Mario Gluck es docente-investigador en Historia y doctor de la Universidad Nacional de Rosario, y ha sido director del Monumento a la Bandera. Con racionalidad de especialista, va hilvanando ideas sobre los orígenes de ese sitio emblemático y sobre la conmemoración del Día de la Bandera. Sus dichos resultan interesantes para pensar que lo ocurrido el 20 de junio pasado no se puede analizar escindido de nuestra historia, que es dudoso imaginar una acto patriótico por fuera de lo político y que, a pesar de estos tiempos de relaciones virtuales, el espacio público sigue siendo un escenario fundamental en las disputas por el poder.

“El Monumento es el lugar donde se conmemora el izamiento por primera vez de la bandera, que no era la nacional, porque en ese momento no estaba tan definido si iba a serlo o no, ni estaba claro si íbamos a ser un país independiente o a tener un nuevo contrato colonial con España u otra monarquía”, dice Gluck sobre un hecho que –según sostiene– no tuvo demasiada trascendencia para sus contemporáneos hasta que medio siglo después en Rosario se planteó la primera posibilidad de erigir un monumento en el lugar de los hechos, lo que “tiene que ver con la búsqueda de algunas élites del interior de incorporarse a la historia nacional, muy centrada en Buenos Aires”.

Para Gluck, también fueron los sectores más favorecidos de la sociedad quienes tuvieron la iniciativa de transformar en feriado el 20 de junio. “Fue una demanda de un sector de la burguesía local, que planteó en la década de 1930 la necesidad de hacer un feriado que conmemorara el Día de la Bandera; y que, al mismo tiempo, se construyera un monumento”, explica, y resalta que esos promotores tuvieron el acompañamiento de sectores conservadores bonaerenses, que “querían evitar que lo que ellos llamaban «el sucio trapo rojo», la bandera comunista, flameara en lugar de la argentina”.

Más allá de esas motivaciones, Gluck cuenta que cuando se piensa en la concreción del monumento, Alfredo Guido lo concibe “como una plaza o como un patio público, no sólo para cuestiones formales como podía ser un acto patriótico sino también para que circulara la gente”.

Tal vez, en ese momento y sin imaginar lo que ocurriría a lo largo de los años, Guido abrió el juego a las diferentes apropiaciones por parte de la sociedad, no exentas de tensiones –a veces muy fuertes, como se ha visto–, que han convertido a ese sitio en algo más que el mero escenario de un acto anual con fuerte impronta castrense, como lo fue durante sus primeras décadas.

En ese sentido, Gluck resalta un hito: el cierre de la campaña presidencial de Raúl Alfonsín en 1983. “Fue una apropiación muy distinta a las que había habitualmente en el Monumento y que eran más formales: jura de la bandera de los soldados, promesas de los escolares y punto. Alfonsín lo instauró como un sitio donde se podía hacer un final de campaña electoral, lo politizó en ese sentido”, recuerda y subraya que, luego, esos nuevos usos se fueron acentuando: “En el 87, cuando fue lo de Semana Santa, al primer lugar que se fue en Rosario fue al Monumento. Hubo miles de movilizaciones, algunas oficiales y otras no tan oficiales que se hicieron allí. Salvando diferencias e instancias, funciona como la plaza de Mayo en Buenos Aires. Hay manifestaciones de gente que va contenta a festejar que Argentina ganó un mundial o que uno de los clubes de Rosario obtuvo un campeonato, y lo hace como una demanda fuerte: «Hay que ir al Monumento»”.

Para el historiador, “son interesantes ese tipo de apropiaciones, que son independientes de la formal como la conmemoración de la bandera”.

—En ese sentido, este 20 de junio mostró un contraste entre la pretensión del acto formal y la intención de expresar un estado de opinión, una queja…

—Sí, lo que pasa es que parece ser que el gobierno intentó separar las dos cosas: acá está el acto formal y si hay acto político, que esté lo más lejos posible. Esto diciéndolo en un sentido hasta benévolo. El problema es que, en realidad, y la expresión es lo que terminó haciendo el propio Macri, eso es casi imposible dividir. Si estuviéramos en 1977, 1978, donde la política estaba totalmente clausurada, se puede pensar en el acto patriótico puro. De todos modos, un acto patriótico es también un acto político. Como decía sobre el origen del 20 de junio: gente que decía ser apolítica, pero eran conservadores que no querían que flameara el “trapo rojo”.

—Los últimos 20 de junio tuvieron un contenido político y hasta cierta cuestión plebiscitaria, que era más propia de la liturgia peronista, ese ida y vuelta con la gente; y en este acto la idea fue separarse de la gente, de ese de intercambio…

—Sí, aparentemente, la idea fue esa. Yo no sé si los anteriores eran tan plebiscitarios. Creo que Perón fue el último plebiscitario. No lo pudieron reproducir ni Néstor Kirchner ni Cristina Kirchner. Han hecho cosas, pero no creo que hayan sido tan plebiscitarios como Perón en esa plaza que le decía y demandaba cosas, y él respondía. Eso no existió más. Si existió, fue mucho más controlado. En 2013, cuando era director del Monumento, estuve en un acto de Cristina. Se armó una especie de corralito donde había gente que estaba para aplaudir, con todo respeto de esa gente porque eran militantes. Estaban para decirle “todo bien” a Cristina; o sea, que muy plebiscitario eso no fue.

Hay varias cosas del gobierno de los Kirchner, que tienen sus ambigüedades, sus complejidades. Recuerdo el Bicentenario de 2010. Fue revolucionario en cuanto acto patriótico, pero en un sentido político muy amplio y no necesariamente cerrado y sesgado a ese gobierno. Cambió la forma de hacer un acto y las repercusiones fueron importantes. Puso a un grupo como Fuerza bruta haciendo un relato, mientras iba recorriendo un desfile de militares, que ya era vetusto en un montón de sentidos. Hubo varios elementos que cambiaron muchas cosas, como cantar y tocar el himno de otra manera. Pero más de una vez se ha jugado a hablar solo a los propios seguidores, a convencer a los convencidos y ahí es donde, para mí, en parte se generó la separación de mucha gente que podía estar cerca desde el punto de vista político. Pero eso es otra cuestión.

—Por ahí, la idea de plebiscitaria me surgió por el debate que trató de instalar Cristina con eso de no celebrar la muerte de los próceres y de mostrarlos como jóvenes. También hay una cuestión que hoy extrañamos quienes hemos ido a esos actos: las fuerzas armadas hacían actividades didácticas con los chicos, estaba Paka Paka…

—Es cierto. Otro de los hallazgos del anterior 20 de junio fue toda esa movida de alrededor, que estaba muy buena para ir con los chicos. Realmente, era otra cosa. Yo me refería estrictamente al que fue uno de los peores, el de 2013, hubo gente que quedó afuera de ese entorno que estaba ahí pegado a Cristina y se fue.

En cambio, el Bicentenario fue otra cosa. Aparte de toda la cuestión artística, hubo debate, discusión. Era interesante, más allá de que uno estuviera de acuerdo o no con la postura política; y lo que se hizo ese 20 de junio (de 2015) fue en sintonía con lo del Bicentenario.

Ahora, ¿qué pasa?, este gobierno juega a despegarse totalmente de todo lo que tenga que ver con lo que ellos pueden llamar populismo; aunque tampoco pudieron, quisieron o no se les ocurrió la idea de hacer un acto más tradicional, porque podían haber hecho un desfile militar, pero no lo hicieron.

—Si la memoria no me falla, el que rompe con los desfiles militares es Menem. Recuerdo algunos que le criticaban que había hecho “desfilar a tipos con pollos y las gallinas”.

—Totalmente. Hay ciertas cosas que son difíciles de decir, porque te toman como que vos estás apoyando tal cosa; pero el que le puso el moño a terminar con el militarismo en la Argentina fue Menem en un montón de cuestiones, como quitarles presupuesto y eliminar el servicio militar obligatorio, pero también lo hizo desde lo simbólico. Alfonsín todavía tenía un poder militar fuerte, debía respetar cierto ceremonial, cierto protocolo. Menem pudo romper con eso. De hecho, rompió con muchas otras cosas.

Ahí, empezó a cambiar y con Néstor y Cristina comenzó a darse otra vuelta de tuerca, que ahora es como que se truncó; porque el 25 de mayo de 2010 para mí fue una revalorización de los actos patrióticos, que en mi opinión deben ser ecuménicos e incluir toda la diversidad posible. No fue lo que pasó este 20 de junio. No incluyó ninguna diversidad. Fue un acto del gobierno nacional.

—Por lo visto, si nos metemos con el Monumento nos metemos con la historia y con la política…

—Sí, es imposible no hacerlo. Por eso, decía de las apropiaciones del Monumento. Se inauguró en el 57 con la Libertadora, pero después la sociedad civil fue generándole otros contenidos.

—De última, también se está mostrando que el espacio público sigue siendo relevante como lugar de disputa del poder.

—Eso está clarísimo.

Fuente: El Eslabón

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