Enfrentando los ataques de los realistas y la codicia porteña, Belgrano quería evitar el desmembramiento del territorio en pequeños países.

“Extravagante en la forma e irrealizable en los medios. Tenía su razón de ser en la imaginación y no en los hechos, que a veces gobierna a los pueblos más que el juicio”, dice Bartolomé Buitre Mitre al descalificar la propuesta de Belgrano al Congreso de Tucumán, para implementar una monarquía incaica.

Sí, la iniciativa de don Manuel creó una histórica polémica, como las que suele impulsar la historia oficial para tapar cuestiones esenciales que aportan a comprender el pasado que encaminó al presente.

Por eso conviene repensar el contexto histórico de ese momento. “La paradoja del congreso de Tucumán fue que sus integrantes eran notablemente más conservadores, a tono con lo que ocurría en todos lados en 1816, que sus predecesores revolucionarios, pero fueron los que terminaron dando el paso independentista”, dice Gabriel Di Meglio en 1816, la trama de la independencia.

En ese marco, aquello que fue lema del congreso: “El fin de la revolución, principio del orden”, se desplegó entre los congresales en procura de un gobierno fuerte, que uniera a la fuerza de acuerdo a los intereses de Buenos Aires.

En tanto, en el panorama internacional: “El ciclo revolucionario que empezó en la década de 1770 en Europa tiene un momento crucial que es 1789, con la Revolución Francesa. Después dio lugar a Napoleón como heredero y, tras su derrota en 1815, las potencias europeas se proponen volver a la situación previa. O sea, anular la revolución”, indica Di Meglio.

En Europa, el Congreso de Viena crea la Santa Alianza, desde octubre de 1814 a junio de 1815, entre banquetes, bailes y amables tertulias del más rancio espíritu conservador de la nobleza. “Rusia, Prusia y Austria –indica Di Meglio– con apoyo británico en ese momento, español y sueco, dicen que cualquier gobierno surgido de revoluciones debe ser destruido”.

“Monarquizarlo todo”

Ese momento, tan noble y monárquico, llevó a que Belgrano, al regresar de Europa y participar del Congreso de Tucumán, recomendará –al igual que exigía San Martín– que se declarara pronto la independencia. Don Manuel advertía que «si la revolución había merecido en un principio simpatías de las naciones europeas por su marcha majestuosa, en el día y debido a su declinación en el desorden y la anarquía, ahora sólo podemos contar con nuestras propias fuerzas», según indica Alberdi en Memorias de Belgrano, y agrega: “Las ideas republicanas ya no tenían predicamento en Europa y ahora se trataba de monarquizarlo todo, siendo preferida la forma monárquica-constitucional a la manera inglesa; y que la forma de gobierno conveniente era la monarquía llamando a la dinastía de los incas”.

En tanto, la historiadora bonaerense Mara Espasande remarca que “la historiografía liberal presentó a los proyectos monárquicos en el Río de la Plata como meros intentos políticos de usurpación del poder de grupos reducidos, que no brindaban alternativas políticas concretas. Aparecen siempre caracterizados de atemporales y hasta ridículos”.

La investigadora resalta que “el proyecto más vapuleado fue el de la Monarquía Incaica”, presentado por Manuel Belgrano como absurdo y sin base real, pero advierte: “Cabe preguntarse por qué obtuvo el apoyo de la mayoría de los congresales de Tucumán y de gran parte de la población? ¿Por qué se dedicaron tantas sesiones del Congreso a debatir este tema?”.

Espasande, por otra parte, remarca que Belgrano indicaba entonces que “la monarquía atemperada es lo más conveniente”. Sostiene entonces que “la dinastía de los incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa tan inicuamente despojada del trono por una sangrienta revolución, que se evitaría para en lo sucesivo con esta declaración, y el entusiasmo general que se poseerían los habitantes del interior, con sólo la noticia de un paso para ellos tan lisonjero, y otras varias razones que expuso”.

La otra Patria Grande

La historiadora bonaerense sostiene que “el principal objetivo del proyecto era crear un gran Estado Americano, reconciliando la revolución porteña con Europa y principalmente con su ámbito americano, transformaría definitivamente la revolución municipal en un movimiento de vocación continental, brindando un proyecto económico, político y social alternativo al que establecían las clases portuarias. Por esto recibía gran apoyo popular”.

Por su parte, sobre esta teoría de la Patria Grande sustentada en una monarquía, el historiador rosarino Miguel de Marco (hijo) señala: “Ese era el pensamiento de Belgrano, el de Sudamérica como templo de la Libertad y la Independencia. La legitimidad, como teoría potable para una posible aceptación de las potencias monárquicas, es una explicación común, lo que es propio de Belgrano es que fuera un Inca. El creador de la Bandera tenía un pensamiento integrador inusual para su época”.

Mara Espasande también señala que “el investigador Pérez Amuchástegui sostuvo hace ya unos cuantos años que esa propuesta de Belgrano tenía una finalidad estratégica: captar los pueblos aborígenes de la región cordillerana para la revolución. No hay que olvidar que buena parte de los problemas de las campañas militares al norte tuvieron que ver con no contar con apoyo aborigen, y que San Martín aprovechaba esa situación para hacer circular información falsa entre los realistas a través de los pueblos aborígenes cuando planificaba la campaña de los Andes”, pero advierte: “Sin embargo, para Buenos Aires, la designación de un Inca como monarca, con la intención de generar un bloque único para consolidar la Independencia Americana, implicaba retroceder en los beneficios adquiridos desde el siglo XVIII que les había permitido su propia independencia, pero precisamente frente a las economías y puertos del Pacífico”.

Coronación del Inca

San Martín y Güemes respaldaron la iniciativa de Belgrano, quien también fue apoyado por el Congreso por aclamación, pero no por los dos tercios de los votos como era necesario. Años después, en 1846, Tomás Manuel de Anchorena, diputado bonaerense escribía sobre la postura de los representantes porteños: “Nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea”. Sucede que Belgrano también proponía que la capital de la nueva nación tenía que ser el Cuzco. Los porteños no pudieron tolerar la pérdida del centro del poder. En las dos concepciones, unos buscaban romper con España y comerciar libremente con Inglaterra, mediante sus servicios aduaneros; los otros querían frenar la explotación y la concentración del poder en Buenos Aires. Un tercer proyecto, el de los Pueblos Libres, tenía otra impronta revolucionaria que trastocaba el orden colonial y social en base a la equidad, la inclusión, la democratización y la organización federal y confederal, donde cada pueblo era independiente y se solidarizaba con los otros en una gran nación.

Por su parte, el historiador Milcíades Peña afirma que “la monarquía fue reaccionaria cuando la burguesía maduró lo suficiente y tuvo fuerzas para guiar a la nación a la conquista de la República democrática. Pero en una etapa anterior del desarrollo histórico la monarquía fue un importante paso hacia delante en la constitución de una nación moderna. América Latina, al salir de la colonia, se hallaba precisamente en este estado de disgregación”. “De haber prosperado los proyectos monarquistas –remarca– se hubieran logrado formar en América latina varios estados poderosos mucho más que las veinte republiquetas actuales. Lo cierto es que la unificación monárquica fracasó porque las fuerzas centrífugas contrarias han sido demasiado poderosas. Además Inglaterra, la potencia que tenía la última palabra, sabía que le convenía más veinte republiquetas que unas pocas monarquías”.

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Un comentario

  1. adhemarprincipiano

    18/08/2016 en 15:46

    Mas pronto que tarde, volvera el imperio INCA, emergiendo de las profundidades de la rebelion revolucionarias de los hombres ANARCO LIBERTARIOS. Muy bueno Alfredo lo suyo. CHAU

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