Foto: Franco Trovato Fuoco.
Foto: Franco Trovato Fuoco.

Todo lo que rodeó al acto organizado por Mauricio Macri y su equipo para el Día de la Bandera fue provocativo, en el peor de los sentidos. La protesta social que lo aguardaba y la represión ulterior fueron infames consecuencias de un episodio infamante. Pero así como mereció repudios, también cosechó una extendida mirada indulgente hacia los modos, decires y actuares del macrismo. Desde la justificación de la valla y el garrote, ese punto de vista resulta tan vasto como vacío de política, rayano con la sociopatía de masas.

Las redes sociales no son un pulso del todo confiable para medir ni la llamada opinión pública, ni el sentido común promedio. Pero las opiniones allí publicadas, sumadas a los comentarios que ofrecen los medios de comunicación electrónicos, en muchos casos conscientes de promover o incentivar el odio colectivo, representan un interesante universo para observar.

«Los actos patrios no son para ir hacer protestas. Si supieran respetar no tendrían que vallar ni tener que contenerlos para que no hagan bardo. Piden respeto y son los primeros en faltarlo. ¡No tienen cara!». El usuario de facebook no consideró en clave negativa ni el cerco perimetral que Macri mandó a ejecutar a la Intendencia rosarina, ni el carácter elitista de selección e ingreso de los niños, padres y docentes al Patio Cívico del Monumento a la Bandera.

La escisión surge natural: un acto patriótico no puede convivir con una jornada de protesta, su simultaneidad conspira contra un respeto que, al ser interpelado, automáticamente neutraliza o aniquila todo merecimiento de otro respeto. Ese mecanismo le hace una gambeta impensada a otro jugador que está en esa cancha: no hay un derecho en juego, se trata del intercambio de golpes entre dos respetos, y eso gira en el vacío. No resiste siquiera la más bienintencionada de las discusiones.

Premisas que hace siete meses no cundían en el mismo segmento social hoy son diseminadas a lo largo y ancho de facebook, twitter,instagram y los mencionados espacios de opinión en la web informativa.

Muchos de los razonamientos o impulsos publicados en las redes, cuando no se trata de comentarios de trolls, parecen signados por la ausencia del elemento constitutivo de la confrontación asimétrica. Un individuo puede cobijar en su ideario puntos en común con el macrismo en toda su puesta en escena. La estética, la discursiva, la simbólica, y hasta puede adherir a las más crueles aristas de ese modus operandi público: si joden, los cagamos a palos.

Pero están quienes le dan un comino de relevancia al derecho a la protesta pero no lo ignoran como parte del juego. «Vos tenés derecho a protestar, pero eso te puede costar que te repriman, vos elegís», sería el razonamiento.

Pero parece más masiva la idea de que no se puede pedir respeto faltándolo, y menos ante una autoridad, y en una fecha rodeada de tradición y sacralidad simbólicas. «Era la celebración de la Bandera, no era para hacer un acto político. Al no corresponder, se los invita a retirarse, y al no hacerlo, se sabe que van a reprimir. Cómo les duele haber defendido a los ladrones kirchneristas, y quieren armar despelotes en todos lados. Asúmanlo, defendieron a ladrones y no lo pueden digerir».

En esa misma dirección, pero con más insumos informativos, se justifican reacción y represión: «Los gendarmes y policías no tienen por qué aguantar que los insulten, les peguen, los escupan… Porque si la gente va a hacer quilombo que se la aguante, nadie los manda a hacer quilombo. Fíjense en Marcos Kleri, encabezando el quilombo, que se aguanten, perdieron, ya es hora que lo acepten».

Como remate, quizás, de la descalificación como actor político de determinado sector, se pudo leer: «Por lo que sé fue una movida K, hasta están diciendo que le pegaron a un concejal K, qué más se puede decir». Esta usuaria deja claro que «K», sea cual fuere el significado que le dé, garpa cero dracma, descree que se lo reprima a un concejal, y eso le parece suficiente incluso para cancelar la crítica.

Cuna de voces, insultos y alaridos

Tienta reproducir varias expresiones, impresiones, opiniones y desmesurados alaridos virtuales uno detrás de otro para dimensionar diversos componentes que aparecen integrados en ellos (cierta mejora en la sintaxis, la puntuación y los tildes son producto de la edición): «Kike Kámpora, ¿la ley antiterrorista no la aprobó Cristina?».

«¡¡¡Patético!!! Así están actuando los Políticos en todas las Provincias. ¡¡¡POBRES DE NOSOTROS los ciudadanos comunes y los Trabajadores!!!».

«Cuando venía Cristina, ¿se acercaban todos los que querían? Ah no, cierto, sólo los aplaudidores… ¿Sabrán todos los que comentan cómo fue la dictadura o se la contaron?».

Impactante, ¿no? Pero es preciso hacerse esa pregunta no en tono burlón o peyorativo. Hay que interrogarse seriamente respecto de los orígenes de esos diversos modelos de razonamiento, la génesis de algunas articulaciones, la raíz de muchos prejuicios contenidos en esas cortas frases.

«Eso es porque Cristina, entre tantos desplantes, estuvo el del Día de la Bandera. Nunca asistió, porque una vez silbaron a Néstor y ella no se los perdonó a los rosarinos. Los detestaba». Es curiosa la nula historicidad de la crítica, tanto como la falta de respuestas en ese sentido de parte de quienes sí opinaban a favor de los reclamos de la Multisectorial contra el Tarifazo y recriminaban el accionar de Gendarmería.

Otra reflexión muy difundida es que el episodio represivo se trató de una confrontación de «Pueblo contra pueblo…», como dando el mismo carácter a los que dieron la orden a la fuerza federal de seguridad de golpear a los manifestantes, que los dirigentes, comerciantes, pequeños empresarios y militantes que se expresaron en contra de las políticas de Cambiemos.

Con los chicos sí

A la hora de ponderar lo que a todas luces fue una clara muestra de la más ramplona manipulación de masas, con el agravante de que esas masas estaban constituidas por pequeños alumnos de la escuela primaria, también se percibe un gran número de opiniones indulgentes. «Demasiado. No les hizo decir ¡heil Hitler!», sopesó un muchachuelo que en su casa debe haber repetido, haciendo coro a las blancas palomitas, eso de «¡Sí, se puede!», que el presidente Macri instó a exclamar.

Con otro enfoque, en este caso pugnando por preservar a los párvulos de males mayores, alguien planteó: «¡Ay, Dios! ¡Dejen de perderse en gansadas! ¿No ven que atraparon a Pérez Corradi?».

A mitad de un río seco de ideas pero plagado de prejuicios, alguien se apiadó de los pibitos –»Lo del «Sí, se Puede» fue una estupidez–, pero acto seguido remata: «Lo de hacer marchas en un día patrio, también…».

Acaso el ejemplo de un discurso más acabadamente político, con cierto sesgo argumental, contenido partidario, pero imposibilitado de eludir la tentación de invalidar la diversidad se puede avisorar en esta intervención: «Me parece un poco exagerado tomar el «Sí se puede» como un canto partidario. Un canto partidario sería «Viva Perón» u otro parecido. Yo lo tomé como una incitación a trabajar todos juntos para lograr la «Pobreza cero», que la queremos todos, no un partido. Y a todos los que lo califican de fascista y todos esos extremos, sepan que yo escribí cinco cartas, dos a Néstor y tres a Cristina sobre un tema en particular que afecta a todos los argentinos. Y no obtuve respuesta. En diciembre le escribí a Macri y ya tuve una entrevista con la jefa de Gabinete de Desarrollo Social, y vino a mi casa una comisión, para profundizar la información y buscar una solución. Veremos si llegamos a buen puerto, pero la actitud es el día y la noche».

Es soslayada la ostensible distancia entre el caso particular y la respuesta a demandas colectivas de décadas. El derecho a una reparación abstracta, la suya, no explicitada –por pudor o lo que sea–, es equiparado a la restitución y ampliación de derechos a las grandes mayorías.

Pero la comparación entre ambas consignas de neto corte partidario, una de ellas recientemente utilizada en la campaña como un leit motiv en cada acto proselitista, la otra con una tradición de más de 70 años, bendiciendo a la primera de una falsa inocuidad y a la otra de un interés poco menos que espurio, es el costado más cuestionable del enunciado. Es exagerado juzgar la intencionalidad aviesa del presidente de instar a los chicos (previo ensayo) a exclamar «¡Sí, se Puede!». Eso, si lo hubiese intentado hacer alguien cambiando la frase por un «¡Viva Perón!», le hubiera dado una connotación negativa. Tan inaceptable como naturalizada por el autor, esa lógica no es privativa de un pequeño segmento de la sociedad.

Grietas en la bandera de la Patria mía

Otro punto de apoyo para la justificación del dispositivo elitista, impopular y represivo del diseño de celebración macrista del Día de la Bandera lo dieron quienes cada tanto reciclan el concepto de «grieta», pero redireccionándolo hacia geografías difusas en un planisferio de agua.

Intentando ejercer el humor, un usuario de una red social blandió esto: «Último momento… Cómo te duele la grieta…». Ingenioso, pero huérfano de la esencial carnadura que necesitan los postulados. ¿Le duele la grieta al que es despedido, al que no puede afrontar los tarifazos, al que se ve obligado a cerrar las puertas de su pequeño comercio? Sí, claro, y eso sólo bastaría para explicar la protesta y hacerla incuestionable. No es el caso de un sector importante de la comunidad, que sólo ve en los movimientos contestatarios una señal de resentimiento ante la pérdida de presuntos privilegios.

«Éstos son los que nos estuvieron gobernando, los que nos vienen a hablar de democracia, igualdad, inclusión, tolerancia y respeto». En realidad, quienes durante más de una década insistieron en reclamar modos institucionales democráticos al kirchnerismo fueron ellos. Ahora cuando tienen la oportunidad de dar el ejemplo, cuando pueden confrontar un estilo de gobierno con otro, se pavonean haciendo lo que hacía despreciable al otro, pero sin darle el derecho de pedir lo que ellos demandaban.

No hay posibilidad de reparar grieta alguna de ese modo, y en tal caso el estado natural, si eso fuera posible, de una democracia, es la línea divisoria entre los que someten y los sometidos, entre quienes quieren quedarse con todo y quienes luchan para que haya mayores niveles de igualdad.

El último 20 de junio fue una perfecta demostración a escala de acto público de lo que es el modelo corporativo del macrismo. Para unos pocos, sin alternativas ni diálogo que ablanden ese rígido esquema, con la peor de las prácticas manipulatorias de masas, y con la represión ante la protesta que desafió ese escenario.

Cuánto será el costo político a pagar por Macri y su gobierno es difícil de establecer. Si se usara como termómetro las opiniones vertidas por buena parte del público de las redes sociales, que se replica en muchos sectores que no pululan por la web, por ahora la sigue sacando barata.

Quienes deberían tomar nota de esos discursos son quienes están batallando desde la oposición en el marco de la llamada batalla cultural. Si no se está perdiendo, lo que aparece a la vista es un empate. Y se sabe que en política no se empata, porque con el marcador igualado, gana el que gobierna.

Fuente: El Eslabón

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