no faltaba alguna campaña en que alguno de los batallones que formaban hubieran tomado parte, ya fuera contra los indios o en el interior, su paso por las calles era saludado por amplios aplausos».

Es muy recordado el baile del Club del Progreso, fundado por los vencedores de Caseros. En 1872, consignan, «terminó a la madrugada y fue animadísimo». Ese mismo año se inauguró el teatro de la Ópera, con la asistencia del presidente Domingo Sarmiento.

En aquel año, el resto de los teatros de elite tampoco se quedó atrás, y sus programas contemplaron representaciones especiales. «En el Colón se cantó Fausto, Ballo in Maschera y Rigoletto; en el Victoria representarían Locura de amor, María Estuardo y sainetes; hasta había un teatro de vaudeville, el Alcázar-Lyrique, en el que se presentaban comedias picarescas», comentan los cronistas.

Nada cambió hasta el Centenario de 1910, y durante el siglo XX, sobre todo después de 1930, con la infausta novedad del primer golpe de Estado militar, las fiestas mayas oscilaron entre las que tuvieron carácter popular, con la participación masiva del Pueblo, y las que estaban cargadas de simbolismo vacío, con desfiles pomposos pero claramente identificados con los sectores oligárquicos.

2016, el año en que la Plaza quedó vacía

Aunque el salto histórico es grande, en 2016, este año, se produjo uno de los contrastes más profundos en cuanto a la celebración de la Revolución de Mayo. Los años del kirchnerismo, pero en especial los últimos, fue una celebración popular y multitudinaria. Y vale la pena describir el contrapunto entre el último de ese período y el que acaba de celebrarse, valga la expresión, que no concuerda con lo acontecido.

El año pasado, con bastante antelación, se sabía que el 25 de Mayo sería una fiesta popular. Ya el sábado 16 de mayo de 2015 el diario La Nación anticipaba lo que sería una semana de festejos por el 205° aniversario de la Revolución de Mayo. «Habrá espectáculos y celebraciones durante tres días; el tedeum será en Luján», se leía en la bajada del diario de los Mitre-Saguier.

«El último 25 de Mayo que la tendrá como presidenta no pasará inadvertido. Cristina Kirchner organizó una semana de festejos y tres días de recitales y celebraciones que cerrarán con un masivo acto que espera ser la gran demostración de fuerza final del kirchnerismo en las calles, cuando faltan sólo dos meses y medio para las elecciones primarias presidenciales». Eso decía La Nación, casi diez días antes de los fastos centrales del 25 de Mayo de 2015.

Pero no fue sólo La Nación la que dejó para la historia la enumeración de hechos políticos de profunda raíz popular que definieron, como en años anteriores y durante todo el período kirchnerista, la recuperación para las grandes mayorías de los símbolos patrios, y la celebración colectiva de las fechas que encarnaran la independencia y emancipación de la Argentina.

Lo que Néstor y Cristina Kirchner pusieron en valor en esos doce años, desde aquel día en que el primero de ellos asumió como presidente, fue que la fiesta era para todos o no era para nadie, y parte de la fiesta pasó por recuperar los espacios públicos, para que la celebración independentista y emancipadora fuera masiva, ruidosa, alegre y liberadora.

El mismo 25 de mayo del año pasado, el diario Perfil titulaba: «25 de Mayo militante: festejos en la Plaza, espectáculos y discurso presidencial». El intento seguía siendo dar por sentada la «utilización» de las celebraciones patrias para capitalizarlas políticamente, como si eso fuera a contramano de los intereses populares. Pero en ese afán dejaban grabado en letras de molde, para la posteridad, de qué iban esos festejos en la era de la felicidad kirchnerista. Se podía estar criminalmente en contra, como lo estaban quienes decían que había que asesinar a CFK, pero no se podrá decir que el clima de esas fechas no fuera militante y literalmente espectacular.

La Nación publicaba una frase que no parece que saliera del tradicional diario representante de la oligarquía: «Cristina Kirchner será la oradora central. Como todos los años, el lunes feriado ante toda la militancia oficialista, ya se organiza para llenar la Plaza de Mayo en la última fiesta patria popular de los doce años kirchneristas».

Fiesta patria popular. ¿Qué sobrevivió de todo eso a tan sólo un año de aquella «última fiesta patria popular»? ¿Qué se escribe hoy sobre el primer aniversario de Mayo bajo la égida macrista?

Clarín, este miércoles, titula así: «Macri asiste al Tedeum en la Catedral y luego ofrecerá un locro en Olivos». Y en la crónica, el jefe de Gabinete Marcos Peña describe el tono y motivo de la celebración presidencial: «Es un tema organizativo, nos parecía lindo abrir las puertas de Olivos y fue una decisión de la familia presidencial para agasajar a los invitados, muchos de ellos de las organizaciones sociales». Ése énfasis al destacar a las «organizaciones sociales», denota una carencia, una falta, una ausencia de cualquier carácter popular en el festejo de este año. Una envidia profunda, al fin y al cabo.

Pero Clarín, no podía ser de otra manera, apuesta al retorno de la formalidad simbólica, esa que aparenta sintetizar lo que corresponde y ahuyenta toda posibilidad de contaminación demagógica. «Efectivos del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea con bandera y banda de música rendirán los honores correspondientes al Presidente en su pasaje desde la explanada de la calle Rivadavia de la Casa Rosada hasta la Catedral Metropolitana».

En dos renglones, las palabras ejército, Armada, Fuerza Aérea, bandera y honores pretenden saldar la falta de afecto popular y poner en valor lo que en verdad importa, a Clarín y a la clase que tanto el Presidente como el diario representan, a la hora de hablar de festividades oficiales. Más protocolo que Patria, más símbolos que Pueblo, más formalidad que desmesura, esa que derrochan las grandes mayorías.

Clarín también juega con la idea de poder desplazar al kirchnerismo en el territorio del lenguaje. Publica, este mismo miércoles, un artículo que titula «25 de Mayo, la Patria de todos». Lo firma Osvaldo Pepe, y en su primer párrafo ya muestra las hilachas de un ropaje que no puede disimular el odio de clase y la envidia que provocan las gestas populares: «Hoy es el primer 25 de Mayo en trece años sin la desmesura kirchnerista. Vuelve la idea de Patria como festejo colectivo. Macri asistirá al Tedeum en la Catedral Metropolitana, aunque con el contorno de un acampe de organizaciones sociales en la Plaza en demanda de más planes sociales. Y luego compartirá un locro con sus ministros en Olivos. Más allá del protocolo, finalmente, como en la infancia de las generaciones más veteranas, todos podremos invocar la palabra y el sentimiento por la Patria sin recibir la amonestación de un gobierno que aprovechó la celebración para transformarla en una efemérides propia, en un engolado conteo de cada año en el poder».

Después de leer eso, queda claro que la persecución de que es objeto no ya la ex Presidenta sino todo el período kirchnerista se fundamenta en las virtudes de la última década y no en sus errores o defectos.

Lo cierto es que en este 25 de Mayo no habrá felicidad popular expresada en las calles de un país en marcha. Habrá un silencio gris, una tristeza sombría, a puertas cerradas, con chispazos de resistencia aquí y allá, pero sin la certeza de que a cada paso pueda encontrarse a una compañera o compañero que marcha hacia el calor que genera la Patria en movimiento.

Una corrida de chanchos

Cuentan los historiadores del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires que «el 25 de mayo de 1872 hubo un espectáculo extravagante. En lugar de riñas de gallos o corridas de toros, un empresario inventó una corrida de chanchos, en la plaza 11 de Septiembre, corrida que fue muy promocionada». El evento, como era de esperar, atrajo numeroso público. El cronista asignado por el diario La Tribuna escribió esto: “Llega el supremo momento y aquí entra lo bueno. El empresario suelta un cerdito flaco y haciendo que es detenido de la cola inmediatamente por unos tantos espectadores. Viene luego un segundo chancho, flaco y chico también, y tiene la misma suerte que el primero, siendo detenido apenas trata de escaparse. El público desde este instante empieza a alborotarse y pide vociferando que sean presentados cerdos grandes y chúcaros. El empresario se hace sordo a estos clamores y no aparece siquiera a dar alguna explicación hasta que al fin la concurrencia se desbanda y algunos de los que formaban se retiran destruyendo y llevándose consigo parte del tablazón del circo. Éste ha sido el principio y fin de las corridas de chanchos anunciadas con tanta pompa ayer”.

Fuente: El Eslabón

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