Foto: Manuel Costa
Foto: Manuel Costa

“Los primeros crímenes de lesa humanidad fueron contra pueblos indígenas”, dice Juan Chico, historiador qom. De visita en Rosario, dio cuenta de lo que significó sacar del olvido a la masacre de Napalpí y de los avances en la cuestión aborigen en la provincia del Chaco en la última década.

Juan Chico es investigador e historiador de la comunidad qom (toba) y junto a un equipo de colaboradores ha profundizado sobre la masacre de Napalpí, una de las matanzas más cruentas del siglo XX ocultada por la historia oficial durante décadas. “Los viejos nuestros no querían hablar de Napalpí”, relata. Nacido en esa misma localidad chaqueña conocida como Colonia Aborigen es, a la vez, nieto de quien fuera uno de los referentes históricos del pueblo qom en Rosario, don Montiel Romero. La semana pasada estuvo en las jornadas “Para que no arranquen el monte de mí”, organizadas por Centro Cultural Parque de España, en el marco de un taller intercultural para profundizar el rescate cultural sobre el corredor Chaco-Rosario.

Chico cuenta a El Eslabón que de joven vivió dos años en Rosario y que fue su propio abuelo Montiel Romero en un momento de extrema sensibilidad, cuando muere su madre, el que le encendió con su relato la necesidad de indagar, junto a otros jóvenes, sobre aquella historia oculta que se parecía a una película de terror.

El 19 de julio de 1924, unos 700 indígenas que venían reclamando por sus malas condiciones laborales fueron cercados por la fuerzas de seguridad en la colonia y luego masacrados en fuego cruzado, incluso desde el aire en un avión. A los sobrevivientes, los remataron a machetazos, incluidos mujeres y niños.

Así, después de 70 años, a mediados de los años 90, comenzaba la investigación de un tema negado y también, un trabajo de reconstrucción de identidad desde la misma comunidad. Hoy, después de más de dos décadas de trabajo, se puede decir que Napalpí comenzó a salir a luz.

En el transcurso de estos años, se hallaron dos sobrevivientes de más de cien años de aquella tragedia –Melitona Enrique, quien murió en 2008 con 107 años y Pedro Balquinta, fallecido el año pasado, con 108 años, y ambos pudieron testimoniar incluso ante la justicia–, la matanza obtuvo el reconocimiento institucional en la provincia del Chaco y existe una presentación judicial en curso para que sea considerada como un crimen de lesa humanidad.

¿Qué pasó en Napalpí en aquellos años?

—La reducción se funda en 1911, se trabajaba con el algodón y el corte de madera de durmientes para el ferrocarril o para las tanineras. Entonces, los viejos nuestros empezaron a protestar por las condiciones laborales que eran deplorables. La mayoría de los que murieron en Napalpí eran de la comunidad moqoit (o mocoví), y muchos de esos moqoit eran sobrevivientes de la matanza de San Javier de 1905, otro levantamiento. O sea, el Estado venía fichando a algunos dirigentes indígenas que se animaban a protestar contra un sistema de explotación macabro y genocida. El 19 de julio de 1924 matan más de 500 personas, entre ellos, ancianos, mujeres y niños, con la excusa de que por la huelga estaban por atacar las ciudades de Resistencia, Sáenz Peña e incluso Machagai.

Y esa historia la comenzó a desandar en la década de los 90, tiempo poco propicio, ¿o no?

—Claro, en los años 90 era muy difícil reivindicar las luchas sociales y más las cuestiones indígenas. De hecho, los propios viejos nuestros nos decían que «eso ya fue», que «ya pasó». Y ese fue el resultado de un trabajo muy bien hecho para silenciar todo que se hizo desde el Estado y también desde las iglesias evangélicas, mucha de nuestra gente es evangélica. Decían «ya está», decían «es preferible olvidar ese pasado, ahora somos todos argentinos y démosle para adelante», «lo que pasó ayer, ya fue». Pero lo que en realidad  había era, todavía, mucho miedo y temor. Y seguimos indagando. Recién en 1999, por primera vez, pudimos hacer en nuestra comunidad una reivindicación de los caídos en Napalpí.

Sin embargo, la mayor difusión pública de este tema, que solo se encontraba en algunas pocas reseñas históricas, fue por una presentación realizada por un grupo de abogados a mediados de 2000.

Nosotros, no siendo abogados, vimos la fundamentación histórica y dejaba mucho que desear. Pero también son procesos. Lo que sí valoramos, más allá de que esté acertado o equivocado este trabajo, es que logró visibilizar la cuestión a un sector al que nosotros no podíamos llegar. Y pasó en varios frentes. En los últimos años ya se han escrito más de diez libros sobre Napalpí, por parte de periodistas, investigadores, antropólogos, historiadores, sociólogos, desde miradas diferentes sobre lo que pasó.

Y nosotros que nacimos y crecimos en Napalpí sabemos que lo que pasó: se vivía en una condición miserable de explotación. La protesta fue por mejoras condiciones de vida. Cuando empiezan a reunirse, los patrones se alarman y dicen: «los indios se están juntado, no quieren trabajar y van a atacar las ciudades. Hay que matarlos».Y eso es lo que imperaba en esa época en la que había que «colonizar», y el indígena era de una raza inferior y matar la indígena era hacer una obra para dios. Todo eso también jugó en la matanza de Napalpí.

Vos hablaste en tu ponencia, justamente, del rol de la escuela en la estigmatización de los pueblos indígenas.

—Si, yo hablo de la escuela sarmientina. De la historia mitrista. Está incrustado en nuestras cabezas una estigmatización sobre los pueblos indígenas, pero sobre todo hay una invisibilización histórica que es intencional, como ocurre también con los afrodescendientes, negados a pesar que tanto aportaron para la patria. Sarmiento decía que no veía la hora que nuestra Argentina esté poblada por la raza blanca y que no veía la hora de que los indios “piojosos” y “asquerosos” puedan ser exterminados. Me acuerdo que en una conferencia una vez me saltaron: «¿Por qué habla así de Sarmiento?». Yo dije que creía que Sarmiento era un racista y un genocida. La persona que me recriminaba era un docente. «¿De dónde saca usted eso?», me decía . Entonces, le pregunté ¿leíste El Facundo?, y me dice: «Sí, para rendir, pero no entero».

Ah, y sigo: entonces leíste ¿Recuerdo de provincia, Conflicto y armonías de razas en América o Cartas Quillotanas? «No», me respondió.

Y bueno, de eso se trata, de no quedarnos con los que intencionadamente nos recortó la educación en las escuelas, y buscar la historia de nuestros pueblos, de nuestros trabajadores.

En los últimos años se logró que en la provincia del Chaco, el 19 de julio sea parte de la currícula escolar, está en las efemérides, es un avance. Y se empieza a enseñar en las escuelas, algo impensado hace 20 años. Nosotros en 2014, hemos iniciado una demanda penal contra el Estado argentino, con un grupo de fiscales de derechos humanos de la provincia del Chaco, para que justamente la masacre de Napalpí se reconozca como un crimen de lesa humanidad.

En esa época (hace dos años) vivía aún el abuelo Pedro Valquinta (108 años de vida), el primer caso en Sudamérica en donde un sobreviviente de dos masacres, la de Napalpí de 1924 y la de Zapallar en 1933 (otra represión a una huelga indígena), es declarante ante un estrado judicial.

Vos te referís a esta masacre como “la antesala” de los horrores que se vivirán décadas después después con el terrorismo de Estado.

—Decimos que si esto hubiera visto la luz antes quizá se hubieran evitado otras masacres. Todo lo que pasó en los 70 fue una continuidad de los que sufrieron los pueblos indígenas: apropiaciones de personas, las desapariciones, el robo de bebés, tirar gente al mar. Lo que (Julio) Roca, (Bartolomé) Mitre, (Adolfo) Alsina, (Nicolás) Avellaneda llamaron «Proceso de organización nacional», cien años después (Jorge Rafael) Videla lo llamaría «Proceso de reorganización nacional», y con la misma mirada y concepción de desaparecer al otro que es diferente a ellos. Siempre digo como ejemplo que la matanza de Margarita Belén, el 13 de diciembre de 1976, si hubiéramos tenido presente los sufrimientos de los pueblos aborígenes en Napalpí, El Zapallar, o Rincón Bomba en Formosa, quizá no hubieran ocurrido porque los primeros crímenes de lesa humanidad fueron contra pueblos indígenas.

La otra argentinidad

Juan Chico es integrante del Equipo Chaqueño de Investigación de Historia oral del pueblo qom y de la Fundación Napalpí que viene trabajando en el rescate de la cultura de los pueblos indígenas. Sus trabajos exponen aspectos silenciados e invisibilizados de la presencia y protagonismo indígena en los albores de la nación, resistiendo a los invasores ingleses en Buenos Aires o formando parte de la gesta de recuperación de la islas Malvinas en 1833 y también, un siglo después, en el conflicto de 1982.

“La presencia indígena en el Chaco data de 4.500 años y según datos arqueológicos en Argentina, entre 10 y 13 mil años”, destaca el investigador.

“En Argentina hay más de 1.200 comunidades, 38 pueblos indígenas y se hablan 18 idiomas. En el Chaco tenemos oficializadas la lengua qom, moqoit y wichí, que se suman a 33 idiomas que se hablan de los inmigrantes de Europa y Asia, lo que significa un valor, una riqueza cultural chaqueña que es un orgullo”, destaca.

En 2008, Chico junto Mario Fernández, publicaron “Napalpí, la voz de la sangre» y más recientemente, se presentó “Los qom del Chaco en la guerra de las Malvinas”.

El historiador destacó al respecto que además lograron que se reconozcan en el Chaco a los caídos indígenas en la guerra.

“Ahora, estamos trabajando en las ocultaciones de los pueblos indígenas en la historia, tanto entre los desaparecidos de la última dictadura y como entre los presos políticos, como lo hicimos con las Malvinas, y también estamos terminando un trabajo sobre Sarmiento y los pueblos indígenas”, adelantó Chico.

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