Ingreso del famoso monasterio. Foto: La Nación.
Ingreso del famoso monasterio. Foto: La Nación.

«Aunque me la muestren a Cristina nadando en la bóveda de Rico McPato, elijo el modelo de país que vivimos en la década ganada» (Evelyn Tacuara, usuaria de Facebook).

El peor pecado de los crápulas, sean del color que sean, es el tamaño de los fardos de pasto que les dan de comer a los imbéciles, que se creen iluminados por la verdad. También del espesor de las excusas que le dejan servidas en bandeja al enemigo, que ve la oportunidad de legitimar sus crímenes.

Con el episodio de la detención del ex secretario de Obras Públicas José López, la espesura o el tenor de las excusas del gobierno macrista, por ejemplo, a la hora de defender que todo es lo mismo, que tener la plata afuera o adentro sólo muestra cuestiones de estilo, que ellos son empresarios y estos otros son ladrones, esas excusas, esos espesores de esas excusas, tienden a ocultar la cuestión más importante en todo este embrollo: ¿La corrupción es o no el insumo que impide la felicidad de las grandes mayorías?

Puesto en otros términos, más livianitos: si desaparecieran todos los corruptos, si los buenos lograran meterlos presos a todos, ¿sería lo mismo que gobernara el kirchnerismo, el macrismo, el socialismo, el fascismo? Sin ladrones a la vista, según parece, todo funcionaría mejor.

Pero algunos, que son los que cuentan el cuento a los niños antes de mandarlos a dormir sin comer, dicen que los corruptos no están en todos lados, sólo se mueven con pasmosa habilidad en determinados partidos políticos, a los que en general denominan «populismos», pero que en la Argentina se les ha puesto nombre según la conveniencia histórica de los que manejan el poder: hace 60 años, era el peronismo, hoy es el kirchnerismo, porque hay «peronistas» a resguardar y no está bueno ofenderlos.

Volviendo al cinematográfico Caso López, que así quedará para los anales de la Historia Universal de la Infamia Corrupta, los medios hegemónicos, de la mano con el gobierno neoliberal y con el arbitrio del clan estable del Poder Judicial, quieren demostrar que en los últimos doce años imperó un sistema intrínsecamente corrupto, en el que sus máximos líderes organizaron el saqueo de las arcas públicas, que enmascararon con un discurso populista de redistribución de la riqueza, ampliación de derechos que no eran otra cosa que un simulacro, y así, con millones de ingenuos engañados, organizaron una fiesta onerosa en la que esas grandes mayorías creían que podrían vacacionar, terminar sus estudios, tener algún que otro electrodoméstico, y pagar tarifas de servicios razonables. Detrás de los telones de esa festichola, farsantes con antifaces se llevaban bolsones de dinero, sonriendo socarronamente y en puntillas de pie.

Cualquiera podría pensar que ese relato no garpa. Lo razonable sería ponderar tamaño cuento como un bolazo demasiado grande como para ser creído. Error. Hay un universo muy extendido de peones que al mirarse al espejo ven un rey, y sienten que cuando les dicen que quienes quieren impedir que alguna vez lo sean son esos corruptos disfrazados de políticos nacionales y populares, se horrorizan y repiten al unísono, en una histérica letanía: «Son todos una manga de ladrones».

Por suerte, a los ladrones se los lleva la primera brisa de la historia. El resto, millones, resisten tempestades más consistentes que esas lamentaciones histéricas inspiradas por crápulas con doble moral. Porque hay que decirlo, sólo la inmoralidad de los verdaderos saqueadores del Estado puede sostener ese relato que les permite camuflar el traspaso de la riqueza de todos a manos de tan pocos.

Rufianes melancólicos de izquierda

Por cuatro ex cosacos del Ejército Rojo que se quedaron con los platos del juego de té de los Romanoff muchos son capaces de pedir la abolición de la Revolución Bolchevique. Ese es el nivel de análisis de algunos neorevolucionarios, quienes al igual que sus primos neoliberales, postulan que la corrupción es un cáncer que termina desdibujando a los modelos distribucionistas.

Pero incluso no les alcanza con condenar a los criminales, tienen que hundir el barco que los llevaba, aunque en el naufragio mueran millones de personas que nunca cometieron un crimen.

Aramburu pensaba igual, Rojas también, y el peronismo sobrevivió y volvió. Y si el peronismo hubiera sido lo que decían de él por izquierda y por derecha, un hato de ladrones, ese retorno nunca hubiera ocurrido.

«Agarren su década ganada y métansela en el orto. Y no digan que son casos aislados, hay que asumirlo, a los dirigentes de nobles causas no se les puede aceptar la vulgaridad del lujo. Son farsantes. Ya está, viejo, a otra cosa, a empezar de nuevo y sin que nadie «vuelva»».

La arenga es oriunda de las redes sociales, mereció réplicas de todo tipo y adhesiones que la dejaban en el terreno de los abordajes moderados. Pero es representativa de que la muerte por lapidación de todo un proceso político no es un intento exclusivo de las derechas.

Los macristas arguyen así: «El tema es simple. Macri escondió su dinero, ya que es de familia multimillonaria. En cambio los K y todos sus funcionarios robaron el dinero del Estado argentino. Son cosas muy distintas».

Por izquierda, el tema sería de este modo: «Cada vez más nos acercamos a la corrupción como gestión. La de Macri, desde el vamos es gestión corrupta estructural. Hay que tener la honestidad de reconocer que más allá de un buen modelo, eran unos ladrones. Nos robaron a todos con la excusa de ayudar a los más vulnerables. Una pena. Marx no se murió».

Hay que hacerse cargo de querer invalidar todo un proceso político por el delito de algunos jerarcas. Y en ese sentido, los análisis por izquierda del fenómeno de «la corrupción» se parecen demasiado a los que ensaya Macri al juzgar al kirchnerismo.

Parece de una obviedad adolescente, pero resulta necesario decir que no se puede invocar, con los mismos argumentos que Macri y Clarín, que Ricardo Jaime o José López pueden invalidar, para poner sólo algunos ejemplos, que millones de chicos hayan sido conectados al recibir sus netbooks, la puesta en órbita de satélites geoestacionarios, o el programa para acceder a la tercera central nuclear.

Se entiende que todo eso parezca una gilada para las corporaciones, pero que ciertos sectores de la vanguardia progresista, y las columnas marxistas-leninistas, y los revolucionarios de todo pelaje y color queden encandilados con los fardos de billetes que le encontraron al crápula del convento, parece un exceso y ese exceso resulta muy funcional al macrismo en el poder.

Estos analistas meterían presos a Fidel y a Raúl Castro por no vivir en una pensión de La Habana Vieja pisando cucarachas y sin ventilador.

Hay un nivel de análisis que roza con el delirium tremens. «Lo que se considera avances no han sido más que política de reconstrucción hegemónica del poder fáctico, que es el poder burgués. Políticas que tienen su origen y todavía desarrollo en otros países capitalistas y que nunca han llegado a dar un carácter de igualdad ni redistribución sino de consenso en algunos momentos de situación económica, es decir transitorias».

Como tal descripción desnuda un desprecio casi absoluto por el sujeto beneficiario de esas políticas «reformistas», los implacables revolucionarios apelan a este tipo de solución balsámica: «Por supuesto que no se puede despreciar ninguna concesión a los trabajadores y los pobres, pero eso no santifica a ningún gobierno que asegura y reproduce la desigualdad estructural como la del capitalismo humano».

¿El fin del peronismo-kirchnerista?

Un dedo no tapa el sol y no hay gobierno exento de corrupción. En ese marco, en el de un sistema que lleva en sí la marca de la corrupción en el orillo, y por lo menos hasta que la relación de fuerzas alcance para cambiarlo y hacer que ese cambio sea sustentable, lo que debería ponderarse es la política que va a contramano de la inercia que el capitalismo salvaje le impone a la institucionalidad, y eso es lo que ha venido ocurriendo hasta diciembre pasado.

El campo nacional y popular pareciera que debería profundizar ese camino, con menos crápulas o, mejor, sin ellos, pero también poniendo en su lugar a los moralistas que se asustan y se tiran del carro cuando ven dos calzones sucios. Sin bajar los carteles por prejuicios honestistas que nada tienen en común con la política ni con las grandes mayorías, que suelen tener las narices bastante menos delicadas que algunos iluminados.

Para el campo oligárquico, por el contrario, la cuestión pasaría por sepultar al kirchnerismo, o al peronismo, luego de detectarse, según lo indican las fuentes informativas, que un importante ex funcionario pretendía esconder mucho dinero y un arma en un convento.

En ese marco, con esa misión, algunos que por izquierda tienen un problema con el kirchnerismo, que en el fondo lo tienen con el peronismo, que quieren la revolución socialista, funcione o no, que quieren que el proletariado se imponga por las armas en dictadura reparadora, terminan siendo funcionales al neoliberalismo.

El peronismo, con más modestia, se apoya en los avances lentos que la Historia va dando para que los pueblos se liberen de los yugos de la opresión. Mientras algunos se ofenden fácil ante la criminalidad inherente a la política, los peronistas saben que cada esquina está poblada de miserables. Que en cada familia, incluso, puede haber un garca, y que eso no transforma en garca a toda la familia

Mientras algunos iluminados vanguardistas esperan que lleguen las armas para el pueblo alzado, el peronista vela en vigilia para que las ollas estén llenas cada noche helada de invierno. No piensa en la toma del Palacio de Invierno, busca que de junio a septiembre haya cuchas suficientes para todos y todas

Y tal vez sea ese el motivo por el cual tantas veces se lo ha decretado muerto al peronismo, y tantas veces haya resucitado de entre los escombros de los bombardeos, de los albañales de fusilamientos en las sombras, de los chupaderos donde «honestos guerreros» torturaban a sus prisioneros y robaban los recién nacidos a las parturientas.

Está todo bien, los honestistas son dueños de pensar que la revolución no contiene tantas impurezas. Eso no les da derecho a patear las ollas que el peronismo llena porque unos cuantos forajidos andan robando a lo grande en nombre de la justicia. Las ollas siempre llenas, el pueblo sin hambre, porque algunos tal vez prefieran que falte el pan pero no las balas, y esa postura es la que explica la condición de minoría que ostenta la izquierda marxista, en general, desde hace un siglo.

Las familias Macri y Wherthein, como beneficiarias de la obra pública kirchnerista, Cristóbal López, Lázaro Báez, Ricardo Jaime, José López, no parecen alcanzar para arrojar por la borda 12 años de conquistas sociales que pueden incluso calificarse de módicas, es cierto, pero que resultaron fruto de una voluntad política que no se quedó en la anécdota de esa nómina de indeseables.

Sin embargo, el gran pecado de todo movimiento nacional y popular es soslayar que esos tipos otorgan la excusa perfecta, configuran el pescado gordo que Héctor Magnetto y tantos estaban esperando, con distintos objetivos. Incluso si la ilícita asociación que conforman la corporación mediática, el partido judicial, los lacayos de la política y la servidumbre de inteligencia hubiesen urdido una cama al señor López, la reacción debe ser la que todo el kirchnerismo tuvo ante este episodio.

Los bloques de diputados nacionales y del Parlasur del Frente para la Victoria-PJ; el Movimiento Evita, La Cámpora y el Partido Justicialista salieron a condenar y repudiar cualquier acto de corrupción, sea del color que fuere.

Tal actitud contrasta claramente con el abroquelamiento absoluto en torno del presidente Macri de la UCR y el PRO-Cambiemos, con el silencio cómplice del socialismo y Progresistas, ante las revelaciones de cuentas no declaradas en el marco de la investigación de los Panama Papers.

Habrá que ver qué construyen con este hallazgo, qué propuesta superadora elaborarán la derecha infame y la izquierda boba a partir de este suceso tan esperado por los crápulas de siempre. Los mismos que decían que Daniel Scioli y Macri eran lo mismo, y lo siguen sosteniendo.

La revitalización del peronismo del siglo XXI parece depender más de reconstruir la sintonía que tuvo con las grandes mayorías despreciadas y expoliadas por el neoliberalismo, y aún mantiene con parte de ellas, que por salir a demostrar que es más honesto que el macrismo. Ésa es una batalla que propone el enemigo del Pueblo. Comprar esa dicotomía puede derivar en la conformación de una especie de remedo de lo que fue el Peronismo Renovador en los 80, luego de la derrota a manos del alfonsinismo. Y todo el mundo sabe cómo terminó aquella experiencia: con Carlos Menem presidente.

El verdadero botín

¿Cuántos funcionarios integran el Poder Ejecutivo nacional? Alrededor de 9 mil. Un solo chorro es suficiente para ejercer la indignación, pero que de todos ellos haya dos tipos condenados en primera instancia, Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, y ahora salga a la luz este revoleador de bolsas sobre medianeras, y que eso alcance para poner en debate doce años de políticas públicas que beneficiaron a las grandes mayorías, y que quienes quieren elevar el índice de la moral sean quienes hoy legislan la impunidad para contratistas de obra pública y familiares de ex funcionarios y también los actuales, parece demasiado.

Los que intentan sacar provecho del suceso de General Rodríguez y se indignan ante «la corrupción K», lo que buscan es desacreditar lo mejor de lo hecho en los últimos doce años. Los miles de millones que se invirtieron en la AUH, el Plan ProCrear, la repatriación de científicos, el programa Arsat, el programa nuclear, el 6,7 por ciento del PBI para Educación, la creación de 13 nuevas universidades nacionales, el impulso a las investigaciones por crímenes de lesa humanidad, que ayudó a lograr la condena de más de 322 criminales; el programa Conectar Igualdad, que entregó más de 4 millones de netbooks; el Plan Crecer, Fútbol para Todos, el Renatea con capacidad de inspección, ese es el verdadero botín que deberíamos cuidar entre todos. Porque los «honestos» neoliberales piensan que esos miles de millones les pertenecen a ellos, y los están recuperando a velocidad supersónica.

Fuente: El Eslabón

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2 Lectores

  1. Maria Elena de la Torre

    20/06/2016 en 8:43

    Excelente nota

    Responder

    • Horacio Çaró

      20/06/2016 en 8:55

      Gracias, María Elena. Un saludo afectuoso.

      Responder

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