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La tenista rosarina Mary Terán de Weiss y el maratonista santafesino Delfo Cabrera, son quizá los atletas de la provincia más vinculados al peronismo. el eslabón los homenajea en el marco del Día de la Lealtad.

Amante del fútbol y del boxeo, hincha de Racing y del Mono Gatica (entre otros púgiles), el ex presidente Juan Domingo Perón se destacó como esgrimista. Fue deportista federado y hasta estuvo cerca de participar de unos Juegos Olímpicos. Su pasión por el deporte también tuvo lugar durante sus mandatos como presidente. “El Estado se va a hacer cargo de lo que hasta ahora cayó sobre las cansadas, esmeradas y notables espaldas de nuestros clubes y nuestros atletas”, decía el General. Mary Terán de Weiss y Delfo Cabrera, cuyos nombres denominan al escenario principal de sus respectivas disciplinas, son hijos de esa política que los llevaría a tener la relevancia mundial.

La Mary

María Luisa Terán nació en Rosario a fines del primer mes del año 1918. Hija del bufetero del club Rowing, su infancia se vio teñida por el marrón del Paraná, río al que con sólo 15 años terminaría cruzando a nado pelado. Pero antes, a los siete, había empuñado por primera vez en su vida una raqueta de tenis. Y ya no la soltaría más.

Entrenada por el sueco Sanders (que la había descubierto de casualidad en las viejas canchas del ribereño club rosarino y que por aquel entonces capitaneaba el equipo masculino de Copa Davis), Mary se cansó de ganar torneos hasta que en 1941 se convirtió en la mejor tenista argentina.

Casada con Heraldo Weiss, otro gran tenista e hijo de un famoso wing derecho del Club Alumni, Mary se incorporó de lleno al justicialismo y se ganó así el odio de muchas de sus rivales. Aprovechando que Perón ubicó al deporte en un lugar predominante de sus políticas de estado, se convirtió en una ferviente activista del deporte social y llegó a ser asesora de la Municipalidad de Buenos Aires, en 1952, teniendo a su cargo el Ateneo Deportivo Eva Perón.

En 1955, ya viuda de Weiss, María Luisa se enteró –demasiado lejos de su patria, mientras disputaba el Abierto de Alemania– que los militares habían vuelto a golpear a traición al Estado y que hubo más bombas y balas que flores en aquella oscura primavera argentina.

La mente perversa del vicepresidente de facto de aquel entonces, Isaac Rojas, engendró la Comisión 49, cuyo único objetivo era perseguir y castigar a los deportistas que habían sido “adictos al régimen justicialista”, y Mary, al igual que todos los integrantes del seleccionado de básquet campeón del mundo en 1950, no escapó a las peludas garras antiperonistas.

Mientras en el país eran incautados todos sus bienes, la intervenida Asociación Argentina de Tenis –que la sancionó con 99 años de suspensión– envió un telegrama a la Federación Internacional para que no la dejaran participar en ningún torneo. Pero los máximos dirigentes del deporte blanco rechazaron el absurdo pedido y la rosarina (a quien, según algunos historiadores, el mismísimo general Perón le pidió casamiento), exportó sus logros a los courts europeos ante la obvia y absoluta indiferencia de los medios de prensa de nuestro país.

Esta rosarina que llegó a ganar 832 partidos internacionales pero que curiosamente nunca pudo vencer a la yanqui Althea Gibson; y que fue distinguida con la medalla peronista “a la lealtad”, pero jamás recibió el reconocimiento que merecía por sus aportes a la difusión y a la popularización del tenis, se terminó quitando la vida un sábado de diciembre de 1984. Cansada de tantas injurias, decidió arrojarse al vacío desde el séptimo piso de un edificio marplatense.

El estadio en el que habitualmente juega el equipo de Copa Davis fue bautizado “Mary Terán de Weiss” en noviembre de 2007, luego de que la legislatura porteña aprobara por unanimidad el proyecto impulsado por la kirchnerista Ana María Suppa. Pero tanto la Asociación Argentina de Tenis como la mayor parte de la prensa local e internacional insisten en llamarlo Julio Argentino Roca, que en lugar de trofeos conquistaba indios.

La resistencia

El maratonista Delfo Cabrera nació en la localidad santafesina de Armstrong un 2 de abril de 1919, y en su pecho lucieron sus dos preseas favoritas: la dorada de los Juegos Olímpicos de Londres 1948 y la medalla de Lealtad Peronista, entregada por el mismísimo Juan Domingo Perón el 17 de octubre del año siguiente en la Plaza de Mayo.

Su carrera deportiva era impecable, con 106 carreras ganadas, 63 segundos puestos y en 22 ocasiones alcanzó el último lugar del podio. Pero en 1955 corrió la misma suerte que su líder político y fue proscripto por la Revolución Libertadora encabezada por el dictador Pedro Eugenio Aramburu, quien lo sacó de las pistas, tanto las del país como las internacionales, y lo mandó a juntar basura al Jardín Botánico, ya que por sus ideales también lo expulsaron del cuerpo de bomberos de la Policía Federal, donde ocupaba el cargo de sargento primero. Y así fue que más tarde se dedicó a dar clases como profesor de educación física.

El atleta que representó a San Lorenzo desde sus jóvenes 18 años, pasó de correr en las calles y campos de Armstrong, a las grandes ligas, gracias a la política deportiva que implementó el gobierno peronista, que así lo reflejaba durante un fugaz paso por la terminal rosarina: “Un día llegué a Rosario en un viaje profesional. Faltaba todavía una hora y media para que saliera el colectivo que tenía que trasladarme a Santa Fe y comencé a recorrer los alrededores de la estación. Entonces presencié algo que demostraba cómo se había difundido el deporte: los chicos jugaban básquet en lugar de fútbol, en la calle, de vereda a vereda. Eso implicaba que habíamos comenzado a modificar las pautas en materia deportiva”.

Pero su inclaudicable apoyo al movimiento nacional sacado del poder a cañonazos en el 55, si bien le trajo muchos perjuicios a su carrera deportiva e incluso laboral, tuvo sus frutos en 1973 con el retorno de Perón, que le dio un cargo en la Secretaría de Deportes de la provincia de Buenos Aires.

Este hombre de baja estatura y de bigotes, que llegó a entrenarse en la embarcación que llevó a los deportistas argentinos a los Juegos de Londres, tuvo tres hijos con su esposa Rosa Lento. Una de ellas, María Eva, era ahijada de Evita, en una clara muestra de afecto hacia la abanderada de los humildes.

El accidente automovilístico que le puso fin a su vida ocurrió el 2 de agosto de 1981, cuando volvía de un homenaje que le habían realizado en la ciudad bonaerense de Lincoln. Pero su nombre sigue vigente en monumentos, en la denominación de la pista de atletismo del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), en distintos premios que se realizan en esa disciplina, y en la memoria del movimiento que lo supa apadrinar.

Viva el fútbol

Los hinchas de Central se enorgullecen de haber entonado (y hecho realidad), en la década del 70, aquel cantito que rezaba: “Lo dijo el tío (por Cámpora), lo dijo Perón: hacete canalla que sale campeón”. También de la carta de puño y letra del ex presidente dirigida a la institución de Arroyito que se trajo el Tula cuando viajó a España a regalarle su bombo al General durante su exilio madrileño. De la barra cantando la marchita a grito pelado en plena dictadura y de las banderas, hasta el día de hoy presentes, con el escudo justicialista sobre fondos auriazules o –directamente– con la leyenda “Central y Perón, un sólo corazón”.

Los fanas de Newell’s, por su parte, sacan a relucir la fotografía en la que se ve a un engominado y sonriente Perón en la platea de la visera, hoy bautizada “Tata Martino” en honor al exquisito volante que llegó a ser técnico del Barcelona de España y de la Selección Argentina, y que en sus últimas épocas de jugador se recostaba justamente por ese sector de la cancha para quedar “a la sombra”. El General asistió al estadio del Parque en 1944, ocasión en la que arribó a Rosario para inaugurar el Hospital Ferroviario. El reportero gráfico que capturó aquel momento histórico fue Joaquín Chiavazza y según su nieto Rubén, que habló en el homenaje que el club rojinegro le realizó a su abuelo hace algunos años, Perón dijo aquella tarde del 44, señalando el escudo leproso: “¡Mirá qué lindos colores!”.

También los estadios de Racing y Sarmiento dan cuenta de la atracción entre estas dos pasiones populares: el de Avellaneda se llama “Juan Perón”, y el de Junín “Eva Perón”. Pero la que sin lugar a dudas se lleva la medalla de la Lealtad Peronista es la hinchada de Nueva Chicago: El sábado 24 de octubre de 1981, bajo la presidencia de facto de Viola, casi 50 simpatizantes fueron llevados presos por el delito de cantar la marchita que inmortalizó Hugo del Carril en la tribuna de la cancha de Mataderos, y durante un encuentro en el que el Torito le ganó 3 a 0 a Defensores de Belgrano. Como no alcanzaban los patrulleros, la mayoría tuvo que ir trotando con las manos pegadas a la nuca hasta la comisaría 42. Al partido siguiente, los hinchas verdinegros hicieron sonar sus bombos y amagaron entonar las célebres estrofas, pero terminaron cantando el Arroz con leche. Y repitieron el chiste un rato más tarde, pero en la puerta de la dependencia policial en la que seguían detenidos sus compañeros de tribuna. Viva el fútbol, viva Perón.

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