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Arístides Álvarez invita a conversar sobre la violencia como fenómeno social, sobre discriminación y exclusión, las posibilidades de intervenir desde la escuela y sobre el empoderamiento de los jóvenes.

“Si nos reímos, nos reímos todxs” es el nombre del festival por la convivencia escolar, cuya segunda edición se realizará el 1° de octubre próximo en la Plaza Pringles. Allí, se espera que los pibes de las escuelas suban al escenario para expresarse a través del canto, baile, de la actuación y, de esa manera, se sumen a una causa signada por la violencia y el maltrato, que excede al ámbito de la educación y que parece exacerbarse a través de las redes sociales. Las problemáticas tendrán visibilidad desde una perspectiva diferente a la que brindan los medios, pródigos en estereotipos y visiones sesgadas de cuestiones que remiten a causas profundas.

Uno de los mentores de “Sí reímos…” es Arístides Álvarez, director del Instituto Zona Oeste (IZO) de enseñanza media, quien desarrolla una intensa tarea en pos de la convivencia, tanto en ese establecimiento como en foros, paneles y en visitas a otras escuelas. Acostumbra a dar charlas sobre ciberbullying o grooming (los engaños de mayores a menores con pretensiones de abuso); pero más allá del dominio específico de esos tópicos su mirada va a la complejidad del asunto e invita a conversar sobre la violencia como fenómeno social, sobre discriminación y exclusión, sobre las posibilidades de intervenir desde la escuela y sobre el empoderamiento de los jóvenes. No estamos frente a un híbrido que reduce la cuestión a la proyección de Power Point o se limita a dar recetas de eficacia leve.

Es violencia social

“No hay que hablar de violencia escolar sino de violencia social, porque llega a la escuela, que es el lugar donde los chicos comparten muchas horas y en sus relaciones manifiestan esa carga que traen desde su familia, de la calle, del barrio”, entiende Álvarez.

Días atrás, estuvo en Casilda aportando su conocimiento frente a un conflicto que se había generado en esa ciudad y que el relato de los medios presentó como una pelea callejera entre chicas, que se habían convocado a través de las redes. Lógicamente, como relevó Álvarez, la cuestión era más profunda: pibas de un barrio humilde donde no hay escuelas y que deben ir a estudiar al centro, situaciones de discriminación que generan conflictos que se resuelven a los golpes.

—¿Los conflictos se potencian con los dispositivos informáticos?

—Seguro. Una de las chicas contaba que era acosada por otra a través de Facebook. “¿Por qué no la bloqueaste?”, le pregunté y me respondió que lo había hecho, pero la seguía molestando desde las cuentas de amigas. Lo preocupante es que, después de que se pelearon, no se veía arrepentida. Ella consideraba que se había resuelto el conflicto, porque la otra piba no la molestó más. Entonces: ¿cómo se explica a los adolescentes que los conflictos se pueden resolver de otro modo, cuando creen encontrar la solución a las trompadas? Y eso también se observa en los padres, que dicen: «Si a mi hija le pegan, les digo que la devuelvan peor, que se defiendan». Cuando hablan de defensa, hablan de agresión.

La escuela y sus herramientas

Más allá de las dificultades de abordaje que plantea Álvarez, confía en el potencial de la escuela. “Es el lugar donde todavía se sostiene algún tipo de relaciones que no se pueden dar en otros lados”, plantea y observa que la escuela cobra más protagonismo cuando el Estado –responsable del acceso a la educación y de la igualdad de oportunidades– no está presente.

—¿Qué herramientas considerás que tienen los docentes para intervenir en estas situaciones?

—Todavía tenemos la confianza y el respeto de los alumnos. Muchas veces ellos no tienen a quién recurrir y ha pasado en mi escuela que han pedido nuestra ayuda para un conflicto que tenían en su casa. Y en este espacio encontraron el lugar para contar cosas que no se animaban, lo que nos hace reflexionar sobre la importancia de nuestra función y nos llena más de responsabilidad.

En ese sentido, Álvarez resalta la importancia de un recurso como la Tutoría y de los gabinetes psicopedagógicos, así como lamenta la escasez de horas asignadas a la primera y la inexistencia de los segundos, a excepción de escuelas de gestión privada que pueden sostenerlos. “Lamentablemente, el Ministerio autoriza cuatro horas de tutorías en primer año y dos en segundo; y no dispone de horas o cargos para gabinetes. Eso queda librado a la posibilidad de las escuelas de poder pagarlos, que no son todas”, dice y explica que esas carencias los lleva a buscar ayuda en otras entidades como centros de salud, dispensarios, ongs, el Instituto Municipal de la Mujer o la Dirección Provincial de la Niñez.

—También hay legislación, que pese a su sanción no se ha instrumentado.

—Desde ley nacional de educación de 2006, hubo muchas otras leyes que no se han terminado de instrumentar. Por ejemplo, Educación Sexual Integrada (ESI), que muchas escuelas confesionales no la aceptan y en otras laicas, de gestión oficial, cuesta. En algunas se ha trabajado bien, en otras más o menos y en otras nada. Tampoco se ha trabajado debidamente el tema de la convivencia escolar.

—También hay una ley nacional.

—Sí es la 26.906 de 2013, que en la Provincia no está instrumentada. Ahora, hay un proyecto de la diputada Claudia Giaccone para que Santa Fe adhiera a esa ley mal llamada ley anti-Bullying, porque es mucho más abarcadora. Habla de la resolución de conflictos dentro de la escuela de un modo más integral, democrático y participativo, cosa que no se practica.

También la ley nacional de educación tiene el artículo 90, que habla de fomentar el cooperativismo y el mutualismo escolar. Eso no está en la currícula y, para mí, es fundamental dar esa impronta a los alumnos, para que conozcan los principios de la economía solidaria y sepan qué es una mutual o una cooperativa de trabajo.

El empoderamiento de los jóvenes

Con su intensa intervención pública, que tendrá una expresión masiva en “Sí reímos…”, Álvarez apuesta al protagonismo de los alumnos: “Queremos que sean los jóvenes quienes den el mensaje. Con eso logramos que, al verse protagonistas, se empoderen de eso y puedan enfrentar conflictos, llámese acoso, discriminación, maltrato, que de otra manera no lo harían”, afirma el docente y también refiere a lo importante que significa reconocer las capacidades de los alumnos: “A lo mejor, no andás bien en Matemática, pero hacés unos dibujos espectaculares o rapeás como los dioses. Es notorio como, sintiéndose bien, el pibe empieza a mejorar su rendimiento en asignaturas que le costaban, porque se siente contento haciendo algo importante y, bueno, son herramientas que a mí dan mucho más resultado, que ponerle cinco amonestaciones, si se manda una macana”.

Lo de Álvarez no es mera declamación. Tiempo atrás un alumno de su escuela filmó con el celular una agresión entre pares. El director recogió el guante y le pidió al chico que hiciera un video, pero aportando a la convivencia. El pibe cumplió y, además, descubrió su vocación como cineasta.

—A propósito, el empoderamiento presupone que los jóvenes son sujetos de derecho. A veces, se pierde de vista que la escuela está para garantizar el derecho a la educación.

—Claro que sí. Por eso, es triste que algunos adultos pensemos que la educación se tiene que impartir a partir del autoritarismo, por imposición, y no de hacer porque te gusta, para crecer como persona.

—Volviendo a los conflictos, ¿la inequidad y la ostentación no son también son disparadores de situaciones violentas?

—Una de las causas que generan violencia es querer tener y no poder: “Quiero tener esas zapatillas que tiene este que pasa delante de mí y un poco más me las pone en la cara para que las vea”. ¿Cómo se resuelve eso? Tenés que tener una solidez moral, familiar, para saber que hay otros valores más importantes que poseer un par de zapatillas nuevas. A veces, se producen situaciones de violencia por esos deseos insatisfechos.

—El trabajo convive con la avalancha mediática que va en sentido contrario: culto al cuerpo, estereotipos, apología del éxito fácil.

—El paradigma del éxito sigue siendo la modelito, el deportista, eso que venden programas como el de Tinelli, “Gran Hermano” y toda esa basura. Esto hace difícil explicar a un chico que puede triunfar y ser feliz estudiando, trabajando. Yo les decía a los chicos de Casilda que habían generado esas situaciones de violencia ¿por qué no aprovechar la posibilidad que tienen de estudiar? Pese a las dificultades, están en la escuela, se están formando, ¿por qué no aprovechar eso para empoderarse y, a partir del conocimiento, tener herramientas para enfrentar a los más poderosos que tienen todo servido: el apellido de la mamá y el papá, la empresita, el estudio jurídico, la clínica del papá? Desde el conocimiento, pueden sentarse a discutir con esos tipos condiciones de laburo dignas, defender sus derechos, lo que desde el desconocimiento es mucho más difícil.

¿Y Sarmiento?

“Están mirando los cuadros”, observa Arístides Álvarez, a cuyas espaldas se ven retratos Manuel Belgrano y de Mariano Moreno. Entonces, cuenta una anécdota: “Un día nos visitó el gobernador Bonfatti, con la entonces ministra, Letizia Mengarelli. Apenas entró a la dirección me dice: ‘¿Y Sarmiento?’. Como que siendo director debía tener a Sarmiento colgado. Entonces, le respondo: ‘No, yo tengo a quien respeto como prócer o quiénes me señalan un camino. Lo tengo a Moreno’. Bonfatti dijo que la historia había sido muy injusta con Sarmiento. Bueno, uno puede compartir o no su opinión, pero te da también cierta visión de qué Ministerio de Educación tenemos”.

Fuente: El Eslabón.

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Un comentario

  1. adhemarprincipiano

    20/09/2016 en 23:47

    El maestro Alvarez, es un inmenso pensamiento de la educacion pero, se desenvuelve en la soledad social, gremial del desierto de el estado neoliberal.

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