De regreso a la Argentina luego de 45 años, el actor, cantautor, y dramaturgo recorre su propia vida en el musical Memorias de un Juglar, con funciones en La Nave (San Lorenzo 1383), los domingos a las 19.

Después de haber presentado su versión de El Viejo y el Mar, Pluto, e Ixquic, entre otros trabajos teatrales, Rubén Pagura instalado en Rosario tras casi medio siglo de ausencia realiza un intenso recorrido a puro realismo y magia, a partir del instante preciso que se enfrenta con el público. Un relato actoral que surge en la ciudad, que cobijó a su familia allá por la década del 60, y que representa los agitados días y sus noches de la dictadura de Onganía, en los que ser adolescente (y músico) era sinónimo de subversión. Pagura recorre parte de su vida. Como la encendida vivencia de los comienzos del rock en castellano, a través del pulso de Los Gatos y Moris, a la cabeza. La relación con su madre, y su padre, el obispo ecuménico Federico Pagura, que fuera un emblema en la defensa de los derechos humanos.

El amor prohibido de Rosy, la hija de un capitán del ejército; y las experiencias que le tocó vivir a pulso de los procesos de liberación que se llevaron a cabo en las décadas del 60 y 70 en Sudamérica, y Centroamérica, donde el autor recaló por más de cuatro décadas (más precisamente en Costa Rica), son algunos de las pasajes que Pagura transita en el escenario con su guitarra y su valija, vestido con ropa clara y alpargatas.

El artista despliega una gama de máscaras orgánicas y recursos actorales capaces de contar una historia de forma cronológica logrando precisos saltos, vuelos y giros inesperados, que regresarán a instantes únicos como los que compartió con un grupo de actores exiliados en Costa Rica, y su presentación en los escenarios nicaragüenses, en los albores de la revolución sandinista. O las canciones que interpreta entre tablas recordando su relación con cantautores como Víctor Jara y Violeta Parra, y composiciones propias surgidas de su experiencia como parte del movimiento de la nueva canción costarricense en 1974, narrando procesos históricos de su “Patria Grande”. Y el encuentro recurrente con una monja tercermundista, cristiana y revolucionaria que le repite a cada paso: “Hay tanto por hacer”.

Una historia de sueños y luchas que permite pensar la vida y la muerte en Latinoamérica, la política y el amor. Las dictaduras, el neoliberalismo, su experiencia en Costa Rica –el país que lo sedujo por no contar con fuerzas armadas, y resguardar la integridad de los perseguidos por cuestiones políticas–. Y su vuelta a Rosario y a sus más tiernos recuerdos, conforman el devenir de esta obra. Pagura relata, canta sus verdades; y representa alternando en primera persona a los otros y así mismo, con un realismo conmovedor y fantástico, transmitiendo sensaciones y emociones de ayer y de hoy.

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