Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

Yo no sé, no. A Pedro le parece que era por Quintana y Crespo, a metros de los gansos y del kiosco de las figus, enfrente de La Esperanza y cerquita del gran almacén de don Mauricio, que estaba casi siempre tapadito por el verde gracias al agua de lluvia pero también por el goteo de la única canilla pública que había en el barrio. A la tardecita, apenas bajaba el sol, nos peleábamos por el mejor lugar, a veces agachados, a veces de rodillas, sobre aquel puentecito para –con la caña y la carnada, o a mano limpia– cazar alguna rana.

Por aquellos tiempos también íbamos, valga la redundancia, al puente del Puente Gallegos. Para hacer la heróica, o para conquistar alguna chica, nos tirábamos de punta y era lo más parecido a un clavado que hacíamos. Y también aparecían los más avezados para las cuerdas preparando el puente de la guitarra para que salieran los versos en el balneario Los Ángeles.

Al poco tiempo, ya en los años 70, me encontré avanzando políticamente con tanto entusiasmo que rompíamos puentes para no retroceder. La pantalla del cine mostraba puentes aéreos que a veces servían para salvar vidas y otras para llevar bombas asesinas. Pero los que nunca se muestran son los puentes aéreos por los que la clase económicamente dominante se lleva la guita para afuera.

Después apareció el puente de la tragedia, en el que asesinaron a Maxi y a Darío, y Pedro se acuerda del Puente del Inca y de la historia que se cuenta sobre él más allá del accidente geográfico: que los incas estaban rezando por un príncipe que estaba enfermo y necesitaba aguas que estaban más al sur, y le pidieron tanto a los dioses que apareció la piedra que dio origen al puente.

Con los cosos que manejan el poder financiero, aparecieron los “créditos puente”, que eran para salvar la economía pero que –como siempre ocurre– los únicos que se salvaron fueron ellos. Y bueno, el otro día, cuando soplaba el vientito del sur, Pedro se acordaba del 17,,que está cerquita, y de cuando la policía y los milicos de entonces levantaron el puente del Riachuelo para impedir que la gente que venía del sur vaya al rescate del General.

Ojalá que venga un vientito del sur y se nos presente la idea de hacer un gran puente, con toda la destreza que teníamos cuando éramos pibes pero no de rodillas, de pie, y cruzando esta vez para rescatarnos a nosotros mismos. Porq ya no está el General, y sin embargo siguen estando ellos: los que siempre manejaron el tejo o la tarasca a su favor.

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