“¿Quién te dice, a ver si todavía el tipo termina resultando un Néstor (Kirchner) para los yanquis?”. La frase la lanzó con agudeza y osadía una periodista rosarina que trabaja hace años en Buenos Aires, y que, por cierto, fue interpelada por una constelación de colegas, amigos y contactos suyos en las redes sociales que reportan en la DVP (División Blindada Progresista) que compró todos y cada uno de los clichés que los medios hegemónicos estadounidenses se encargaron de usar para demonizar al presidente electo de los Estados Unidos.

La colega, en forma inteligente, apuntó al núcleo duro del fenómeno que catapultó a un empresario que es claramente una expresión de la derecha clásica, pero que por primera vez desde que la globalización impuso el modelo de acumulación financiero se atreve a enfrentar ese esquema con un discurso productivista, proteccionista, que prioriza al mercado interno y relega a un segundísimo plano a la especulación financiera.

Podría decirse que las similitudes se agotan allí, lo cual para muchos se trata de muy poco. Para algunos, sin embargo, hay más puntos de contacto, y no por ello se puede inferir, como lo hace la derecha mediática, que Trump represente una suerte de peronismo yanqui o, peor aún, un kirchnerismo con cresta imperial.

Cristina Fernández de Kirchner pulsó una tecla que erizó algunas epidermis progresistas cuando sostuvo que «lo que el pueblo de los Estados Unidos está buscando es alguien que rompa con el establishment económico, que lo único que ha causado es pobreza, pérdida de trabajo, pérdida de sus casas». Pero lo que provocó incluso pústulas en los progres más embravecidos fue una frase complementaria de la anterior: para CFK, quien triunfó –Trump– hace del «proteccionismo, sus trabajadores y la defensa del mercado, su bandera».

El remate de esas definiciones encendió más luces de alerta entre el progresismo: «Ganó alguien que representa la crisis de la representación política producto de la implementación de políticas neoliberales». Varios hicieron ¡plop!.

La corpo mediática yanqui atendió a Donald

La reacción de The Washington Post ante la victoria del republicano no tan republicano causa cierto estupor, aún entre quienes no se sorprenden por algo tratándose de medios hegemónicos. “Donald Trump fue electo este martes como el XLV presidente de los Estados Unidos. Son palabras que esperábamos no escribir nunca”. Así arranca un editorial que luego ofrece perlas como ésta: “¿Qué significa esto en la práctica? Primero, esperar que Trump sea un mejor presidente de lo que tememos, y respaldarlo cuando haga lo correcto”. Y acto seguido, el influyente periódico avanza y advierte: “Esperamos que nuestro nuevo presidente electo muestre respeto por ese sistema. Los estadounidenses deben estar preparados para respaldarlo si lo hace, y para respaldar al sistema aunque Trump no lo haga”.

Tal vez resulte exagerado el planteo de quienes avizoran un golpe de Estado que ya se está larvando en el imperio del norte, pero si algo queda claro es que los análisis simplistas que definen a Trump como un misógino, xenófobo y racista no terminan de cerrar, habida cuenta de que los factores de poder que ya pretenden condicionarlo jamás abrieron la boca ante los evidentes deterioros de las libertades civiles que se produjeron en los años en que Barack Obama cogobernó con el establishment financiero de Wall Street.

Otro influyente medio, The New Yorker, merced a la pluma de David Remnick, y con el título “La tragedia americana”, expuso su furia ante los resultados adversos a su fuerte apuesta por Hillary Clinton: “La elección de Donald Trump a la presidencia no es nada menos que una tragedia para la república estadounidense, una tragedia para la Constitución, y un triunfo para las fuerzas internas y externas del nativismo, el autoritarismo, la misoginia y el racismo”. Chupate esa mandarina. Clarín y La Nación no lo hubiesen hecho mejor ni en forma tan procaz.

Pero ese primer párrafo es, comparado con el siguiente, en cierto modo conciliador. Remnick, en una segunda andanada de metralla editorial, se despacha así: “La impactante victoria de Trump, su llegada a la presidencia, es un suceso nauseabundo en la historia de los Estados Unidos y de la democracia liberal. El 20 de enero de 2017 diremos adiós al primer presidente afroamericano –un hombre íntegro, digno, de espíritu generoso– y seremos testigos de la asunción de un conservador que poco hizo para rechazar el apoyo de las fuerzas de la xenofobia y el supremacismo blanco. Es imposible reaccionar a este momento con menos que repulsión y una profunda ansiedad”. Y las negritas se las puso él, que quede claro.

Podríamos seguir escarbando en el estiércol demonizante con que los grandes medios, como viudas irascibles ante la derrota de Hillary, untaron a Trump antes de que se cierre el escrutinio, ¿pero para qué? La pregunta es: ¿En qué modo afecta a la Argentina la llegada de Donald a la Casa Blanca?

Pasando por alto la sensible preocupación del matutino fundado por Bartolomé Mitre, que poco después de las 3 de la madrugada publicó una foto cuyo pie rezaba “Una consternada Lady Gaga pidió que se rece por Estados Unidos”, deberían sopesarse algunas inquietudes económicas de algunos periodistas muy preocupados por el destino de la exportación de limones al país del norte.

No se menciona en esta columna el comercio de carnes porque realmente es una supina tontería fantasear con que los estadounidenses alguna vez compren mucho más que la cuota Hilton.

Más bien sería productivo navegar las borrascosas aguas de las relaciones del imperio con la Argentina en términos políticos, y acaso extender esa mirada al resto de Latinoamérica.

Tradicionalmente los republicanos se metieron mucho menos con los países del subcontinente que sus colegas demócratas, pese al empeño con que las progresías locales intentaron siempre fraternizar con líderes como John Fitzgerald Kennedy, James Carter o Bill Clinton, el consorte de la gran derrotada en estos bulliciosos comicios.

Por esa tradición republicana, pero aún más porque Trump deberá lidiar con el establishment, que incluye a muchos referentes del partido del elefante, cabe esperar que algunas políticas hacia la región sean aplazadas o directamente descartadas.

El Tratado Trans Pacífico a la sensación de que deberá esperar, y esa es una mala noticia para Mauricio Macri, la progresista Michelle Bachelet y algunos socios neoliberales que ya se afilaban las uñas para contar los fajos de billetes que les quedarían luego de ingresar a ese bloque que reduciría al vasallaje a las naciones sudamericanas a un lado y otro de los Andes.

Por lo demás, el imperio es el imperio, y más allá de la perogrullada, nada indica que Trump pueda torcer los mandatos del complejo militar industrial que fabrica guerras para estabilizar la moneda y la economía yanquis, aunque ese esquema afecta mucho más a las relaciones con Medio Oriente y Europa del Este.

Pero ésos son otros cantares, y como en el tomo bíblico adjudicado al rey Salomón, la política externa de Washington trasunta siempre el verso “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Trump lo sabe, y los templarios que custodian el Santo Grial que yace en la Reserva Federal también.

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Fuente: El Eslabón

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