Foto: Camilo Postiglione
Elenco: Gissela Gastin, David Delena, Miranda Postiglione y Germán Lucatti.| Foto: Camilo Postiglione

Una obra que combina un clásico del teatro como Ubú Rey con comentarios de lectores del diario La Capital recopilados a partir del linchamiento del joven David Moreira. Un caldo de violencias en donde anida el huevo de la serpiente.

Miren, miren, cómo gira la máquina.
Miren, miren, cómo saltan los sesos.
Miren, miren, cómo tiembla el rentista.
¡Cuernos en el culo! ¡Viva el Padre Ubú!

Alfred Jarry, Ubú Cornudo, 1900.

“Ubú regresa a su casa, deseando distenderse, pero antes de llegar le rayan el auto. La cena será el lugar donde Ubú se desahogará y podrá desplegar su fantasía de estar al mando de esta sociedad por una sola noche. Desde la queja banal hasta las acciones más atroces, tienen el objetivo de destruir el Estado de Derecho, e instalar un despotismo sangriento”. Así se presenta La Clase Mierdra. Versión teatral de una catarsis de clase, ópera prima del dramaturgo rosarino Pablo Tendela que durante los meses de mayo y junio se presentó a sala llena en el Centro de Estudios Teatrales, en San Juan 842, y que este sábado 25 de junio, a las 22, presentará su última función del primer semestre.

La Clase Mierdra es un collage donde convergen la obra clásica de Alfred Jarry, Ubú Rey, estrenada el 10 de diciembre de 1896 en París, con una selección de comentarios escupidos por lectores de la versión electrónica de La Capital, recopilados e incorporados al guión por Tendela, entre 2014 y 2015, tras el linchamiento de David Moreira en barrio Azcuénaga.

Comentario 1

Hacia mediados de la primera década del siglo XXI, la mayoría de los periódicos con presencia online ya permitían a sus lectores comentar debajo de las noticias y los artículos. En esa decisión jugaron varios factores, aunque no necesariamente todos a la vez: el deseo de no perder pisada frente a las redes sociales 2.0, la fidelización de la masa de lectores, la intención de convertir a los diarios en espacios de debate, las posibilidades de operaciones mediáticas y políticas que ofrecía ese nuevo tipo de conversación constante. Rápidamente, el comentarismo periodístico se convirtió en una suerte de género literario en sí mismo, en el que existen intercambios y argumentaciones pero donde suele primar la agresión, la soberbia, la lectura reduccionista, monocausal, y el chiste.

Comentario 2

En el 2005 estaba leyendo un blog. Era una nota sobre la política de las organizaciones autónomas. La había escrito un amigo. Curioso por las repercusiones que podía haber tenido el texto, cuando terminé scrolleé para ver los comentarios. No había muchos, tal vez unos quince, pero recuerdo que un nombre de usuario se repetía: “armandobardo”. Los comentarios de “armandobardo” se limitaban a insultar, agredir y amenazar de muerte a todos esos militantes y zurdos, que a su criterio no sólo eran drogadictos, terroristas y/o vagos (primera falacia) sino que merecían ser aniquilados por eso (segunda falacia). Sólo una persona había contestado a esa amalgama venenosa, invitándolo a pelear, y dándole para eso una dirección concreta donde encontrarse, pero “armandobardo”, aún si con mucha virulencia, había respondido con evasivas, de las que se deducía que no iría a la pelea. “El anonimato permite decir cualquier barbaridad, funciona como escudo de impunidad para los violentos cobardes. Nadie diría algo así si se viera obligado a poner su nombre y apellido”, pensé.

Comentario 3

Hacia 2011, mi hipótesis sobre el anonimato y la impunidad se reveló equivocada. Montados sobre la explosión demográfica de Facebook, los comentaristas periodísticos comenzaron a loguearse con sus cuentas en la red. Razón por la cual, no todos pero sí muchísimos comenzaron a firmar con los nombres que sus padres les pusieron y el Estado había aprobado. Y firmaban cosas espantosas: todas las formas del racismo, la homofobia, el patoteo, el sabelotodismo, eran convocadas a un festival del posteo linchador. Porque si uno las leía como serie podría haber concluido que el linchamiento se repite, como si dijéramos, dos veces: la primera como posteo y la segunda como tragedia. Con nombre y apellido, “la gente andaba diciendo” no sólo frases simpáticas por tiernas o absurdas, sino balas verbales de grueso calibre que parecían haber sido desenterradas de algún lugar oscuro, donde tal vez el fin de la dictadura, el movimiento por los derechos humanos o la crisis del 2001 habían obligado a esconderlas.

Comentario 4

David Moreira entró al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, el sábado 22 de marzo de 2014, como consecuencia de la paliza recibida de varios vecinos del barrio Azcuénaga. En esa paliza no hubo sólo cuerpos golpeando otro cuerpo: llegaron a pasarle por arriba una moto y a machacarle la cabeza con la puerta de un auto, en una reedición vernácula y actual de los espectáculos del sufrimiento ejemplar que pueden leerse en crónicas americanas y europeas de los siglos XIX y XX y en las que narran los modos de impartir justicia entre talibanes y el Estado Islámico. El martes 25 de marzo, los traumatismos y lesiones craneanas impusieron su letalidad y David Moreira murió. Su asesinato marcó un quiebre en la vida de la ciudad.

Comentario 5

En medio de ese quiebre, Pablo Tendela puso en marcha una operación de hemerotecología en tiempo real, recopilando los comentarios que iban apareciendo en las notas periodísticas dedicadas al asesinato de Moreira. Cuando el caso declinó, Tendela continuó su tarea, relevando nuevas notas, engordando un inventario de enunciados que se convertirían en la materia prima del guión de La Clase Mierdra. Versión teatral de una catarsis de clase.

Comentario 6

Los comentarios son encarnados por dos parejas. Sabemos que ellos fueron rugbiers. Del pasado de ellas no se sabe nada. Luego de que a uno de ellos, Ubú, le rayaran el auto, los cuatro comparten una cena de sábado por la noche. Se entretienen a su modo: despliegan un incansable y eufórico proceso de afirmación no de la diferencia sino de la desigualdad: racismos, clasismos, securitismos, disciplinamientos feroces, nostalgias golpistas. No falta, más bien abunda, esa niña mimada de una buena parte del inconsciente político argentino: (la fantasía de) exterminio como modo único y efectivo de resolución de todos los conflictos sociales. En la obra, esa niña mimada se vuelve la posibilidad de encumbrar, bajo los acordes de la inolvidable Pellizca puercos de la banda Carmina Burana (canción que incluye versos del Ubú Rey de Alfred Jarry) a un Ubú modelado en el odio y en la idea militar/escolar/clerical/patriarcal de que la moral con la sangre entra. Y si no entra, pues que desaparezca el sujeto de la moral.

Comentario 7

Los escucho (escucho lo que Tendela leyó) y constato la avasallante relevancia del discurso securitista racializado en la configuración de la trama social argentina. ¿Viene de los medios? ¿Viene del público y los actores sociales? ¿Tienen importancia estas preguntas, planteadas así, dicotómicamente? Creo más importante partir de la imbricación mutua, de la contaminación, y preguntarse por sus condiciones. En ese punto, si hubo un tiempo en que “los medios hegemónicos” (mucho más unidireccionales que ahora) amplificaban y performaban un discurso del encuadramiento, la obediencia y el autocontrol en una sociedad de pleno empleo, ahora vehiculizan la intensificación de una cierta liberación de los deseos en una sociedad donde, smartphone en mano, la insistencia en una cultura del trabajo, patética por sacrificial, conecta, enloquecedoramente, con altos grados de precarización y con las cárceles del endeudamiento financiero.

De allí el odio. Porque, en definitiva, aquellos que imaginan que los otros no trabajan, y exigen que lo hagan, apuntalan su reclamo en dos elementos: el primero, la constatación de que ellos trabajan para ellos mismos y para otros (no los patrones, ni los bancos, ni nada de eso sino) para los que “no trabajan”; el segundo, un imaginario de futuro: que otros trabajen por ellos. El sacrificio propio o el sacrificio ajeno: esa es la única matriz a partir de la que piensan. No es casual que se llame sacrificio a la muerte de humanos ritualizada.

Comentario 8

Sobre el final, un monólogo maravilloso. El relato en primera persona de lo que yo llamaría, sin moralina ni juicios de valor a título personal, “la vida de mierda”, esa sedimentación de experiencias afectivas, laborales, urbanas que van provocando una mezcla de vacío y resentimiento. Un peligroso proceso de hiperindividualización que no reposa tanto en el amor por uno mismo cuanto en el odio por los demás. Allí, en ese caldo de violencias anida el huevo de la serpiente, la solución química de la que brota la subjetividad linchadora. Es en ese punto donde no acuerdo con el subtítulo de la obra (“una catarsis de clase”). No me convence. Si bien es cierto que para escribir un comentario en la red es necesario poder acceder material y educativamente a ella tanto como considerar que uno tiene derecho a “decir lo que piensa” (elementos no siempre socialmente presentes), por incómodo que resulte, el discurso del exterminio socialmente necesario, higienista, está lejos de pertenecer a una única clase: es un patrimonio más bien transversal. Y el gran desafío de la política no sólo está en resolver desigualdades crónicas sino también en volver imposible esas formas de vivir, pensar y sentir.

Ficha Técnica

Dramaturgia y dirección: Pablo Tendela
Asistente de dirección: Claudia Mariela Sánchez
Actores: Miranda Postiglione, Gissela Gastin, Germán Lucatti y David Delena
Música original: Blas Urruty
Iluminación: Pablo Tendela
Escenografía: Carlos Masinger
Vestuario: Claudia Mariela Sánchez
Diseño gráfico: Javier García Alfaro

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