“Lo compró López”. Alguien en algún momento contó que el multimedios La Capital le había vendido El Ciudadano al tirano que ya tenía unos cuantos años al mando de Newell’s, y cuya actividad comercial más visible era un bingo en calle San Lorenzo y Entre Ríos. Por un lado resultaba paradójico, ya que se trataba de alguien que en el club consentía aprietes y proscripciones de periodistas, y que parecía manejarse clasificando a los trabajadores de prensa entre amigos –que no la pasaban mal– y enemigos.

Sin embargo, en el arribo de López había algo de lógica en relación a los medios locales y es que buena parte de sus dueños desconocen la actividad, en especial, su carácter de servicio de interés público. Y es en ese marco de ignorancia y desprecio que construyen sus relaciones con los trabajadores y trabajadoras de prensa, lo que se torna más grave por esa compulsión a incumplir aportes patronales y su condición de vaciadores seriales de empresas, utilizando para esto último el mecanismo perverso de dejarlos caer día a día.

Eduardo López era todo eso y, además, tenía vínculos muy estrechos con factores de poder y una fuerza de choque propia.

Si la memoria no me falla, durante su administración al diario le cortaron la luz –funcionaba un grupo electrógeno en la entrada de calle Dorrego–, no había agua potable en los baños, eran recurrentes las interrupciones en los servicios de telefonía –totales o parciales, como la imposibilidad de llamar a aparatos celulares–, estábamos enganchados del cable –si no me equivoco, y lo digo porque a mi entender prescribió, de la comisaría de al lado–, nos cancelaban los servicios de las agencias de noticias y no había vehículos para cubrir noticias en la zona. Demás está decir que el mobiliario y las computadoras estaban a tono con la planificada decadencia.
Era la Argentina de Fernando de la Rúa, que había llegado al gobierno en alianza con –entre otros– socialistas santafesinos y que impuso, coimas mediante, la ley de flexibilización laboral celebrada por sus ministros. Se caían empleos a diario y la prioridad de los laburantes era preservar la fuente de trabajo, cuestión que –va de suyo decirlo– los periodistas de El Ciudadano ya tenían incorporada desde el primer cierre del diario.

En esas condiciones, la llegada de Eduardo López estuvo marcada por un desentendimiento absoluto por la calidad del producto –excepción, obvia, de atenciones que este hombre tenía para con amigos y enemigos–, el desprecio por las condiciones de trabajo en la redacción y, como no podía de ser de otra manera, el cobro de haberes siempre atrasado, fragmentado, llegando a acumular meses impagos y omitiendo aumentos u otras mejoras. Lo que se describe de manera general se vivía a diario y tenían el condimento de arbitrariedades de todo tipo, las cuales afortunadamente eran frenadas y reparadas por los delegados y por el Sindicato de Prensa.

Pese a todo, un conjunto de trabajadores hacía un periódico digno, defendiendo su calidad y, con ello, dignificando su profesión y respetando a sus lectores. Puedo decir sin temor a equivocarme que en cada edición se condensaban decenas y decenas de pequeñas lecciones de ejercicio profesional, que hubieran sido grandes enseñanzas para estudiantes de periodismo.

Estuve en El Ciudadano desde los llamados números “cero” hasta comienzos de 2004, por lo que no padecí los últimos y peores años de la era de López. El contacto cotidiano con algunos de los compañeros me permitía saber de más injusticias y –sobre todo– más resistencia y organización.

El hombre empezó su retirada cuando lo echamos –y muy pero muy modestamente asumo el “nosotros”–. Newell’s y sus últimos tiempos al frente del diario fueron penosos y, por cierto, durísimos para sus empleados, que salvaron El Ciudadano.

Ahora, puesto a escribir frente a un nuevo desafío de los trabajadores de El Ciudadano, me gustaría decir que son tipas y tipos bravos, muy bravos. Mírenles el rostro, tienen cicatrices que no se produjeron por destapar una sidra o por el rasguño de un gato capón, sino por haber dado peleas y haberlas ganado, incluso en momentos durísimos del país. A lo largo de casi dos décadas, sumado a su inobjetable idoneidad, han tenido capacidad organizativa y una buena visión estratégica para la lucha, al punto de no darle “el gusto” a un vaciador cómo López, que buscaba cualquier pretexto para bajar la persiana y dejarlos sin sus fuentes de trabajo; o sea, sin el pan para sus familias.

Estos compañeros padecieron, enfrentaron y dejaron atrás a Eduardo López. Por eso, no los demos por vencidos, nunca.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. adhemarprincipiano

    10/10/2016 en 15:10

    Los personajes marcados en el articulo, solo son las muestras que engendra el sistema burgues capitalista del consumo, la mediocridad, la pobreza y la represion intelectual del ciudadano.

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